Archivo por meses: julio 2024


Completando el cuadro (clasificados del 7º al 10º)

7º clasificado: Campeón – Ernesto Pérez Esteve

Yo debuto este año, pero creo recordar que mis padres decían que a ellos siempre les mandaban ir los primeros.

Y creo que es lo que el tipo este me quiere decir con los varazos que me está dando en el culo. O es que me tiene manía, vaya.

Ah, sí, mira, abren los portones. Yo también me abro. El primero de los doce, por si acaso. Estoy harto de la vara de este energúmeno.

Mira, se vienen todos detrás. Era eso, pues. Parece que hay que seguir a los de blanco.

Vaya, pues corremos más que ellos. Como no se aparten…

Ah, pues sí, algunos se apartan. Y me pegan en el culo, pero esta vez con un rollo que llevan en la mano. Esto no duele.

Pero otros no se apartan. Siguen delante. Yo no quiero pillarlos; ese no es mi curro. Yo soy “mansete”, pero claro, si me obstaculizan…

La cuesta mola, pero ¡vaya curvita acabamos de pasar! Un poco más y me estampo. Algún compañero ha resbalado y se ha llevado a otros por delante.

Se han desperdigado. Llego el primero a la plaza. Voy solo, con los de blanco.

Espero haber despistado al de la vara…

8º clasificado: 8556 horas – Diego Paredes Salmerón

—¡No soporto los Sanfermines! —mascullaba una y otra vez el viejo. A estas alturas de la vida le molestaba todo de las fiestas. Sus famosas 204 horas le resultaban ya tremendamente decepcionantes.

Tantas veces vividas, ahora no aguantaba aglomeraciones, ni músicas repetidas en bucle, ni ruidos, ni olores, ni siquiera las comidas con los amigos. Le parecía absurdo madrugar para tan fugaces encierros y se aburría como una ostra en los toros.

Sus fiestas actualmente comienzan el 15 de julio y terminan justo al mediodía del 6 del mismo mes siguiente. Lo que le gusta es desearlas, esperarlas, idealizarlas, el resto del año. Ahí no cabe decepción posible. Se había percatado que eso resultaba mucho más excitante; los primeros postes del vallado, las calles tiñéndose de blanco y rojo, la expectativa ante ese plato de huevos y magras del almuercico, la cuenta atrás para el Chupinazo, los primeros sones de la Biribilketa, la nerviosa espera oliendo a café antes del encierro, el sol derramado entre cánticos y colores desatados durante un paseíllo de luces en la Monumental… Sus fiestas duran exactamente 8556 horas.

Como se anhela un primer beso, un primer Te Quiero, en el ferviente deseo de su llegada estaba verdaderamente la magia.

9º clasificado: El paso del tiempo – Óscar Cerdán Grande

Faltaban todavía dos meses cuando recibió el golpe. Y tuvo que reconocer que no lo vio venir.

Su mujer, con dulzura, le dijo que debía ir pensando en dejar de correr. Le indicó el motivo con un pequeño gesto: su nieta.

Le hirvió la sangre. Se mordió la lengua. Toda la vida corriendo y jamás un mínimo riesgo. Siempre, todas las veces, con exceso de prudencia.

Tantas veces escuchó con pura envidia, cuando un amigo o conocido, describía las sensaciones al ver el asta del toro cerca del cuerpo. Y nunca lo vivió. Por saber correr.

Pasado el enfado; reflexionó.

Aquella sería su última carrera. Lo tenía decidido.

Se vistió como siempre. Se preparó como siempre. Y corrió con la misma sensatez de siempre. Pero en su última carrera pasaron cosas. Hubo un tumulto que le bloqueó el paso, mientras buscaba escapatoria, sintió un golpe de adrenalina difícil de explicar. Por delante unos metros despejados. Giró la cabeza en un acto reflejo, por puro instinto. Y observó, con pulcra nitidez, la cabeza enorme del toro pegada a su espalda. Y el tiempo se detuvo. Se deleitó escuchando los latidos de su corazón mientras disfrutaba de aquel instante infinito.

10º clasificado: Ausencia – Aitor Iragi Eraul

Siete de julio, San Fermín. La alegría de Iruña contrasta con mi tristeza. Abandonando el casco viejo pamplonés, me aparto de la jarana, del bullicio pamplonés típico de una noche sanferminera para cruzar hasta el barrio de San Juan y, dejo a un lado el pabellón Anaitasuna, para bajar hasta Sanduzelai. Siempre almorzábamos allí, aunque él era de la Rotxapea. El charco que se vislumbra en el suelo da pistas de la tormenta de ayer noche. Unos gaiteros suben en perfecta armonía. Txantreana, ¿cómo estás? saludo a una amiga. Seré la única persona que va en sentido contrario al encierro. Un mozo con pañuelo del muthiko alaiak suelta un irrintzi. Todavía le quedan voz y ganas pese a que su noche no ha terminado. Por fin llego. Estamos todos. Pero sabemos que no. Nos faltas tú. Y hoy, terminamos de cumplir tu encargo, dejar tus cenizas esparcidas en tres lugares importantes para ti. Ya lo hicimos en el campo de Oberena donde jugaste y en la cuesta de Santo Domingo, la Santo Domingo Aldapa que solías decir siempre. Los tarros de bronce que tú mismo hacías y guardabas en la bajera cierran el círculo. Así seguirás almorzando con nosotros cada siete de julio.


Más relatos finalistas (clasificados del 4º al 6º)

4º clasificado: Traición – Juan Ignacio (Iñaki) Arbilla Ruiz

Por aquella época, recién estrenada la veintena, todavía quedábamos todos los días. Excepto los fines de semana. Esa era la norma. Ya sabes: demasiada gente y, sobre todo, demasiado pata sin respeto por nada. Pero aquel año Izaskun insistió en saltarse la tradición. Al teléfono, nos fue convenciendo una por una. Al final, acabamos accediendo. A la misma hora en el lugar de siempre. Casi al instante, nos arrepentimos. Ya sabes: demasiada gente, etcétera. Hasta que aparecieron, tras doblar la esquina de la calle. Venían de Cádiz. Nerviosos, exaltados, despiertos… Al principio, el grupo no me convenció. Fueron mis amigas las que me animaron a arrimarme a ellos. Entonces, lo vi. Con el pelo negro y no demasiado alto. Enseguida me olvidé del resto de sus compañeros. Incluso de mis amigas, que, cada una a su manera, intentaban lidiar con alguno de los gaditanos. Pero lo nuestro fue diferente: una auténtica conexión íntima que hizo que me olvidara del tiempo. Mis amigas me lo corroboraron después. Nunca antes me habían visto tan lanzada, tan desinhibida. Hasta que, a la entrada de la Plaza de Toros, me alcanzó. La cornada no fue profunda, ni siquiera en exceso dolorosa, pero yo la sentí como una traición.

5º clasificado: The Ghost Runners of La Peña Perdida

When an encierro starts, there are places where no human stands. It’s not a conscious decision but one San Fermin has ordained.

Our mate the saint is amazing. He’s very busy during the run but life and death is down to his boss. God.

This year will be no different. Runners, either knowledgeable regulars or innocent newbies will unwittingly avoid that particular square foot of street.

Because every year since 1911 there have been ghost runners. That year there was just one. In 1925 he was joined by another. Occasionally another would join the unseen cuadrilla.

Sometimes, tragically, two would join at the same time. The year after they died they would return to the spot their run ended, to complete the run they never had a chance to.

They are the Ghost Runners. There are sixteen of them and every day of every year an encierro is held…no human being has started a run at the exact spot the tragedy unfolded.

Little red plaques or not, where the ghost runners fell is sacred. So no—one will stand there…except the Ghost Runners, to finish the run they were never able to. They are The Lost Peña. La Peña Perdida.

«Los corredores fantasmas de La Peña Perdida»

Cuando comienza un encierro, hay puntos en los que nadie se sitúa. No se trata de una decisión consciente, sino que así lo dispone San Fermín.

Nuestro amigo el Santo es asombroso. Muy ocupado durante la carrera, sin embargo, la vida y la muerte dependen de su jefe: Dios.

Este año no será diferente. Los corredores, ya sean expertos habituales o inocentes novatos, evitarán inconscientemente pisar esos centímetros cuadrados de calle.

Pues todos los años, desde 1911, están los corredores fantasmas. Aquel año era solo uno, en 1925 se unió otro. De vez en cuando, un nuevo corredor se incorpora a la cuadrilla invisible.

Algunas veces, por desgracia, son dos los que llegan al mismo tiempo. El año siguiente a su muerte, vuelven al lugar en el que su carrera terminó para finalizar el trayecto que nunca pudieron completar.

Se trata de los corredores fantasmas. Hay dieciséis, y en todos los encierros celebrados cada año… nadie nunca ha comenzado su carrera en el punto exacto donde sucedió la tragedia.

Con pequeñas placas rojas o sin ellas, el lugar donde cayeron los corredores fantasmas es sagrado. Así que nadie nunca se situará ahí… salvo el corredor fantasma, que así completará la carrera que jamás pudo terminar. Ellos son la Peña Perdida.

6º clasificado: alear (3. intr.) – Alberto Pascal Bea

—¡Magníficas noticias, señora García! Su hija evoluciona extraordinariamente: pronto recuperará la consciencia —anuncia satisfecha la doctora López—. Deben de ser hermosas, esas alas…

—¡Son preciosas! —confirma feliz la madre—, ¡como el aforismo que recitó usted ayer!

—Lo… «receto» mucho, sí… —bromea la intensivista—: «El hombre tiene ilusiones como el pájaro alas: eso lo sostiene».

Se miran, reflexivas. Gran verdad, piensan.

—Una cuestión nos desconcierta —reconoce la doctora—. En las últimas noches hemos registrado tres episodios de taquicardia. Idénticos. Súbitamente alcanzan ciento noventa latidos por minuto, y remiten enseguida. No deberían preocuparnos, Emma tiene un corazón fuerte, joven, deportista… Nos sorprende la sincronía: los tres incidentes han marcado su apogeo sobre las once.

—¿Las once, dice…?

—En punto.

Laura García enmudece ante su intuición. Incrédula, recuenta horas entre sus dedos aturdidos: doce, una, dos… Nerviosa, balbucea otro conocido adagio.

—«El… corazón… tiene… razones…

—…que la razón no comprende» —completa la médica.

Una sonrisa ilumina ahora el rostro de Laura.

—Doctora, creo entender las razones de ese corazón apresurado —afirma convencida—. Desde hace unos días las ilusiones de Emma no «aletean» aquí, en California…: ¡palpitan por Pamplona! Nuestras once son…, ¡pum…, pum…!, ¡las ocho de la mañana en la calle Estafeta!


Segundo y tercer clasificado

2º clasificado: Recuerdos en Blanco y Rojo – Radostina Tachova Chergarska

El murmullo de la gente mezclado con diferentes sonidos en la calle: una charanga, la música de un grupo de bailarines callejeros y un altavoz móvil con canciones que yo no conocía. Todos vestidos de blanco y rojo. Sonreí. Miré a mi alrededor para buscar a mi cuadrilla, los de toda la vida. ¡Cómo nos gustaba pasar los Sanfermines juntos! No nos saltábamos ni un año.

A mi lado, un hombre anciano me sonrió; me pareció simpático y le devolví la sonrisa.

—Felices fiestas, mi amor —dijo cogiéndome de la mano.

Empujé su mano bruscamente, lo que hizo que cambiara su expresión. Me entristeció que aquel hombre me estuviera confundiendo con su mujer o con un amor fugaz ya perdido.

—Es hora de ponerse el pañuelo — dijo, volviendo a dirigirse a mí con ojos llenos de nostalgia.

Se puso su pañuelo en el cuello y levantó sus manos para colocarme uno a mí. Conforme ataba ese pañuelo rojo alrededor de mi cuello, mis manos comenzaron a llenarse de arrugas, y no sé si fue San Fermín, los colores, la música o su gente, pero pudieron devolverme, aunque sea por un instante, toda una vida ya olvidada.

3er clasificado: El estofado de Welles – Ramón Herrera Torres

Era aquel toro colorado un pura sangre, tan fibroso como resabiado, un ojo de perdiz que se cebó con un yanqui panzón que a duras penas intentaba levantar el vuelo por la cuesta más empinada del encierro. El retinto de lagrimal desteñido parecía haber entablado una comunión especial con ese corredor excesivo al que los lugareños llamaban señor Welles o míster Kane e incluso Ernesto, Hemingway, con quien le confundían.

De repente y justo al comenzar la carrera, el morlaco melocotón se cebó en sus mantecas volteándolo cerca de una de las casas de comida favoritas del americano. El malparado se notó ileso y no menos sorprendido de que tras el batacazo siguiese en compañía de aquel toro rojo. Juntos entraron en el restaurante, uno para sentarse y el otro directo a la cocina. Al poco se lo servían estofado en su cazuela mientras el gordo de Wisconsin notaba en la calle el guirigay de una ambulancia. Se comentó que todos los reyes multirraciales de la ciudad se citaron cual gigantes a las puertas de la casa de socorro junto al mismísimo don Quijote al que Orson Welles había perdido en la ciudad festiva durante el rodaje de su película.