XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
POSTOPERATORIO
Iago Trias De Bes Soler-lluró
No he olvidado su cara ni un solo día desde que le vi aparecer con aquel semblante serio. Era fuerte, lozano y tremendamente guapo.
Ambos desfilábamos por la calle Mercaderes, atestada de gente, cuando nuestros ojos se encontraron. Me miró con fruición; yo más dubitativo (propio de mí). Tuve un flechazo. Fue fugaz, pero sentí que mi vida entera sucedía en ese instante.
Me buscó, me abrazó decidido y yo me aferré a él. Nos fundimos en uno y le sentí como no había sentido a nadie antes y, me atrevería a decir, como no he vuelto a sentir a nadie después. Rápidamente el gentío nos arrastró y cuando me quise dar cuenta se había esfumado.
Pasado el trasiego, todavía en trance, la adrenalina dejó a paso a la angustia de no saber si le volvería a ver.
Me quedaba un último cartucho, pues sabía que aquella misma tarde él hacía la que, seguramente, sería su última función. Pedí a la enfermera que encendiera el televisor, y desde la cama, anestesiado por los calmantes, se me dibujó una sonrisa en la cara cuando le vi aparecer por última vez. Bajo su arrolladora presencia, un rótulo rezaba:
Pesador.
Jandilla, 540 kg, Nº41, Colorado.
¡PUM!
Ianire Del Río Castrillo
Comienza la carrera, entre saltos en la estafeta. Mi hijo a mi lado nervioso, es su primer año.
Tiembla el suelo. Delante de los astados lo veo de reojo correr más rápido que su padre.
– Ojalá estuvieses aquí papá.
Dice al cielo, mirándome.
EL ENCUENTRO
Idoia Aramendia Lopez De Guereño
Ella estaba en el aeropuerto, arrastraba nervios e ilusiones. Hacía seis meses que dejaron de verse y poco más de un año que llevaban de casados. La ONG se interpuso entre sus vidas, pero ambos sabían que la distancia les haría más fuertes. Quedaba poco más de media hora para el encuentro. Leire confiaba en la puntualidad, debían cumplir el requisito al que Javi se había comprometido días atrás. Miró la pantalla y vio la hora de juntarse. Ese día había mucho movimiento, pero solo ella oía el estruendo de su corazón. Las puertas se abrieron y apareció él. Ambos se fundieron en un abrazo intenso, intentando atrapar el tiempo perdido. Las lágrimas aparecieron y la risa incontrolada también. Pero no había minutos que perder, a Javi le quedaba otra misión que cumplir. El coche les esperaba y, sin más miramiento, les llevó a su destino.
Otros nervios afloraron, el balcón se abrió, el silencio inundó la plaza y con voz titubeante y pañuelo en mano, Javi habló, recordó y gritó entusiasmado: ¡Viva San Fermín! ¡Gora San Fermín!. La mecha no dio problemas. La alegría inundó la marea rojiblanca. Juraron no volver a separarse, pero en la calle, la promesa se incumplió.
100 DÍAS
Idoia Barrondo Etxebeste
De la mano y a la inversa. Así recorrimos los tramos del encierro, solos, desandando con calma la trepidante carrera de los corredores sobre los adoquines. Desgranabas con orgullo los detalles, como si tú también los descubrieras por primera vez: las talanqueras y trancas, las curvas, los cohetes, la hornacina de San Fermín, el cántico…
Al llegar a los corrales, nos dimos la vuelta y enfilamos la cuesta de Santo Domingo, bajo la estática mirada de los cinco astados metálicos. Corrimos, a carcajada limpia, delante del trote invisible de toros bravos y cabestros.
Sin aliento, en la calle de la Estafeta, los números rojos de un reloj llamaron mi atención.
—¿Y eso?
—La cuenta atrás. Quedan 100 días, 17 horas, 42 minutos y 3 segundos para el chupinazo.
Te atusaste el pelo, en busca de la palabra adecuada, ni demasiado formal ni demasiado evasiva.
—¿Vendrás?
Te imaginé de blanco, con tu cuidada barba canosa enmarcada por un «pañuelico» rojo, y los flecos de la «fajica» bailando sobre el muslo. Me puse de puntillas y te di un beso. Se te iluminaron los ojos, azules como mi mar. Encontré la palabra adecuada, ni demasiado formal ni demasiado evasiva.
—Vendré.
POR UNA BUENA CAUSA…O DOS.
Ignacio Navarro Otano
Lo intenté como en las películas, con el vaho del agua hirviendo, pero el papel se arrugaba demasiado. Me acordé de las quejas de mi nieto: “Abuelo ¿para qué me lo voy a aprender si está en Internet?”. Así que busqué en el móvil con mis torpes dedos y encontré lo que necesitaba: un cuchillo de obsidiana hecho en la Loma de Berderac. Eso sí, comprado en la Estafeta, apoyando al pequeño comercio.
Aproveché para coger otros 150 boletos y perfecto: el filo los abría sin dejar huella. Una rápida clasificación en cinco montones, un poco de cola y ni un experto de los forales se daría cuenta de la operación.
Y llegó mi momentico: mis tres nietos y mi hija dando gritos de alegría cada vez que abrían uno. Los «utensilios de cocina», «frutos secos» o «paragüas» provocaban ataques de risa. Y nuestras risas eran carcajadas cada vez que mi yerno, con voz muy seria, anunciaba sus «sorteo vale de compra número 2». “Imposible”, decía el muy listillo fulminándome con la mirada: “Según las leyes estadísticas, si abro 30, alguno me tiene que tocar…”
“No te enfades, papá. Los dos botes de pimientos para ti, que te encantan”.