XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
ELLA
Esmeralda Perez Marcos
Hacia falta hacer algo para sacar adelante a su familia. Ya tenían tres hijas.
Su marido enfermo y con ingresos muy justos.
Pero ella tuvo la idea para sanear su economía.
Eso sí, requería trabajo, inversión y meter hombres en su casa.
Monto una pensión con derecho a comida, cena, desayuno, lavado y planchado de ropa, incluso como luego resultó, cambiar cuellos y puños de las camisas.
Su marido no estaba muy conforme con esa opción. Por su culpa su esposa cargaría con un trabajo extra muy pesado.
Pero ella lo tenía claro, o eso o marcharse a limpiar casas.
Esa última no era recomendable.
Podría cuidar de su familia a la vez que formaba “una gran familia”
De ese nexo salieron dos matrimonios, sus hermanas encontraron el amor de sus vidas.
Tuvo un carácter fuerte y una organización propia de una gran empresa, la suya.
Sus normas, su trabajo, su familia.
Toda la familia colaboraba, de verdad, porque “la sargento” como la llamaban las hermanas, así lo exigía. A cambio tenían su alojamiento y manutención.
Eran tiempos difíciles, diremos que hoy también.
Muchas “Ella” salen a la calle a trabajar.
Toda la familia sabe que la casa es de todos. Así que contribuyen.
EL CAFETITO
Esteban Torres Sagra
Soy de los pocos que aun utiliza reloj de pulsera para saber la hora, aunque el mío, a veces, se atrasa un poco.
Catorce de julio de 2022. Siete treinta (en mi muñeca). Conversación telefónica: ¡un café muy cargado!…¡sí!…¿dirección?…a la altura de la curva de Estafeta, metro arriba metro abajo…¿para reconocerme dice?…voy con una camiseta y un pantalón blanco, faja roja y pañuelo rojo…¿cómo que qué gracioso?… también mido uno noventa y llevo el pelo fucsia, es fácil ¿no?…¿cuánto tardan?…¿los días de encierro veinte minutos? Está bien…Ok…con tarjeta…gracias.
Así que me tomaría un cafetito antes de correr para cargar las pilas.
Pero, entre que mi cronómetro marcaba de menos y mis nervios de más tras el chupinazo, se me olvidó por completo el encargo hasta que un tío, con sudadera amarilla y gorra a juego, con dos bolsas en la mano, adelantó a la manada y, en plena carrera, se interpuso entre un “miura” y yo y me entregó el pedido.
No me dio tiempo a darle ni las gracias porque siguió adelantando mozos como una exhalación. Imaginé que, al darse cuenta realmente del peligro que corría, le sobrevino el pánico, pero no: al parecer tenía otra entrega al principio de Telefónica.
EL FAJÍN ROJO
Esther Rebellón Baranera
“A San Fermín pedimos” fue lo primero que escuchamos; de buena mañana, nos envolvía el eco de las gaitas. Me habían dicho que la carrera empezaba suave, que, al son de los gritos de festejo, se recorrían las calles de Pamplona en un abrir y cerrar de ojos. Hacía falta ser rápido, no entorpecer la carrera, saber sortear los giros y a los otros corredores.
Empezamos al trote. No imaginaba que el corto recorrido se convertiría en una marabunta en blanco y rojo tras haber subido la Cuesta de Santo Domingo. Al llegar a la curva de la Calle Mercaderes, la confusión nos llevó de la mano hasta la Calle de la Estafeta. Estaba tan nervioso que resbalé.
Los cencerros me rodearon, me inundaron, y temí no poder reaccionar a tiempo. Cuando vi que me habían sobrepasado, levanté los ojos. Sobre las talanqueras, ondeaban multitud de pañuelicos rojos al grito de ¡¡Gora San Fermín!! Me envolvió el vacío y quedé ante el único que, como yo, había quedado rezagado y a pocos metros de mí. No podía hacer otra cosa; levanté la cabeza, hice sonar mi cencerro, sacudí mis patas y ensarté el rojo fajín de su cintura con mis astas.
POR LOS CUERNOS.-
Esther Espinosa Gascò
Cuando veo a los mozos correr delante de los toros, se me eriza el vello. No es el miedo de que sufran una cogida, que también. Es el amargo sabor de boca al recordar las ocasiones, no pocas, que me ha llevado por delante la depresión. Haciéndome caer sobre los días con la testuz. Aplastándome contra las horas con las pezuñas. Clavándome los minutos con las astas. Desgarrándome las ilusiones y reventándome las ganas. Así durante días, semanas….Una cogida tras otra. Sin apenas tiempo para sentir, para la emoción. Sólo pensar. Pensar en blanco y negro, una vida sin color. Pero…llegó el día en que lo perdí. Perdí el miedo al miedo, ese día. Y me erguí sobre las horas. Me arranqué una a una las espinas de los minutos. Cosí mis ilusiones y recompuse mis ganas. Dejé los pensamientos en el burladero y me armé con el coraje de quien no tiene ya nada que perder. Me di media vuelta, eché a correr hacia ella y cuando la tuve frente a mí la agarré fuertemente por los cuernos. Desde ese momento, un siete de Julio, cuando siento su resuello tras de mí, la tomo POR LOS CUERNOS. Terapia San Fermín, la llamo.
LA CONFUSIÓN
Esther Imízcoz Campos
Lo admito: no encajo en este mundo digital. No me gustan las redes sociales y menos aquellas dirigidas a encontrar pareja, pero con las cosas de la pandemia decidí probar suerte creándome un perfil en una de estas aplicaciones y, para mi asombro, la cosa funcionó. Leire era simpática, inteligente y divertida. Cuando me propuso quedar para conocernos en persona, no lo dudé. “Ven a los Sanfermines, es la ocasión ideal”, me dijo, y yo siempre había querido conocer las fiestas, así que allí me planté, en el kiosko de la plaza del Castillo, a la hora acordada. Ella llegó envuelta en música de charanga, me agarró por la cintura y empezamos a bailar, así, sin mediar palabra. Me llevó de peñas, me invitó a kalimotxo, me presentó a su cuadrilla y así se nos hizo de noche. Sentados en la Vuelta del Castillo, bajo el colorido cielo que los fuegos artificiales pintaban, me besó antes de despedirse. Caminé hasta la estación, todavía sin saber si estaba despierto o soñando, y mientras esperaba mi autobús miré el móvil. Tenía un mensaje de Leire, de muchas horas atrás: “¿Por qué me has dado plantón? Te he esperado en el kiosko durante más de media hora”.