Completando el cuadro (clasificados del 7º al 10º)
7º clasificado: «Doppelgänger» – Asier Rey Sala
—De verdad, que no me acuerdo…
—¡Que sí, esta misma mañana!
Lo dejé por imposible y dejé atrás a la señora. ¿Cómo me iba a conocer, si acababa de llegar a la ciudad? Miles de pañuelicos al cuello, rojo y blanco en derredor, y ella insistía en que le sonaba mi cara.
Lo peor no fue la insistencia de la señora, colorada de cuperosis y clarete; lo peor es que, a su alrededor, la gente comenzó a mirarme. Y el efecto fue inmediato.
—¡Eh, es él!
—¡Sí, y ahora no está armado!
—¡Vamos, que no escape!
El instinto me hizo huir calle abajo, mientras una docena de personas me perseguía, puño en alto, en busca de una justicia inexplicable para mí. Entonces, al girar la esquina, me topé con la realidad. Nos miramos, sobre todo yo a él, y lo comprendí de inmediato.
—Ayúdame —susurré—, me han confundido contigo…
—Bueno —parecía decir—, ahora lo arreglo.
Y entonces, el Barbas se abalanzó sobre la gente y comenzó a sacudir vergazos a diestro y siniestro, sin compasión. Suspiré, los miré con ánimo victorioso y seguí mi camino.
Pero entonces, cuando ya creía estar a salvo, oí su voz en mi espalda:
—No tan rápido…
8º clasificado: «Escapada» – Ana Isabel Velasco Ortiz
De madrugada, accedemos al autobús, tomamos asiento y el vehículo se pone en marcha. María posa su cabeza en mi hombro y, en una hora, hemos llegado.
El espíritu festivo de la ciudad recorre calles y callejas, te llega dentro y es fácil contagiarse de tanta alegría.
Nos sumergimos en la marea del encierro, rojo, blanco, corredores, barreras, toros… Luego, seguimos el recorrido de gigantes, cabezudos, kilikis y zaldikos, con ellos, retornamos a esa infancia perdida que es puro asombro y felicidad.
En la Tómbola de Cáritas, le regalo una pulsera a María y el día se nos va en todo lo que contemplan nuestras pupilas y alcanza nuestro caminar pausado.
Llega la noche, los fuegos artificiales, colorean el cielo. Beso sus labios, le tomo la cintura y bailamos en la verbena de Antoniutti.
Sin previo aviso, la magia se quiebra. Un policía uniformado se acerca y pronuncia nuestros nombres. Regresamos en el coche patrulla y la Directora de la Residencia nos recibe con gesto malhumorado. Que cómo se nos ocurre, que todos estaban muy preocupados, que tenemos más de ochenta años… Y yo, solo puedo pensar en volver a Pamplona, a San Fermín.
9º clasificado: «Traca Final» – Carlos Velázquez Goya
Lo más complicado fue encontrar al especialista que le pudiera hacer el favor. Para ello, empezó a consultar a los mejores artesanos del sector, incluyendo a los participantes en los concursos de los últimos años. Porque ya se imaginaba que no todos iban a entender con facilidad lo que trataba de proponerles. De hecho, en cuanto lo hacían, muy pocos querían saber más. ‘Pues no, lo que usted quiere es algo del todo imposible’, le repetían, o ‘comprenda que está pidiendo algo fuera de las ordenanzas de cualquier ciudad’. Sí, tal vez, pero tampoco hacía falta que nadie más se enterase, pensaba él. Finalmente, y sin duda gracias también al dinero que estaba dispuesto a pagar por la buena disposición, consiguió que uno de los nueve autores convocados para el XXII Concurso Internacional de Fuegos Artificiales de San Fermín aceptara su petición. Viajó entonces a su taller, le entregó una bolsita con unos gramos de cenizas y sólo exigió la promesa de que fueran reservadas para la traca final. Porque era así como le gustaba recordar a su padre: sentados los dos sobre la hierba de la Vuelta del Castillo, deslumbrados por el espectáculo y con la boca bien abierta para evitar quedarse sordos.
10 clasificado: «La confusión» – Esther Imízcoz Campos
Lo admito: no encajo en este mundo digital. No me gustan las redes sociales y menos aquellas dirigidas a encontrar pareja, pero con las cosas de la pandemia decidí probar suerte creándome un perfil en una de estas aplicaciones y, para mi asombro, la cosa funcionó. Leire era simpática, inteligente y divertida. Cuando me propuso quedar para conocernos en persona, no lo dudé. “Ven a los Sanfermines, es la ocasión ideal”, me dijo, y yo siempre había querido conocer las fiestas, así que allí me planté, en el kiosko de la plaza del Castillo, a la hora acordada. Ella llegó envuelta en música de charanga, me agarró por la cintura y empezamos a bailar, así, sin mediar palabra. Me llevó de peñas, me invitó a kalimotxo, me presentó a su cuadrilla y así se nos hizo de noche. Sentados en la Vuelta del Castillo, bajo el colorido cielo que los fuegos artificiales pintaban, me besó antes de despedirse. Caminé hasta la estación, todavía sin saber si estaba despierto o soñando, y mientras esperaba mi autobús miré el móvil. Tenía un mensaje de Leire, de muchas horas atrás: “¿Por qué me has dado plantón? Te he esperado en el kiosko durante más de media hora”.