XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
EL RUIDO MÁS SILENCIOSO
Silvia Soto Orta
Y que razón tenían. Ahora entiendo lo del ruido mas silencioso. Estoy rodeada de gente. Hay música, gritos, voces y aplausos. Es todo junto a la vez. Y si observo solo hay silencio. Padres con hijos bailando los gigantes. Cuadrillas de mediana edad almorzando en la plaza del castillo. Jovenes a los que la noche anterior los deja durmiendo, felices a la sombra de cualquier árbol. Visitantes con sus cámaras inmortalizando momentos. Autoridades de diferentes colores unidos por una fiesta. Y ahí estoy yo, en medio de todo viendo el panorama. Como si todo girase alrededor sin oir nada. Entendiendo porque dice la canción que son en el mundo entero unas fiestas sin igual. Y me iré en el autobús de regreso a casa sabiendo que parte de mi se quedará aqui… y parte de Pamplona, su gente y sobre todo, su fiesta grande, quedará en mi memoria para siempre. Volveré, seguro, a recorrer sus calles acompañada del mas ruidoso de los silencios. Y volvere a cantar sus canciones a voz en grito. Y volveré a vestir otra vez de blanco y rojo y disfrutare siendo una mas (aqui no hay forasteros) en una ciudad y unas fiestas sin igual. Riau, riau. Gracias Pamplona
TRAS LA BARRA DEL BAR
Silvia Lorente Sanz
De los San Fermines aprendí a organizarme la ropa que me iba a poner cada día de la semana. Aprendí a controlar mis borracheras para no tener una resaca de espanto al día siguiente y poder seguir así toda la semana. Aprendí cosas que cualquier pamplonica aprendería. Pero lo más importante para mí, es que me ha enseñado que junto a mi familia todo lo podemos lograr. Cuando los nervios presanfermineros se notaban en casa por tener que preparar cantidades inhumanas de comida en el bar. Cuando tenía que organizar cuantas horas sacaba para dormir porque entre trabajar y salir no quedaban ninguna libre. Pero casi nadie entenderá lo que se siente cuando en medio de los almuerzos de un 6 de julio, se paralizaba el mundo por un segundo, nos quitábamos los pañuelicos que teníamos atados en las muñecas, nos acercábamos a nuestro rincón a levantar el pañuelo al son de la clientela y de la gente que veíamos retrasmitida por la tele que se encontraba en la plaza del ayuntamiento y cuando sonaba chispun brindábamos en familia. En ese momento sabía que un año más la vida nos sonreiría si estábamos juntos, como si se tratase de un 31 de diciembre.
PRIMER DÍA
Silvia Ramal Porta
El despertador suena… como cada día, pero hoy suena diferente… Suena pausado, con alegría, con una música de fondo imaginaria. Quedan dos horas para ir al trabajo. ¡Maldito trabajo! No me gusta trabajar…¿A quien le gusta trabajar? ¡A nadie! Antes de ir al trabajo tengo que ir a Pamplona. ¿Pamplona? Yo soy de Barcelona pero hoy tengo una cita en Pamplona. ¡Es 7 de julio! ¡Mesa preparada! Todo apunto para desayunar.
Enciendo la tele, quedan 3 minutos, todo preparado. Mi mano tiembla, estoy nervioso y a la vez feliz. Quedan 2 minutos… me emociono… Queda solo 1 minuto para las 8h. ¡No puede ser! El niño se despierta, la suegra esta gritando. ¡No!, ¡no!, ¡no! ¡este es mi día! Nadie me lo va estropear. Suerte que tengo de mi sofá… Niño a la izquierda, yo al centro y la suegra a la derecha. ¡Empieza! Minutos de silencio y suspiros al final… “Papa, ¿mañana volvemos a mirarlo?”, “Yerno, ¡ha sido el mejor día de mi vida!”.
De estar solo a estar acompañado.
De vivirlo en soledad a poderlo compartir.
Se termina el primer día… ¡Y mañana más!
Mañana tampoco estaré solo, volveré a estar acompañado.
UN SOMBRERO GIGANTE
Silvia Asensio García
Las calles de Pamplona estaban listas para los Sanfermines. La multitud se reunía con entusiasmo mientras los corredores se preparaban para el encierro. Entre ellos, un joven llamado Pepe, conocido por su amor a todo lo que signifique diversión y su sentido del humor contagioso.
El día del encierro, se vistió con el traje tradicional blanco y rojo, pero decidió agregarle un toque especial: un sombrero gigante en forma de toro.
Cuando sonó el primer cohete, todos los corredores salieron disparados. Él, sin embargo, estaba ocupado intentando mantener su sombrero toro en la cabeza. Mientras corría, el sombrero comenzó a tambalearse hasta que, salió volando en dirección a un grupo de turistas atónitos. Cayó sobre un hombre de aspecto serio que hacía fotografías. Para sorpresa de todos, en lugar de enfadarse, se levantó, se lo puso y empezó a bailar como un torero. La gente estalló en aplausos.
Pepe, emocionado, se unió al baile y juntos crearon una coreografía improvisada que hizo reír a los presentes. Desde entonces el sombrero toro, se convirtió en un símbolo de estas fiestas, recordando a todos que la diversión y algo de locura siempre están a la vuelta de la esquina, incluso en los momentos más inesperados.
POBRE DE MÍ
Silvia Ansorena Coyne
Hay días juguetones y felices, en los que eliges una opción que todo lo cambia, o conoces a alguien especial, en el momento justo, en un lugar determinado.
Era un 13 de julio de 1996, la recta final de los Sanfermines de mis 20 años, y mi mayor preocupación era si bebía cerveza o kalimotxo. Eran mis primeras fiestas trabajando y el sueño me atrapaba a cada rato, me dormía por los rincones.
No tenía cuerpo para salir aquella noche, pero al final me animé. Hacía calor y olía a fiesta prolongada. Los guiris, con camiseta rosa vino, se mezclaban con los matrimonios de blanco y rojo rumbo a los fuegos.
Nos conocimos por casualidad y a lo tonto. Nos perdimos de nuestros grupos y nos dejamos hechizar por la fiesta, sabiendo que estábamos viviendo algo irrepetible. El aire era denso, como si cada bocanada llevara felicidad mezclada con aire a partes iguales. Amaneció sin que ninguno de los dos lo quisiera.
El día 14 pasó lo que pasó, y no pude llegar al vallado donde habíamos quedado. No nos habíamos dicho el apellido ni teníamos móvil. Aunque nunca volvimos a vernos, aquel fue uno de esos días que lo cambian todo.