Archivo por días: 6 de marzo de 2024


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

PRIMERO Y ÚLTIMO

Mario Huerta Garcia

Mi primer San Fermín. No el primero, acostumbraba a ver los encierros con mi padre. Pero esta vez estaba ahí, en la arena.
Y al entrar, reconozco la plaza. Y las calles por las que corretean. Desde niño me imaginaba el miedo, y todavía lo hago. No me atrevo a ponerme delante. Aprovecho a pisar la plaza antes de que el caos me impida revivir mi infancia.
Una cámara se acerca. Un micrófono pregunta si voy a salir. Digo que no. Y preguntan algo más que mi emoción no permite recordar.
El encierro ocurre. Me pongo a salvo. Veo a los valientes entrar a la plaza. Y me pregunto si mi padre me habrá visto. No pienso mucho en ello. Algún día viviría esto, pero nunca pensé si iba a ser con él.
Y recibo la noticia. Él vivía solo. Ese día nadie fue a verle. En el sofá de casa. Dormido y viendo el encierro. Solo que no volvió a despertar.
Muchas cosas pasan por mi cabeza. Culpa por no estar. Remordimiento por no hablar más. Y nada de eso importa ahora. Nada excepto una cosa: si mi padre me habrá visto.
Que haya visto que, una última vez, vimos juntos el encierro. 

EL TORO

Mario Ferreira Durán

Un chillido sordo y prolongado, taladró sin consideración mis pobres orejas y se quedó zumbando porfiadamente, dentro de mi cabeza. Aturdido, apenas oía las voces de los mozos que gritaban afuera.
—¿Has escuchado?, fue el chupinazo, chaval. ¡Comienza la fiesta!
El sol caía perpendicular y se colaba por una rendija del techo como una puya. Sentí miedo y sacudí la cabeza alejando la idea. Respiré hondo buscando un poco de aire. Mis compañeros comenzaban a moverse, rumiando las imágenes aún frescas del campo que no hace mucho, habían caminado.
Las puertas se abrieron de par en par y unos hombres —o ángeles, quizás— vestidos de blanco y con una cinta roja ciñendo su cintura, nos sacaron hacia el patio donde otros toros de rostros vencidos, nos esperaban sin mirarnos a los ojos.
Dejamos atrás los corrales de Santo Domingo y apretados por las paredes de la ciudad, nos fuimos internando en un mar blanco, embravecido y ruidoso que nos aturdió. Y comenzamos a correr hacia la plaza. Unos gigantes, de rostro adusto y semblante monolítico, nos vieron pasar.
Llegamos al corral de la plaza y nos echamos en la arena a descansar.
Creímos que al fin, todo había terminado.

 

EL MENDIGO

Mario Silió Vigil

El Lamento.
No, no es del sabio de Caderón con las hierbas que comía.
Ni el de Judas arrepentido por la venta del Maestro.
Ni el de Pedro por haber negado a Jesús, antes de que el gallo cantara por tercera vez.
Ni siquiera el de Jesús al pedirle al Padre: “aparta de mí ese Cáliz”.
Ni el del alma afligida por la ansiedad.
Ni el del hombre maduro que ve con añoranza su juventud pasada.
Ni el del famoso abogado que confía en que su único hijo se haga cargo del despacho y el joven no pasa de contable.
Ni el de la persona privada de libertad por un error cometido tiempo atrás.
¿Cuál es el lamento?
El de la persona muy mayor encerrada en su celda de rejas de soledad y tristeza: su pareja fallecida, sus amigos también, su hermano no reconoce a nadie, sus hijos no tienen mucho tiempo para ella (justo el imprescindible), sus nietos conectados a sus infernales máquinas. Y ella piensa “¡yo tuve tiempo para todos!”
Ellos no tienen nada para mí. “¡Cuánto cuesta morir!”

Por Mario Silió Vigil. 

ABIGAIL

Mario Enrique Ciccarino

Él, ha mantenido solo su nombre de mujer y así recordar que nació como lo que no es, él no discute con la vida lo que quiso ser, se ha mantenido ocupado en amarse.
Él, no es lo que dicen «ser un mal cálculo de Dios», fue solo un alma que de cuerpo se equivocó.
Él, disfrutó de la luz cuando del túnel salió entre murmullos y alaridos un canto su voz…
Abigail aquella niña conbun héroe en su interior, mientras crecía después de una lágrima descubrió que sus ojos no veían lo que por noches soñó, entre caminos de espinas sus padres inspiración.
Abigail ahora es un hombre con una historia por contar, esa de que el valor es el único capaz de transformar, que no importa la ideología ni el perdón de la religión porque la humanidad juzga mientras Dios habla de amor.
Él, ha conservado su esencia en el corazón, una caja de recuerdos que nunca escondió porque el futuro se construye solo de convicción, que la razón es una excusa para la opresión.
Él, ahora respira diferente con el mismo pulmón, en sus ojos la mirada de quien luchó y venció…porque al recuperar su cuerpo el alma aprendió a vivir.  

DES-ESCALERA

Marisa Bedoya Soto

Julio, día quince…mi cuerpo se contradice.
Quiero seguir la fiesta, pero la fiesta acabó ayer. Quiero echar la siesta, mi cuerpo no se puede mover.
Agosto, día de veintiséis… primer peldaño hemos bajado. En la mente el mes pasado, los momenticos recordéis.
El encierro vimos, a los gigantes fuimos, una jota aprendimos y la Procesión vivimos.
Septiembre, día veintisiete…la escalera sigue. Ey! Otro peldaño pisa.
Me voy a la Capilla San Fermín, por los pamploneses una misa.
Octubre, día veintinueve…en el móvil veo las fotos: Fuegos artificiales, conciertos…
Mi corazón se conmueve.
Noviembre, día treinta…baja un peldaño «más». Mi cuerpo y mi mente rectifican:
– Ya falta «menos».
Diciembre, dia treinta y uno…el pañuelico le puse al Niño.
Y, como gran pamplonica, hoy con pañuelo y fajica.