XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA OCURRENCIA

Raquel Corrales Ucar

¡Qué lejano parecía estar! ¡Que ocurrencia la nuestra venir a Pamplona un año más!
Saltaba por tu calle y miraba hacia tu balcón. Agua y vino, garroticos y dulzor.
Mi sudor emanaba limpio por mi frente. Mis alpargatas me acompañaban paso a paso, sin rechistar. Rojo era el pañuelo, rojo mi corazón. Blancas tu canas, blanco mi pantalón.
A lo lejos el estruendo de los tambores marcaba el inicio del día. La música animaba, la gente se alborotaba. Tu salías del portal de blanco impoluto. Volviste manchada, mojada y feliz . Me besaste apasionadamente y bajo el calor de Julio nos amamos una y otra vez. Aquel mes crucial nos sorprendió desnudos una vez más. San Fermín fue testigo. San Fermín fue nuestro abrigo. Santo y patrón, en Pamplona era todo adoración.
Atrás quedaba un año complicado, acusado de problemas y enfermedades.
El sabor a chistorra nos inundaba la boca. Daba igual.
Reencontrarnos y bailar. Risas, codazos. Las jotas mañaneras, los gigantes y cabezudos y hasta las campanas parecían no cesar. Ritmo y pasión, no todos lo comprenden, no todos, pero si tu y yo.
¡Qué lejano parecía estar! ¡Que ocurrencia la nuestra venir a Pamplona un año más!  

PIEL CANELA

Calamanda Nevado Cerro

Las doce del mediodía. Desde la ventana entreabierta su mirada recorre largamente la Plaza del Ayuntamiento de Pamplona, casi desierta. Silencio, y es la hora y el día. Seis de Julio, lee nuevamente en su móvil. Dónde está la marea blanca y roja de gente que gritaría San Fermín, San Fermín, y esperaría impaciente con el pañuelo en alto el momento de añudarlo al cuello ¿Y los clarineros, las palabrotas, los cantos y los silbidos? Solo silencio, y quiere que el Txupinazo suene, retumbe más fuerte que nunca.
El recuerdo de ese trueno sordo retumbante, no acaba de irse de él. Era interminable como un desprendimiento de tierra o hielo, en un lugar desierto. Detenía su aliento, y un sudor frío lo recorría largamente por dentro hasta hacer desaparecer todo lo demás. Lo ahogan las sensaciones. No hay griterío. Es insólito. No sabe que pasa. Las piernas le tiemblan. Cierra los ojos pero las preguntas no callan. Decide cantar Piel Canela, su canción favorita, para espantar y vencer ese diluvio de vacío, y no la recuerda.
Ya anochece. Bosteza transfigurado. Quiere bordear la cama lentamente y acostarse, pero vacila ante una puerta entreabierta. Ignora que nuevamente se ha perdido cruzando el pasillo.