Certamen Microrrelatos


XVII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

EL PAÑUELO ROJO ERA LA VERDAD DE LA VIDA.

Jesús De La Ossa Abril

El pañuelo rojo era la verdad de la vida.
El toro, su consecuencia.
Navegábamos al filo del amanecer, rendidos de espuma y fiebre, sobre el frío adoquín de Pamplona. Los sueños calzaban zapatillas blancas y sonrisas que el tiempo, por más que quiso, no logró borrar.
La juventud era correr delante del viento, juntar papeles contra ese vendaval inasible; era, también, el intento de aovillar el destino en un San Fermín que se volvió eterno.
La muchedumbre espera el milagro: la chispa de lo trascendente.
Mientras tanto, el escritor —ese alquimista de instantes— convierte la anécdota en grandeza, lo fugaz en identidad.
Sobre el laberinto de la soledad, sobre el realismo mágico que pisan los pies descalzos del rito, edificamos cada año la pureza de lo absoluto: una comunión entre tablas y cuernos, entre temblor y coraje.
Preciso como las gaviotas, el reloj nos marca.
Pamplona no es sólo una fiesta.
Es una teoría de la Fiesta.
Una alegoría que sólo se comprende desde su niebla, desde el andamiaje humano que la envuelve como una segunda piel.
Y en ese escenario —transfigurado y transfigurador— se puede, acaso, comprar el destino.
 

FIELES A SU CITA

Jesús Navarro Lahera

Un seis de julio más, y después de arreglar a Miguel, me fui al cuarto de Teresa antes de que se nos hiciera tarde. Entré y la vi sentada en la cama, con el camisón puesto, aunque ya llevaba a la cintura la faja roja y anudado al cuello el pañuelo del mismo color. Sonreí y le dije que primero tenía que ponerse la falda y la camisa, y ella respondió con tono malhumorado que prefería llevar pantalón, y añadió que me diera prisa, que no quería perderse por nada del mundo el Chupinazo.
Aunque era más fácil vestirla con falda, opté por no llevarle la contraria y la ayudé primero con los botones de la camisa, y luego la tumbé para ponerle el pantalón. Después, ya con el atuendo sanferminero, ella, coqueta a pesar de los años, insistió en que quería llevar una diadema u otro adorno en el pelo, y yo, tras lanzar un suspiro, me dirigí a la habitación donde tenía mis cosas y cogí un sombrero en tono escarlata que le encasqueté en la cabeza. Entonces, por fin, salimos juntas al pasillo y caminamos hacia la sala de televisión, donde ya estaban, felices, el resto de abuelitos de la residencia.  

SAGRADO MOMENTO DEL BOCATA

Jesús Jiménez Reinaldo

El momento más importante de mis fiestas es siempre el mismo: entre el tercer y cuarto toro de la corrida, en el tendido de sol, saco mi bocadillo de tortilla de la ama y me lo como a mi ritmo, solo pendiente de mi respiración y de mi estómago, así la faena del maestro esté siendo de antología, que yo vengo al evento por los colegas y no por los toros, para comerme el bocata y compartir la bota y el calimocho, lanzar harina a la concurrencia y partirme el culo con los tontos del tendido de sombra, que tampoco sé yo muy bien a qué vienen si protestan por todo.
Ahora mismo hay mucho ruido, mucha charanga, mucha hostia, y casi no puedo concentrarme en la masticación, hasta trece veces por bocado, como leí en no sé dónde. Estoy viviendo para dentro, como a mí me gusta cuando muerdo y mastico. La plaza trepida, se mueven las gradas y la concurrencia sale a la carrera dando alaridos hacia los vomitorios; es como un terremoto después de otro, un terremoto al cuadrado. Pero yo, de aquí, no me muevo mientras me quede tajo pendiente entre las hojas del papel de aluminio.
 

EL CHUPINAZO

Jesús Clavería Fuentes

EL CHUPINAZO

Don Augusto, invitado de honor e hijo predilecto de la ciudad, apareció muerto en la habitación de su hotel abrazado a una botella de vodka vacía. ¿Homicidio o simple fatalidad?, rezaban los titulares de prensa al día siguiente. Alertados por la noticia, dos pingüinos que regresaban a casa de madrugada declararon ante la policía haber visto a un energúmeno dando tumbos por la Plaza del Castillo. “Caminaba como lagarto a dos patas”, dijeron. Aquella descripción fue definitiva. Lo encontraron dos horas después, totalmente dormido y deshecho por la borrachera junto a la iglesia de San Lorenzo. Amaneció con dolor de cabeza. Aun así, durante el interrogatorio, demostró una sinceridad inusual cuando reconoció haber estado en la habitación de los hechos:
-Me desperté con sed, -confesó-. Pensé que era agua; pero aquello sabía a trilita.
-Entonces… ¿me quiere hacer creer que don Augusto murió del susto? – se burló el comisario.
¡Y yo qué sé! – protestó llorando el dinosaurio – Le tengo dicho que cuando desperté ese hombre ya estaba allí.
 


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LEJANÍA

Javier López Vaquero

La sombra de la incertidumbre se cernía aquella noche y a pesar del relajante muscular, se desveló varias veces. Los Cebada Gago tenían la culpa de ese desasosiego.
Despertó con las primeras luces y con la liturgia que requería la ocasión se enfundó despacioso el traje blanco, impoluto y se ató el pañuelo rojo. Aunque sentía un nudo en el estómago hizo un esfuerzo ímprobo para tomar un café y un pedacito de paczki y así facilitar la ingesta de la pastilla para la tensión.
La televisión ya tomaba el pulso de la calle. Con torpeza estiró los músculos anquilosados y cuando comenzó el primer cántico a San Fermín un subidón de energía electrificó su cuerpo.
El cohete rasgó el cielo y los toros salieron disparados por la cuesta de Santo Domingo derrotando a los lados. Era su tramo preferido. A partir del Ayuntamiento le poseyó una sensación etérea, somnolienta que se difuminaba entre Mercaderes y Estafeta y en la Plaza se convirtió en alivio. Cuando los toros entraron en toriles, suspiró. Estaba extenuado. Se tomó un instante de descanso, luego apagó el televisor y marchó raudo hacia el mercado de Stary Kleparz donde su esposa Malgosia ya había abierto la frutería. 

SUERTE Y SANTO

Javier Ignacio Zalba Ibáñez

El ritmo de las dianas entró en la habitación. Despiertas, ¿quién podía dormir más ese Gran día?
¡Un año ya! ¿Te acuerdas?
Desdoblé la hoja y comencé a leer emocionada.

No estaba en nuestros planes de aquel 7 de Julio, pero desde que pisamos Pamplona, al son del primer encierro, el eco de la Plaza nos revolvió, los toros habían llegado… y nosotras también.
Cuatro treintañeras y nuevas amigas de viaje a Santiago, sentimos el impulso de conocer aquellas Fiestas. ¡Ane!, fuiste pamplonesa en otros tiempos, intuías la aventura, y sin excesiva pasión comentaste: ¡Damos una vuelta y mañana retomamos el Camino! Tus palabras escondían muchos sentimientos.
Sin botas y con camiseta blanca, fuimos en busca de un pañuelo, del ambiente, la gente, la música en la calle, risas y danzas…
¡Horas emocionantes! La Fiesta bullía, no queríamos marcharnos.
El brillo rojizo del atardecer se detuvo en aquel balcón, y sobre él, «tu chico pamplonica». Sus amigos agitaron sombreros y saludos. ¡Festival de emociones! ¡Es él! Sonreíste.
¡Pareja!, Inolvidable aquel baile callejero, aquella noche de abrazos y decisiones. Entre miles de almas distintas, encontraros… Suerte o Santo. Santiago esperó.
¡Vivan los novios! ¡Viva San Fermín!
Guardé el escrito. Unas horas y la
Fiesta comenzaría.
 

LA MAGIA DE LAS 12

Jesica Equisoain Blanco

Me desperezo y miro al reloj. La aguja del segundero va al compás de mis latidos. Rápido, paseándose por todos los números como se pasea la adrenalina por mi cuerpo. Esta fiel compañera no falta a su cita cada 6 de julio.

Habitualmente hago ayuno intermitente, de ese que te venden en las redes sociales y te crees a pies juntillas. Hoy, sin embargo, el almuerzo parece de reyes, no se perdona. Las calorías no importan, ni los empujones, ni que la faja apriete un poco más y las horas de sueño sean un poco menos.

Este día siempre hay alguien nuevo en la mesa. Lo contrario a lo que sucede en las celebraciones de Navidad. Y hay una frase que se repite cada año, justo antes de que cada uno elija con qué va a acompañar los dos huevos fritos de su plato.

– ¡Pues la plaza del ayuntamiento parece más grande en la tele! – exclama mi primo Fran.

Como navarra de adopción, habitualmente respondo, pero con este invitado tomo silencio.

Porque sí, cuando dan las 12 y se lanza el chupinazo, esa plaza es tan grande como parece. Porque la ilusión, la emoción y los cánticos no ocupan espacio… ocupan corazones.  

LA ILUSIÓN DE SAN FERMÍN

Jessica Cañizares Cano

Centenares de pañuelos rojos destacaban bajo el sol, sobre la blancura de sus portadores, impacientes, acalorados, gritando ávidos alterando el resto de la multitud. Un pequeño cuerpo se asomó por el balcón del ayuntamiento, el silencio reinó. Con ayuda de una banqueta carmesí se alzó sobre los presentes. Su pañuelo hacía destacar sus ojos azules como el cielo que se cernían sobre ellos, risueños y brillantes. Con ayuda de una bocina se dirigió a los presentes: —“Mi mamá siempre me contaba cómo corría en esta fiesta cada año cuando era niña, decía que era su día más feliz del año. Cuando mamá se quedó sin pelo se ponía este pañuelo rojo en la cabeza cada San Fermín, era el único día del año en el que sonreía. Mamá ya no está pero ella querría verme aquí diciendo, ¡viva San Fermín!” Todos aplaudieron, lágrimas se derramaron y en cuestión de segundos el cohete se disparó y la adrenalina estalló.
 


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ATRAPADO EN EL 6 DE JULIO

Javier De Prada Perez

Suena la alarma. Se ducha con ese reconocible aleteo en el estómago. La ropa blanca bien planchada la noche anterior. Sale corriendo hacia el bar del almuerzo. Están los amigos de siempre con rostro risueño.
– ¡Cada año más tarde!, refunfuña el camarero.
Brazos al aire en la plaza del ayuntamiento, nudo en la garganta y nudo en el pañuelo. La felicidad dura varias horas. Llega al éxtasis con un morreo de la chica de sus sueños. El día termina con sensación de inmortalidad y salta a correr el encierro. Delante de un toro castaño siente que la vida se sublima y esquiva un derrote asesino en el último momento.
Se despierta sudoroso. Suena la alarma, ducha rápida, ropa blanca y carrera para el almuerzo.
– ¡Cada año más tarde! rezonga el camarero.
Chupinazo, un beso apasionado y la felicidad que dura todo el día. Vuelve a saltar el vallado y entra en la plaza exultante citando a un toro colorado. Tropieza y cae al suelo.
Un espasmo lo despierta de nuevo. Mira la ropa limpia doblada en la silla y recuerda la frase de su abuelo agonizante:
– Tranquilo, en el cielo es 6 de julio todos los días. 

DESPERTARES

Javier Manero Martinez

El suave tañido del cencerro del cabestro que recorre lentamente el corral de Santo
Domingo cerca de mí, casi me arrulla cuando está amaneciendo.
Ayer nos hicieron correr, mientras caía la luz, cuesta arriba y aquí nos tienen sin comida
y con poca agua que no me apetece probar.
Estoy tranquilo pero me da que algo va a suceder pronto.
Soy hijo de Langosto y Marismeña, de color castaño, bien armado en la cabeza, guapo
me veo yo.
Se oye a lo lejos una música ronca que se repite y suena a himno y a miedo.
Un hombre que lleva toda la noche vigilándonos nos grita para que nos levantemos.
Uno de mis hermanos choca sus astas con las mías sin violencia pero alertándome de
que está asustado.
¡¡SSSSSSSHHHHS!! Se abre la madera que nos impedía ver la calle y como
hipnotizados seguimos al buey que manda sobre todos. Un ruido estruendoso termina
por azuzarnos para buscar la salida ¡¡PUUUUMMM!!
Intento no resbalar al salir y sentir en mis pezuñas la dureza del asfalto.
Al fondo una masa blanquirroja que se agita y acerca hacia nosotros.
Otro manso al que voy pegado nos grita: ¡¡¡ Chavales manteneros juntos, bienvenidos al encierro de Pamplona!!! 

TÚ CORRE, QUE YO VOY CONTIGO

Javier Muruzábal Cuevas

—Tú corre, que yo voy contigo —me decía siempre.

Yo tenía dieciséis años y más miedo que valor. Él, en cambio, tenía el don de la temeridad y una cicatriz en la ceja que usaba como medalla.

Aquel 7 de julio fue el primero que me dejó acompañarle hasta Estafeta. Me enseñó a respirar, pisar los adoquines y saltar la valla si algo iba mal.

—Tienes que hacerte grande con cada zancada —me decía.

—Y pequeño si te caes —respondía yo.

Aquel día corrí con él. Sentí el aliento de los toros cerca, pero más cerca aún sus gritos animándome. Fue el primero de muchos encierros juntos.

Después vinieron los años lejos: la mili, las prácticas y los veranos que se nos quedaron en promesa. Él envejecía en blanco y rojo; yo, en negro oficina. Dejé de correr.

Hasta esta mañana.

He bajado del tren, he anudado su pañuelico a mi cuello y me he calado bien el miedo. He saltado al recorrido con las rodillas temblando y el corazón en los talones.

Y cuando he llegado a la plaza, entre el rugido de la gente y las charangas, he oído su voz, clara como un txistu:

—Tú corre, hijo. Que yo voy contigo. 

EL ENCIERRO

Javier Rubio Claramonte

Ahí estamos todos, juntos, sudando nerviosos, ya sabemos que falta poco. Se palpa en el , en esas miradas de complicidad que nos lanzamos los unos a los otros. Siento mi corazón latir cada vez más rápido, casi se me sale por la boca.
De repente un disparo seco en el aire, se abren las puertas. Vamos corriendo entre las calles estrechas, rodeados de camisas blancas con pañuelos rojos por todos los lados escuchando el sonido familiar del chocar de los badajillos de hierro contra las campanas de cobre. A mi izquierda un tumulto de camisas blancas, una caída seguramente. Embestidas por doquier a todo y a nada.
Nunca han corrido tanto las noticias como en las manos de los que corren.
Vamos doblando esquinas de calles cada vez más concurridas, acercándonos a nuestro destino, un paso estrecho y por fin la arena.
Sigo la capa de color rojo y por fin llego a mi redil. Cansado, nervioso, pensando en que pasará esta tarde.
 


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ALGO MÁS QUE PALABRAS

Javier Crespo Dueñas

Un chupinazo colocaba a España en primera plana del mundo. Eso nos decían. A las 7 en punto, la televisión transportaba a medio país por el casco antiguo de Iruña. Un itinerario en blanco y negro que discurría al galope de una manada de astados. El mismísimo Hemingway había corrido delante de ellos mostrando al planeta que esta no era cualquier fiesta. En ocasiones, algún locutor enardecido profería excéntricas semejanzas entre los pañuelos rojos de los mozos, el color del vino, la bandera o la sangre de los caídos en una gloriosa cruzada.
Yo solo era un crío que no entendía nada y, además, me caía de sueño. Acabado el encierro, mi padre se iba al trabajo, mamá a sus tareas y yo volvía a dormirme con la cabeza atiborrada de curiosas palabras: astados, cruzada, cabestros…
Los días siguientes se repetía el mismo ritual, a veces, sin mis padres. No supe por qué se marchaban hasta que descubrí otra enigmática palabra: estraperlo. En esas situaciones, para no dejarme solo, venían a casa la prima Mariluz y su madre. Mi tía, terminados los encierros, se quedaba traspuesta. Nosotros, no. Luz, mayor que yo, pasó muchos Sanfermines descubriéndome ese mundo que no siempre precisa de palabras.

 

DE PINCHOS

Javier Rodríguez Rodríguez

Mi hijo Iván quiso usar su deseo anual de cumpleaños para hacer que en el último encierro de San Fermín nos cambiáramos los papeles toros y corredores.
Hasta ahora nunca le habíamos negado ningún capricho, —y no iba a ser esa la primera vez— y a su favor debo decir que, desde luego, la experiencia resultó de lo más interesante.
Soraya, mi mujer, parecía pasárselo bomba persiguiendo a los toros, e Iván, lo mismo, corriendo a su lado. Yo, a mi vez, mal que bien, hacía lo que podía con mi cuerno en la cabeza pesándome demasiado. Delante mí, un toro salinero trotaba cansinamente, dando la sensación de que le importaba un carajo si yo le embestía o no. Decidí acelerar un poco y me acerqué al animal. El buey frenó en seco y chocamos violentamente. El cornúpeta se dio la vuelta y, al mirarme, me pareció adivinar en la expresión de su mirada que desistía de seguir corriendo.
Tras unos instantes de tensa espera, el animal me dijo, en un perfecto euskera, que prefería tomarse unos pinchos por la parte vieja que pelearse conmigo.
Yo, cabeceando enérgicamente con la cabeza, le hice ver que me parecía una idea excelente.

 

ROJOS COMO LA SANGRE

Javier Yagüe Criado

Rojos como la sangre
Pamplona amanecía con los nervios tensos y los pañuelos al cuello. En el aire flotaba ese olor mezcla de pólvora, vino y miedo. Iker, con el corazón bombeando tambores, apretaba los nudillos mientras el cohete ascendía al cielo.
Primer estallido: los toros arrancaban.
Corría. No por la gloria ni por las cámaras, sino por ella.
Ane solía decir que San Fermín era un rito, no una fiesta. «Aquí uno corre delante de lo que no puede vencer, solo para demostrar que no le teme», decía, sonriendo con esos ojos que solo abría del todo cuando se reía de verdad.
Ane ya no estaba. Se la llevó otro julio, otro encierro, cuando una cornada la alcanzó entre los gritos y la muchedumbre. No corría, solo miraba.
Iker no volvió desde entonces, hasta hoy.
Hoy corre por ella.
Las pezuñas retumban tras él, el suelo tiembla, y el tiempo se estira como un pañuelo rojo en el viento.
Cuando llega a la plaza, exhausto, alza la mirada al cielo.
«Va por ti, Ane», susurra.
Y mientras el sol se alza sobre Pamplona, él jura que ha sentido su risa entre el estruendo.
 

VIVIR

Javier Saralegui Olite

Preparar. Disponer, organizar. Comprar. Renovar. Planear. Llamar, reservar. Enfadarse. Llamar, buscar, encontrar. Relajarse. Querer, ansiar. Esperar. Esperar. Salir. Empezar. Invitar, disfrutar, buscar, reír, reñir, abrazar, empujar, agobiar, reunir, comprobar, controlar, exceder, subir, bajar. Volver. Limpiar, asear, vestir, empezar. Quedar, compartir, recordar. Pedir, pagar. Refrescar, agitar. Parar. Retomar. Andar. Recomprar. Revender. Asistir. Apreciar, temer, observar. Callar. Aplaudir. Pedir. Vitorear, alabar, ensalzar, encumbrar, exaltar. Merendar. Salir. Reencontrar. Juntar. Pensar. Sentarse. Abrigarse. Otear. Escuchar, ver. Impresionarse. Callar. Aplaudir. Recogerse, abrazarse, dormir. Dormir. Continuar. Seguir, insistir, intentar, poder. Desistir. Descansar. Convencerse. Lograr. Comer, salir, reír, emocionar, abrazar, querer, pagar, gastar, gastar, ilusionar, bailar, olvidar, recordar, insinuar, decir. Vivir. Vivir. Recuperar, trabajar, sufrir, mirar, leer, dormir, alimentarse. Hablar, reengancharse. Pedir, asistir, descorchar, compartir, mojarse. Salpicar, cantar, aguantar. Aguantar. Volver, cambiarse, parar. Seguir. Cocinar, mandar, cenar, recoger. Limpiar. Recapacitar, acertar, descansar. Apagar. Dormir. Desayunar, ver. Visitar, contar, revivir. Edulcorar, embellecer. Adormilarse. Sestear. Evadirse. Huir. Retornar. Deleitarse. Disponer, hacer, intervenir, conversar, confiar, confesar, contar. Tolerar, resistir. Revivir. Atisbar. Acercarse. Intuir. Llegar. Compadecerse. Sufrir. Afligirse, emocionarse. Animarse. Encender, apagar. Quitar. Volver. Gozar, pensar, rememorar. Repetir. Esperar. Esperar. Evocar. Esperar. Descontar. Esperar. Planificar. Esperar. Desear. Esperar. Esperar. Esperar. 


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LOS ÚLTIMOS SANFERMINES

Jaime Martín Martinez

Ion, queda un mes para que vengas al mundo y tengo que contarte esta historia.
Conocí a tu padre un 9 de julio. Salíamos de la plaza de toros con la peña Armonía y en el primer bar entré a pedir. Estaba muy lleno y unos ojos azules cerca de la barra me preguntaron qué quería. El katxi de cerveza vino acompañado del chico tan majo que había pedido. Era de fuera, estaba solo y se quedó con nosotras. Sus bailes y su conversación me enamoraron en minutos. Pronto nos separamos de la cuadrilla para tomar un bocata para depués, a las tantas de la madrugada, invitarme al piso donde se quedaba a pasar la noche. La pasión hizo el resto.
Al día siguiente yo estaba radiante y él algo más triste, me contó una historia que no pude creer hasta que, cuando estábamos tomando un frito para empezar otro día de fiesta, un robot humanoide disparó contra él matándolo. Yo escapé por una calle Estafeta llena de gente de blanco y rojo.
Me dijo que era del futuro y que tú serías el jefe de la resistencia en la guerra contra las máquinas y que aquellos serían los últimos sanfermines de la humanidad. 

CONFESIONES DE UN CAMARÓGRAFO AFICIONADO DURANTE SU CONVALECENCIA

Jairo Batista Labrada

¿Cómo creen que un aficionado que busca visualizar su obra, y aspira a convertirse en camarógrafo profesional, encontrándose de visita en Pamplona durante la Fiesta de San Fermín, no se iba a sentir tentado a filmar el espectáculo de un encierro? El problema fue la posición, me coloqué detrás de una simple valla, y ya saben, la multitud despavorida, unos toros furibundos, el nerviosismo de un primerizo,… regulaba el lente, quise tomar de frente a aquella bestia como cuando embiste el capote de brega: sus ojos encandilados, los afilados cuernos, su resoplido,… el golpe, y no supe más de mí. Tal vez el estado en que me encuentro no me permita asistir a la ceremonia de premiación, pero un reconocimiento como este, bien mereció el riesgo.
 

BODA EN LOS SANFERMINES

Jairo Manuel Sánchez Hoyos

Nací en la finca Torre Vieja, México. Desde los diez años he deseado ir a los Sanfermines. Hoy, nueve años después, mi padre ha vendido una de las casas para mi boda. Pero en completo sigilo, tomé un taxi al aeropuerto. «La boda puede esperar», me dije.
Corro, río, vitoreo; cuernos de marfiles rozan mi camiseta. No tengo miedo, puro entusiasmo. Es lo que siento en esta tarde de blanco y rosa. Piscas de babaza, arenisca y espuma adornan mi cara. El olor de las moles me hace sentir en la parcela de mi abuelo. La noche cae con derroche de luz y alegría. Me dirijo al hotel en completa felicidad. La tarde siguiente, tarde de grana y fuego, ¡oh!, sorpresa, es Lupita, mi prometida. Nos damos el más dulce de los besos.
¿Cómo lo supiste? Vi tu rostro en el noticiero. Casémonos en los sanfermines.

 

PAMPLONA ENCANTADA

Javier González Delgado

El Chupinazo es la señal que me invoca, cada año igual. Como espíritu festivo, me manifiesto y empiezo a crecer. Alimentándome de la música de las charangas y acompañando la marea blanca y roja que avanza pañuelo al cuello. En esas horas tempranas me deleito con la santa procesión, reservando energías para el encierro inaugural. Al día siguiente, se ilumina el cielo al toque de diana en una ciudad insomne. Pasadas esas primeras veinticuatro horas, escolto a propios y forasteros por un casco viejo transformado en un río de nervios que huele a toro bravo. Nadie escapa a mi poder: embauco a mayores y pequeños con gigantes y cabezudos, vivifico verbenas con chistorras y chiquitos, y cada tarde insuflo alegría renovada en el ánimo de hermandad de las cuadrillas. Por las noches, conciertos que perpetúan una tradición frenética, encadenando las horas de un reloj que parece infinito: música, bailes, cantos, fuegos y la jarana de las peñas. Casi doscientas horas de locura con vocación de esquivar el final de todas las cosas que son y serán. Doscientas tres horas después de la detonación inicial miles de gargantas ensayan mi despedida con el “pobre de mí”. Doscientas cuatro y me esfumo en el punto final.