Textos participantes en I Certamen de Microrrelatos San Fermín (XVI)


–  Promesa cumplida  –  , Iñaki Arbilla

    -¿Entiende usted la gravedad de su afección?- preguntó confuso el joven oncólogo Heinrich  Klinsmann ante la inesperada sonrisa que arrugaba aún más si cabe la cara de su octogenario  paciente. Pero el viejo Jürgen sólo imaginaba ya otro rostro, allí donde se encontrara éste, en esta  ocasión seguramente iluminado por una resignada sonrisa cómplice.

    Ni religión, ni política, ni siquiera fútbol… Durante medio siglo, el anciano bávaro sólo se había  mantenido fiel a sus periódicas infidelidades con Frida. Cada año desde los Sanfermines del 59  ambos se citaban en Pamplona, ocultando a sus respectivas parejas el verdadero propósito de  aquellos viajes. Hasta que el año anterior una mala caída en su Veracruz natal había acabado con  la vida de la mejicana.

    -¿Entiende usted que esa antigua herida ha degenerado en un cáncer incurable?- preguntó  nuevamente el doctor.

    Jürgen no contestó. Tan sólo continuó sonriendo y se levantó la exigua bata para acariciar  aquella cornada que desde hacía cincuenta años le atravesaba la barriga. La  noche en que se  conocieron prometió a Frida que correría delante de los toros. Y que moriría por ella…

    Ahora, sabía que aquella promesa largamente incumplida le había envenenado  lentamente las  entrañas para hacerse finalmente realidad.

–  El abuelo Genaro  –  , Carmen Turrión

 Hace un mes, el recuerdo de su abuelo Genaro se imponía con una frecuencia hasta ahora RELATO: desconocida. Bien es cierto, que el abuelo había sido una figura fundamental en su niñez.: El  abuelo nació en su Iruñea añorada, y evocaba innumerables vivencias. Julián creía que nadie  muere mientras sea por alguien recordado, pero la frecuencia parecía excesiva. De repente,  sentado en Zocodover, vio un cartel anunciador de las Fiestas de San Fermín .

Tuvo que embridar sus recuerdos que galopaban. El primer recuerdo que le sobrevino fueron los  Gigantes de la Comparsa , los Kilikis , con los que además del saca-mantecas él también tenía que  bregar.

Del relato, Julián tenía sus preferencias: El Riau-Riau, (él siempre se imaginaba que esta marcha  cadenciosa nació entre la unión de la lluvia, la hierba y el amor a una mujer no poseída). El abuelo  Genaro- como buen autodidacta era un excelente maestro- siempre hacia un paralelismo con la  vida. “Julián, correr es como la vida, uno se especializa en un tramo. Conoce cada piedra, la  amplitud de las curvas, se hace cómplice”. Yo me enamoré de tu abuela Paz y lo he logrado. Julián,  supo que en 2009 él viviría  San Fermín.

–  EL CHUPINAZO, TODO UN COMIENZO  –  , Mª Celia Pérez

      Residía en Madrid desde hacía años, pero me despidieron del trabajo. Desorientado, ignoraba  qué hacer con mi tiempo vacío de proyectos. Así que no me pareció descabellado aceptar la  invitación para ir a Pamplona, mi tierra. Podría revivir las fiestas de San Fermín, un tanto perdidas  en la memoria.

     Conocí a María en la Plaza del Castillo, a Unay en la Calle Mercaderes, a Leire en Estafeta.  Además, recuperé el recuerdo de varios amigos de la infancia junto a una mesa de taberna  navarra.

     Cómo había podido olvidar la magia de la fiesta, la efervescencia de  las risas, la emoción de las  carreras ante los astados, las tertulias felices de la gente cotidiana.

    Si lo pensaba bien, en la nebulosa de mi monotonía madrileña, había extraviado la esencia de lo  que es trascendental para cualquier ser humano.

     Entre el barullo de la fiesta, me acerqué tanto a Leire, que quedé enganchado a ella por el rasgo  más seductor que puede albergar una mujer: la alegría natural y sana. Afortunadamente, ese  encanto es contagioso y, desde el 7 de junio de hace un año, observo que mi calendario vital ha  engordado de ilusiones propias y ajenas.

–  Última noche  –  , Pablo Valdés

       Me gustaría decirle que esta será nuestra última noche. Que no volveremos a dormir juntos.  Que nunca más sentirá el calor de mi cuerpo, arrullado por el eco de la fiesta. Que no volveré con  él a la curva de la Estafeta para darle suerte.

      Pero no le diré nada.

      Dormiré a su lado y le acompañaré al amanecer. Por última vez.  El morirá, porque sólo es un  toro. Y yo rumiaré mi dolor cada noche, como hacemos todos los cabestros

–  Lagrimas de San Fermin  –  , Fernando Subero

 Existe por el mes de Agosto un fenómeno astronómico denominado las lágrimas de San Lorenzo…  San Lorenzo, la iglesia pamplonesa que alberga la imagen de San Fermín. Ahora entiendo la  relación entre las lágrimas de San Lorenzo, y lo que yo expresaré en mi relato: Las lágrimas de  San Fermín… 

 6 de Julio, 11:55 horas. Llega el momento de la explosión de júbilo. Primeros lagrimeos de emoción,  ya estamos de fiesta!!! Pañuelico al cuello, y a esperar al Riau-riau de la tarde: suenan los  compases del vals de Astráin, carne de gallina y segunda tanda de lágrimas al compás de la  pamplonesa… 

 7 de Julio, Primer encierro, las lágrimas de emoción se convierten en lágrimas de valentía y muchas  veces de dolor. Cánticos al santo, pidiendo su protección. Algo más tarde, momento álgido de  lagrimeo: la procesión del santo por las calles coreado por los pamplonicas, hará correr las  lágrimas de devoción en más de un rostro…

 Los días pasarán y las lágrimas de alegría y jolgorio de los innumerables actos seguirán surgiendo  y darán paso a las temidas lágrimas de tristeza del pobre de mí, y entonaremos el Ya Falta  menos….

 ¿Quién no ha llorado nunca en San Fermín?

–  500 kg. y 50 cm.  –  , Maite García de Vicuña

 El aguacero matinal calaba hasta los huesos el maltrecho cuerpo tendido sobre el puzzle de  adoquines del suelo. El tumulto, arremolinado alrededor de aquel blanco perfil ahora teñido por  todas partes de un rojo intenso, escupía al aire gritos de pánico mezclados con el sudor, el miedo y  la excitación de los corredores del encierro que, periódico en mano, aceleraban en su avance  desde Mercaderes a Estafeta sintiendo muy de cerca el aliento de los astados.

 Los seis toros, retintos y azabaches, ajenos a la expectación de la que eran poseedores, ojeaban  a su paso aquella sombra que yacía tumbada al otro lado de la valla, y que en su desvanecimiento,  parecía ser la única persona que no reparaba en el retumbar de los más de 500 kg. de peso y la  imagen perturbadora de la longitud de sus cuernos. En ese preciso instante, con un imperceptible  movimiento de brazos, Tomás comenzaba a desentumecer sus miembros. Al abrir los ojos pudo  contemplar su camisa recién comprada, echada a perder por el agua de lluvia y el vino de bota.  Miró al cielo y un día más prometió reunir el valor suficiente para correr mañana.