Certamen Microrrelatos


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

EL ÚLTIMO SAN FERMÍN DE HEMINGWAY

Raúl Oscar Ifrán

Ernest Hemingway despertó y, enseguida, supo que estaba en el Hotel Quintana de Pamplona. Se tocó la cabeza y ella estaba en su sitio. Se sorprendió porque recordaba habérsela volado de un escopetazo en su casa de Ketchum, Idaho, en 1961.
Él debería estar muerto. ¿Qué estaba sucediendo, entonces?
Fue cuando vio sobre la mesita de noche las entradas para la Feria de Toros de San Fermín del año en que se mató. Allí lo comprendió todo. Era tanta su pasión por los San Fermines, que el destino le daba una nueva oportunidad de tener la muerte heroica que merecía un escritor de su talla.
Se vistió con traje de pamplónica: camisa y pantalón blancos, faja y pañuelo rojos. Empinó un largo trago de wiski y salió a la calle que su memoria conservaba con tanta nitidez como una fotografía.
En el otro extremo, bufaba un toro negro y sacaba chispas del suelo con las pezuñas. Se miraron y los ojos de ambos flameaban. Ernest apuró otro trago.
– ¡Viva San Fermín! -gritó y emprendió una frenética carrera hacia la bestia.
Después de un momento de vacilación, el toro bravo se lanzó en atronador tropel hacia el hombre. Los pitones apuntaban derecho al corazón.
 

NACIDA EN PAMPLONA SOY

Rebeca Pérez Campo

Nacida en Pamplona soy‚ tierra de inmenso valor‚ no sólo por su nombre si no por su gran tradición.
Personas de todo el mundo acuden a ella sin cesar. Tierra de culturas y un lugar sin igual.
Y es que ya lo dice la canción ”que no hay en el mundo entero una fiesta sin igual“ pues todo aquel que aquí viene ya no se quiere marchar.
Celebrando por todo lo alto siempre hay bullicio en la ciudad y contando los días pasan luego hasta volver a empezar aquellas fiestas que sin duda alguna nadie puede olvidar.
Por sus toros es temida y conocida a la par y por su ambiente festivo y de gran jovialidad en el que todos unidos celebramos sin parar. ¡Viva Pamplona querida! ¡Viva Navarra y San Fermín a la par! ¡Cantemos todos con gozo pues siempre hay mucho que celebrar!
Alegría en las calles. Suena el cohete y el ríau ríau y también los pasacalles con charangas sin parar. Mires donde mires gaiteros y gigantes y cabezudos y mucha festividad. Hasta magos y gran magia porque en esto se transforma la ciudad que no duerme ni de noche ni de día en 7 días que siempre recordarás.  

SAN FERMÍN

Rebeca Dueñas González

Todos estáis invitados. Comienza la magia. Negros, blancos, pardos, rojiblancos… toros y mozos recorremos juntos las calles. De repente, uno queda rezagado, mira alrededor observando tranquilamente al gentío, pero pronto sigue su vereda callejón abajo. Otro, dobla las manos a la vez que yo también tropiezo. Los dos rozamos la valla, sin embargo, el animal no embiste, se recompone rápidamente y continúa su camino saltando por encima de mis compañeros caídos. Desbordamos adrenalina. Estamos exhaustos, pero sonreímos satisfechos; los toros han llegado al ruedo.
El pequeño de la casa, que cámara en mano, lo ha grabado todo, tiene la respiración acelerada y aún tiembla mientras nos habla. El encierro, desde la barrera, ha hecho vibrar cada uno de los poros de su piel.
No hay heridos de asta. Continúa la fiesta. ¡Vaya semana nos espera!
 

UNA NOCHE MÁGICA EN PAMPLONA

Ricardo Miñana Catalá

En la tranquila ciudad de Pamplona, España, el aire estaba impregnado de una vibrante anticipación. El sol comenzaba a asomarse por encima de las colinas mientras los primeros rayos de luz iluminaban las calles adoquinadas. En cada rincón, el bullicio de las preparaciones y la emoción se palpaban en el ambiente.

Era el inicio de las tan esperadas fiestas de San Fermín, una celebración que traía consigo una energía única y un espíritu de alegría desbordante. Los ciudadanos, ataviados con camisas y pañuelos rojos, se reunían en las plazas y calles para dar inicio a nueve días de diversión y tradición.

En la emblemática Plaza del Ayuntamiento, el corazón de la fiesta, se encontraba el reloj del ayuntamiento, cuyas campanadas resonaban en el alma de los pamplonicas. A medida que el reloj marcaba las 12 del mediodía, la multitud contenía la respiración. Era el momento cumbre, el encendido del chupinazo, un cohete estruendoso que anunciaba oficialmente el comienzo de las festividades.
La plaza estalló en una sinfonía de vítores y aplausos, confeti y serpentinas llenaron el aire, creando una lluvia de colores que teñía de alegría el lugar. El espíritu festivo se desató y el júbilo contagió a todos los presentes.
 

LOS SANFERMINES. UN SENTIMIENTO.

Ricardo Badenes Velasco

Ahora ya sé que los Sanfermines son, ante todo y sobre todo, un sentimiento. Ahora entiendo las lágrimas de mi padre aquel ya lejano 6 de julio cuando, yendo en el coche por Valencia, escuchamos por la radio el mítico “Pamploneses, viva san Fermín”. A través del retrovisor del coche nuestras miradas se cruzaron, pero ni una sola palabra nos dijimos; no hacía falta, aquel día entendí muchas cosas. Y ahora entiendo perfectamente por qué, cuando murió mi abuelo, mientras sus restos mortales entraban en el templo parroquial de mi pueblo, sonaba aquella música maravillosa que yo entonces no conocía… Mi padre nos dijo a mi hermano y a mi, “escuchad esta música y luego os cuento”. Era la Biribilketa de Gainza, la música que hace llorar a mi padre. No se podía marchar mejor acompañado nuestro abuelo, con la Biribilketa y el pañuelico rojo que mi padre le puso dentro del féretro a la altura del corazón, lugar donde él y su hijo, mi padre, llevan al santo morenico y todo lo que representa. Algún día, cuando las circunstancias me lo permitan, yo también viviré esas fiestas, esos momenticos que emocionaban a mi abuelo y hacen llorar a mi padre. ¡¡¡SERÁ ESTE AÑO!!!
 


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MI TRAGEDIA GRIEGA

Raquel Lozano Calleja

El periódico enrollado en su hercúlea mano, apuntaba hacia la imagen de San Fermín junto al mío. Con sólo una mirada, sus ojos eclipsaron la cuesta de Santo Domingo y mi pulso.
Mi capacidad innata para la observación se fijó en el dibujo de su camiseta blanca y en la barbita descuidada a lo Anthony Quinn en Zorba el griego.
“Jroña que jroña”, dije con voz profunda y ligero pestañeo a modo de guiño. En realidad no sé qué significa, pero si es para vender yogures tiene que ser un bueno.
Soltó una carcajada y en ese momento supe que aquella boca sería mía. Comencé a cantarle al santo nervioso, no por los morlacos, sino por él. Mis ventrículos ya eran Troya y Esparta en la Ilíada.
El cohete deshizo el grupo de mozos pero yo le seguí de cerca. Aunque soy torpe por naturaleza, me sentía un Miura tras sus pasos, un Jandilla recortando su cintura… Pero tropecé y caí sobre él. La magia se desmoronó como en su día también lo hizo la acrópolis. Me llamó imbécil en un perfecto castellano y así lo sentí yo en todos los idiomas.
En fin, más cornadas da el hambre, pensé.
 

COMPARSA

Raúl Garcés Redondo

– Había unos reyes gigantes – relata eufórico el niño – También cabezudos. Y unos hombres a caballo llamados zaldikos. Pero los que más me han gustado han sido los kilikis. Mi preferido es el Berrugón. Tenías que haber estado, papá.
Y el padre le revuelve, cariñoso, el cabello al niño con la misma mano con la que, horas antes, sujetaba la verga de espuma.
 

BELLEZA ANIMAL.

Raúl Peñalba Gómez

Ava apuraba el primer dry martini de la mañana, apoyada en la barandilla del balcón de la primera planta de la calle Estafeta con Mercaderes. Estaba situado en la parte izquierda de la misma, lo cual le ofrecía una panorámica espléndida de casi toda la calle y de la famosa curva.
— Este Ernest sabe elegir bien—pensó—.
El cohete la sorprendió sirviéndose el segundo dry martini, encendió rápido un cigarrillo, arrojo el paquete de Chesterfield a la mesa y corrió hacia el balcón.
El colorido de la vista la excitaba sobremanera, la hipnotizaba sumergiéndola en un maravilloso trance. La masa de gente que cubría completamente la calle de color blanco con pinceladas rojas, subiendo a la carrera, muy junta, rápida e inestable, dejaba espacio a islas donde el majestuoso color negro avanzaba, sobrio, amenazante, seguro.
El impresionante choque bajo el balcón le erizo el vello, al mirar hacia abajo, el toro se erguía poderoso, ella fascinada le miro a los ojos y durante un breve instante sus miradas confluyeron, una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo. Suspiro, mientras le veía alejarse formando de nuevo su isla.
¡Entusiasmada, sonrió mientras exclamaba!: — «Ese sí es el animal más bello del mundo» —.
 

ME ENAMORÉ

Raul Tornay

Cuando la vi en la plaza me paralicé. Mi aliento hizo un parón y mi corazón explotó y se aceleró. Ella esperaba en la plaza con unas amigas, junto a centenares de personas que miraban hacia arriba aguardando el chupinazo. Llevaba un pañuelo rojo trenzado en el pelo formando una jovial coleta. No la conocía, nunca antes la había visto. Fue ese día cuando la vi y me enamoré al instante. Nació dentro de mí una llama, una ilusión, una alegría de vivir que jamás antes había experimentado. Me acerqué con timidez y quise decirle algo, pero el gentío y el ruido hacía difícil mi proyecto. Quise volver, asumiendo el fracaso. Pero, no pude. Algo me frenó dentro de mí. Era mi corazón que me decía que no podía irme. Me decía que era ella mi destino, que era ella mi amor, que no encontraría otra igual. Me llené de valor, cogí aire y me acerqué un poco más hasta ponerme completamente delante de ella. La miré, pero ella miraba arriba igual que el resto. No sabía qué hacer, no quería hacer algo mal. Deslicé mis dedos suavemente sobre su mano y ella bajó la cabeza y me miró. La besé y me besó. 

LA SENDA SANTA

Raúl Pérez López

San Fermín es tan chiquitito, que ante él los gigantes parecemos nosotros. Así de generoso es.
Pero es duro. Aguanta todas las fiestas de los mozos. Porque también es muy alegre.
¿Sabes por qué es tan pequeñito y duro? Porque es como el hueso de un melocotón. Él está en el centro; y nosotros somos la pulpa que lo envuelve.
Quieto, firme. Parece que no hace nada. Pero, como el corazón del melocotón, sin él no palpitaría alrededor la vida…, extendiéndose, ensanchándose…, tierna y jugosa…, llena de sabor, de sonidos que morder…, gozosa en su exuberancia…, pero mantenida por el corazón firme y pequeñito de su interior. Como el corazón de una fruta.
—Ya lo sé. Me lo ha dicho las otras seis veces que hemos pasado por aquí.
—¿Era eso? Creía que veía repetido.
—Padre, por favor. Intente recordar dónde ha metido el coche.
—Ya te lo dije. En la guantera.
—No. Ahí es donde están las llaves de la iglesia.
—Entonces el coche está al lado de las llaves.
—¡¿Qué!?…
—¡Mira! ¡San Fermín!…
—¡Deje la bota!, que hará falta el vino para consagrar.
—…¿Sabes por qué es tan chiquitito?
—¡Señor! Este año sí que va a empezar tarde la misa de vísperas.
 


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FÉLIX

Ramón Fanés Gil

Fue de niño, con mis padres. No vi un toro, no me dejaron.
Estuve en bares, oliendo a pincho y viví, como hacen los niños, con los ojos muy abiertos.
Me había roto el brazo. Por eso no había ido al campamento. Enseguida acepté un viaje con mis padres.
Parada obligada fue Pamplona, con la gente alborotada al primer chupinazo.
La anécdota vino de la mano de Félix Rodríguez de la Fuente. Estaba en un bar repleto, sentado a su mesa, tomando pinchos.
Al vernos desorientados, nos ofreció sitio. No recuerdo qué dijimos, pero estábamos cómodos.
Félix observó que me bailaba un diente de leche. Pidió permiso a mis padres y, con una servilleta, me lo quitó.
Ese es mi recuerdo. También su voz. La reconocí al ver los programas de FAUNA.
Voy a Pamplona cada año. Lo hacemos desde Fonz, un pueblecito aragonés en el que tenemos casa.
Vamos al mercado y compramos toro. Nos garantizan la procedencia y nos cuentan el final del toro en la plaza. También nos llevamos piparras y alubias.
Todo Pamplona está más vivo. Es el espíritu de la fiesta que es eterno.
Andando vinos, perdidos por calles, busco aquel bar, siempre con esperanza, pero no sé volver.

 

PERDER POR 8 A 0

Ramón Ferreres Castell

Cada vez que los toros aparecen en pantalla aguardando en los corrales de Santo Domingo, la abuela y yo los observamos con detenimiento. Me concentro tanto que no me entero de nada más de la retransmisión. Lo que se enfadó el tío Alberto cuando lo entrevistaron instantes antes de correr el encierro y le comenté que ni me había dado cuenta, pero intentar ganar a la abuela es más importante. Tras fijarnos en cada detalle, su complexión, cómo se comportan, incluso el color ―yo los prefiero colorados o castaños; la abuela, azabaches o zaínos―, escribimos en un papelito qué astado pasará antes por delante de casa y, en cuanto escuchamos el cohete, salimos disparados hacia el balcón para comprobar quién ha ganado.

Lo pasamos realmente bien, aunque estoy un poco cansado de perder año tras año, encierro tras encierro. Dice que la experiencia es un grado, pero creo que hay algo más, quizá sea ayuda divida, siempre duerme con una estampita de San Fermín bajo la almohada. Llevo casi un año haciéndolo yo también, a ver qué pasa… Espero que, como mínimo, no me endose de nuevo un 8 a 0.  

(DE MÍ)

Ramón Francisco González Hernández

Algo que interesa, que sólo allí sabes que lo hay.
A pesar de las distancias, llegamos, nos encontramos con extraños de todos los puntos a una llamada sorda; entrelazamos amistad.
Con pañuelos, con fajas, o sin ellos, igual.
A pesar de indiferencias, el interés social surge porque somos humanos. Un día antes, a medio día, estallará el recordatorio.
Y muchos estarán.
Quedamos; cenamos, no nos conformamos. Una copa de amistad y reconocimiento siempre es bienvenida y abre puertas a mundos inesperados.
Un rápido descanso, o no, para ir a un desacorde encierro. Pues a la contra salen de ser presos, corriendo tan extasiados, que necesitan el de cabestros, pastores guíos a seguir; ofuscados:
¡muchos desafían al pasar! y corren delante; no detrás.
Otros sólo miramos, ni se nos ocurre situarnos en camino del que percibe va a la libertad; “vía estafeta” en pendiente.
Claro que esa es una más de las cosas de la gran fiesta.
La más “temeraria” pero además contradictoria: “A San Fermín pedimos…” igual pedimos nos guíe y nos dé su bendición: es obligatoria tal acción.
Aún así: sin los toros, sin los encierros, no hay fiesta: inconciliable.
(Pobre)/VIVA SAN FERMÍN.
A la contra.

 

UN SUEÑO EN SAN FERMÍN

Raquel Pinillos Noguera

Y llegó el 5 de julio, y una mezcla de nervios y emoción me invade. Ropa blanca lista, fajas y pañuelos «planchadicos» y último repaso con la cuadrilla: chicos, chicas, ¿Todo listo para mañana? ¡Qué «ganicas»! Cierro los ojos. Nos juntamos en la calle Pozo blanco para almorzar, cuando de repente ¡Pum! se oye el chupinazo y una marea de pañuelos rojos inunda las calles. Risas, cánticos y alegría están por todas partes, ¡así son nuestras fiestas! A partir de aquí, el ritmo se acelera y enlazo un sinfín de eventos: procesión, gigantes y cabezudos, encierros, peñas, conciertos, comidas de cuadrillas, fuegos artificiales, es un no parar. Pero lo mejor de estas fiestas, lo que más estoy disfrutando, es la gente: en Sanfermines nos volvemos «todos iguales», y no solo por la ropa, sino por esa sonrisa que llevamos todos en la cara, ese saludo por la calle a cualquiera que te cruces, aunque no le conozcas y esas ganas de disfrutar y celebrar estos días. Abro los ojos. ¡Pamploneses, pamplonesas, ya falta menos para los Sanfermines de 2024. ¡Viva San Fermín! Gora San Fermín! 

LAS APARIENCIAS ENGAÑAN Y EL SILENCIO EMBELLECE.

Raquel Arriero Ventura

A pesar de lo sucedido, la churrería no podía dejar de funcionar en pleno San Fermín. En unos días reuníamos más ingresos que en todo el año, pero me hubiera gustado poder permitirme echar el cierre.
Natalia apareció como cada mañana, con rostro cansado, y no por haber pasado la noche de juerga. Después de un convulsa separación y años de malos tratos silenciados por el “qué dirán”, tocaba juicio por la custodia de Andrea y, con solo verla, podía intuirse que llevaba días sin pegar ojo. Le deseé suerte en los juzgados y se marchó a desayunar. El siguiente en la fila, un señor de buen porte y mejor clase social, — al menos eso aparentaba— recogió sus churros y, tras pagarme, me dijo con sorna: “Esa era la fulana de la que hablan las noticias, ¿verdad?, la que dice que la han violado”, añadió con ironía. “No señor”, respondí tajante pero sereno, “esa chica tiene hoy juicio con su exmarido, de la que usted está hablando es de mi hermana”.
Otro cliente le salvó de estrellarse contra el suelo por la embestida del bochorno, ofreciéndole una silla, aunque yo, para mis adentros, se la habría estampado en la cabeza.
 


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INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Rafael Ferrus Iranzo

Aquella mañana de julio era calurosa, las calles mojadas horas antes indicaban el acontecimiento esperado todo el año. Las personas que no se habían acostado vagaban de un lado para otro sin rumbo fijo, no le di importancia.
Seguí adelante hasta la Plaza De Toros, allí más gente acumulada, pero inertes mirando una puerta. Me detuve. Me acerque a la primera fila. Sus rostros tranquilos no se movian. Algunos se volvieron hacia mi pero enseguida como una orden lejana quedaron observando algo en la calle mojada. Era la puerta. Comprendi lo que esperaban. Aguardaban como autómatas la salida de los animales. Un sonido hueco pero muy fuerte se escuchó. Salían las primeras vaquillas. No se inmutaron. Rígidos aguardaban a los toros en la calle mojada.
Lo entendí. Claro que lo entendí mientras mi cuerpo se helaba al ver salir el primer toro. Metálico y gris, como ya ese día de julio, apenas resbalaba con sus piezas, con sus patas llenas de chips y su cabeza dorada cubierta de pequeñas pantallas.
Inteligencia Artificial en julio, Pamplona.  

EL TURISTA

Rafael Blasco López

No se dan cuenta que voy descalzo y creen que voy disfrazado, además, anoche unos bailarines me invitaron al destilado negro ese.
Ya suenan las explosiones artesanales y se escucha la melodía, «a san Fermín pedimos…» Se mueven ahora las puertas de los Corrales del Gas, ¡a correr!
¡Arf, arf! He dejado atrás la Cuesta de Santo Domingo, debo estar falto de neuronas para venir desde tan lejos.
Ya veo la plaza del Consistorio, ¿por qué no me habré hecho edil en lugar de tanto viaje?
¡Arf, arf! La Curva de Mercaderes está cerca del monumento al encierro, ¡un astado ha patinado!
Estoy llegando a Estafeta, ¡ha caído un corredor y los animales le pasan por encima…! Recuerdo la cancioncilla sonriendo, «si te ha pillao la vaca jódete…!
¡Arf, arf! ¡Se ha girado un animal! Menos mal, usan cultura enrollada para redirigirlo.
He pasado la sede de comunicaciones, esto se estrecha, casi novecientos metros de pura adrenalina, ¡por todo el universo, me ha adelantado una mole negra!
Ya piso la arena de esta forma geométrica circular, todos aplauden, estoy eufórico.
Pronto cantaré «pobre de mí…» Regresaré a Plutón, pero el año que viene volveré gritando: ¡gora san Fermín! 

EL OTRO LADO DE LA VALLA

Rafael Díaz Basallo

“A San Fermín venimos…”. Todos cantaban. Pronto se abrirían las puertas y empezaría la frenética carrera. “…por ser nuestro patrón…”. Mientras los espectadores entonaban con emoción, aquellos que iban a correr esperaban tensos el momento. Todos esos sentimientos se palpaban en el aire. “…nos guíe en el encierro…”. Esa era la primera vez que iba a correr en las fiestas de San Fermín. Me había preparado durante años para ese día. En un instante empezaría todo. “…dándonos su bendición”. El cohete estalló y las puertas se abrieron. Delante de mí solo podía ver manchas blancas y rojas moviéndose sin parar. Pero no necesitaba ver nada; me había aprendido el recorrido de memoria. Primero, salir de Santo Domingo, mantenerme cerca de la valla derecha en el Ayuntamiento y Mercaderes, tener cuidado en la curva al final de la calle, no separarme del grupo en Estafeta, el tramo de Telefónica y, tras el callejón, finalmente llegar a la Plaza. Allí todos nos aplaudieron. La emoción llenó mis ojos de lágrimas mientras terminaban de llegar mis once compañeros. 

AL SOL

Rafael Fuentes Pardo

El hombre del pelo blanco salió de la consulta sonriendo. Desde niño había ido a todas partes corriendo y con las rodillas raspadas. Al principio sin saber bien adónde, después hacia cualquier ciudad que organizase un maratón o un encierro. Solo le quedaba el más emblemático: Los Sanfermines. El problema era que los raspones se habían convertido en artrosis, pero el especialista acababa de decirle que sus rodillas mejorarían con el sol, así que nada más llegar al hotel dejo las radiografías en la terraza y se marchó a dormir para levantarse fresco.
Al día siguiente, tras el chupinazo y los primeros metros de carrera el dolor se hizo insoportable obligándole a retirarse. Regresó al hotel renegando del maldito especialista, se tomó seis antiinflamatorios y se metió en la cama.
Cuando despertó había anochecido. Salió renqueando a la terraza, pero no a recoger las pruebas, lo que hizo fue adelantar el pie izquierdo, subir el hombro y mirar a la oscuridad directamente a la cara. Le dijo que el próximo año volvería a intentarlo con prótesis de titanio.
Durante los pocos segundos que duró aquella conversación su pelo siguió siendo igual de blanco pero él ya no parecía tan viejo.

 

JURAMENTO

Rames Jandali Feu

No sé si daré la talla. A penas he dormido. Los otros están también nerviosos. Nos miramos pero nadie dice nada: es un ambiente tenso que rezuma un olor mezcla de intriga y de congoja. Para ser sincero, tengo miedo. Me han dicho que cuando escuche el chupinazo corra y corra y no pare hasta ver la plaza. Que escucharé gritos desde los balcones como de gloria y de fiesta y que habrá un gentío como nunca he visto. Dicen que es pura adrenalina. Me he jurado a mi mismo que será la carrera más grandiosa jamás vista.
Fue al girar en Mercaderes para entrar en Estafeta. Cuantas noches soñé esa curva y que volaría entre los pañuelos rojos. Juro que no le vi, que me cegó ese sol de la mañana y que nunca fue mi intención: se me cruzó, nada pude hacer y el griterío me siguió llevando calle abajo en ese caudal de gente entre las astas.
A la tarde, en el instante que mi cuerpo ya tocaba su propia sombra en la arena, no pude remediar pensar de nuevo en aquel mozo. Juro que no le vi y que el aplauso y mi bravura ya no me valdría para nada. 


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

DOS DESCONOCIDOS

Pilar Velilla Flores

Toro bravo, de piel negra, como la noche más oscura.

Astas blancas como piedra caliza donde reside nuestro mayor temor.

Setecientos kilos de piel y hueso, que avanzan sin tregua por la calle Estafeta.

A escasos metros, una marea humana, roja y blanca, ansiosa por el encuentro de dos desconocidos, aguarda la señal para iniciar la carrera.

Son los primeros albores del día que tiñen el encierro de luz, donde marea y bestia se encuentran, se respetan.

La ola humana lo hace por temor, por tradición. El animal, sin embargo, por devoción.

Es una relación de amor- odio que comenzó en los espléndidos años 20 y así continuará mientras haya pamplonicos en esta tierra y Sanfermines que celebrar. 

HOY, MILAGRO

Pilar Alejos Martinez

De nuevo, 6 de julio. Son las 12:00. El Chupinazo estalla sobre nuestras cabezas. Su pólvora se expande por mis pulmones mientras me anudo el pañuelo al cuello. Comienzan los Sanfermines.
Un año más, me mimetizo con las calles que bullen de blanco y rojo. Con el corazón arrebolado, me dejo llevar por el ritmo de las charangas y la alta graduación del aliento de las peñas. Recorro bares y tabernas hasta que resuena el Riau riau. Te busco entre la gente que celebra, abraza y sonríe sin medida. Igual mañana tenga más suerte.
Con el periódico en la mano, me uno a los cánticos a San Fermín y le pido que me eche un capotico durante el encierro. Inicio la carrera por las calles y enfilo hacia la plaza de toros, pero a la entrada se forma una montonera de corredores. Intento escapar deslizándome por debajo de la barrera. Una mano anónima me arrastra hacia adentro y esquivo el pitón en el último momento. Antes de sacudirme el miedo del cuerpo, quiero darle las gracias por su ayuda. Enmudezco al ver su cara extranjera. Aunque él no lo sabe, por primera vez reconozco mi mirada en los ojos de mi padre.

 

TENGO MIEDO

Pilar Maria Lorenzo Dieguez

– Tengo miedo.
– No te preocupes hijo, solo corre.
– Pero hay mucho ruido.
– Síguenos, vamos todos juntos
– ¿Y si me caigo? – pregunta.
– Te levantas rápido, así es la vida.
– No me gusta este plan.
– Es la tradición, somos de otra pasta- le explica su padre.
– Pero yo no soy valiente.
– ¡Claro que sí! eres de probado linaje. ¡Ya verás que emocionante es la carrera!
– No sé, no tengo buen presentimiento.
No había acabado la última palabra, cuando explotó un cohete y las puertas se abrieron.
– ¡Ahora, corre! – lo apremia el padre.
Y corrió. Corrió como nunca lo había hecho, por la casta, por su estirpe. Al llegar a la curva de Estafeta, resbaló, pero mantuvo el equilibrio y consiguió enderezarse. De pronto, ya no vio a nadie de los suyos y al volverse a buscarlos, en ese giro repentino, sus cuernos se hundieron en una masa blanda. Un reguero de sangre lo nubló la vista. Cabeceaba sin parar para desprenderse de esos pantalones que ya no eran blancos. Sólo oía el angustiado clamor del gentío.
– Papá, ¿Dónde estás? Tengo miedo.
Su afligido grito se perdió entre los de la multitud.
 

ABANDONADA

Purificación Pérez Martín

En la mañana la ropa salió por la ventana. Primero se fueron corriendo sus pantalones, más tarde una camisa algo arrugada extendió las mangas y se alejó hacia el horizonte volando, al poco su corbata favorita se lanzó al vacío para practicar puenting. Ariadna contempló como el desamor iba vaciando el armario, su presencia. Patinaron las lágrimas en sus manos y cuando los gritos se hicieron silencio, cerró la puerta de su otra vida y resurgió.
 

SAN FERMIN ME TRAJO A CHINO

Purificación Ferraces Cieza

Mis primeros diez años de vida los compartí con vacas y sementales en Salamanca. La finca “Taberuela” era mi hogar, donde mis tíos me enseñaron el significado de libertad, el respeto a la naturaleza y el amor a los animales. Mi compañero de juegos, carreras y trompicones era Chino.
Chino, era un cabestro de tres años, con un pelaje color melocotón, ojos pequeños y tendente a lamer insistentemente. Lo nuestro fue un amor a primera vista, y nos lo demostrábamos entre abrazos y lametones.

Llegó el momento de volver a mi casa, construirme un futuro “de provecho” y abandonar la vida asalvajada, como decían mis padres.
No me despedí de Chino. ¡No podía! Se me partiría el corazón.
Y Chino, según mis tíos, dejó de comer y emitía bramidos lastimeros frecuentemente.

Fue un 10 de Julio cuando varios amigos decidimos disfrutar de unos San Fermines, participando en el encierro. ¡Y llegó el momento! Estaba nerviosa, pero yo quería sentir la tensión de la carrera al final de la calle Mercaderes y el subidón de adrenalina en la famosa calle Estafeta, y allí mismo ¡me caí! Dolorida, giré la cara para encontrarme con un hocico conocido y un lametón inconfundible.
¡Por fin nos encontramos, Chino!