Guiris


Mi primer San Fermín 1

Era mi primer San Fermín. Y allí estaba yo, con aquella sangre pegajosa que me bajaba de la cabeza hasta el vientre y me manchaba a su paso, como un reguero de lava fría, los pechos desnudos. Katy, mi compañera de clase en la facultad de Ciencias Ambientales, me había convencido una semana antes. «Ya verás, es súper emocionate», me dijo. Y en parte lo era. De lo que Katy no me había hablado era del fabuloso miembro viril (también rojo de sangre) que se apoyaba en mi hombro derecho y al que yo, de vez en cuando, miraba con una extraña mezcla de asombro y precaución. Un chiste malo se iluminó en mi mente al respecto de “las orejas y el rabo”. Peor aún era lo de Katy. Tenía encima (muy concentrado en su papel, a peso muerto) al coordinador de los ecologistas de Valladolid, que rondaría los ciento y pico kilos. Un mal cálculo por parte de la organización. Deberían haberlo puesto en la base, y no en la cima de la montaña; aunque, bien mirado, era el único de toda la protesta que parecía un toro de verdad, no estaba de más darle cierta visibilidad.

El verano, a pesar de estar a primeros de julio, no había llegado a Pamplona. Un vientecillo del norte se cebaba en nuestros cuerpos desnudos. Eché un vistazo a mi hombro derecho. El frío no parecía menguar la salud de mi compañero. Felizmente la lluvia llegó en nuestro rescate. Alguien dio la voz de alarma y, poco a poco, la montaña humana se fue deshaciendo. Los fotógrafos y las cámaras de televisión habían tenido tiempo más que de sobra para grabar nuestra denuncia contra el maltrato animal y las corridas de toros. La protesta había concluido.


El secreto de los vikingos 2

Hace poco más de 1300 años, los pueblos nórdicos empezaron a navegar lejos de sus costas y a atacar todo lo que se les ponía por delante. Empezaron por la abadía de Lindisfarne, en el norte de Inglaterra, cerca de la frontera con Escocia, en la costa del lado del continente europeo. En junio del año 793, destruyeron el monasterio fundado por San Aidan. Los monjes corrían por la isla, de apenas cuatro kilómetros cuadrados, perseguidos por los bárbaros del norte con sus espadas cortas y sus armaduras de cuero, intentando poner a cubierto los evangelios, escritos en los primeros años de ese siglo por Eadfrith. Salvaron los evangelios y hoy están a salvo en la Biblioteca Británica, pero los vikingos se llevaron la cubierta, de cuero, metal y joyas, claro.

Siguieron visitando las costas de Francia, Inglaterra, Irlanda, España, y Norte de África, llegaron a colonizar Groenlandia y brevemente Norteamérica, establecieron un reino en Sicilia y fundaron lo que se convertiría en el origen de la actual Rusia, el Rus de Kiev.

Entre otras trapacerías, en el año 858 remontaron el Ebro desde el Mediterráneo, y luego el Aragón y el Arga, llegando a Pamplona, saqueándola y raptando al rey. No contentos, volvieron a hacer lo mismo un año más tarde y otra vez raptaron al nuevo rey, García I Iñiguez, a quien cambiaron por un bonito rescate.

Con sus barcos de poco calado, vela cuadrada y remos, construidos de roble y pino, calafateados con pelo de animal y alquitrán, navegaron por los mares (mal) y remontaron los ríos (muy bien). Sembraron el miedo en Europa hasta cerca del año 1100, en que vencidos y convertidos al cristianismo por fin, dejaron de portarse tan mal y de quemar pueblos, castillos e iglesias.

¿Cómo un pueblo tan pequeño fue capaz de llegar tan lejos y vencer a reinos mucho más fuertes y grandes que ellos? Es una buena pregunta, que nos lleva a lo importante: ¿qué comían estos señores para ser tan bestias? Estaremos de acuerdo que en uno de esos drakkar que vemos en las películas no cabía mucho… Así que cabe imaginar que los vikingos comían cualquier cosa que encontraran allá donde iban. Y eso nos lleva a una tarde de San Fermín de mil novecientos ochenta y muchos.

A mi hermano y a mí nos tocaba organizar la merienda para los toros. Diez amigos con hambre, ni idea de guisar, la nevera bastante vacía y una abuela cocinera. De víspera, le engañamos para que preparara la cazuela de ajoarriero definitiva; una cazuela plana y honda enorme, que sabíamos rondaba por su casa.

Pronto por la mañana fuimos a buscarlo. Ahí estaba nuestro ajoarriero, casi rebosando los bordes, llena de ese estupendo producto que es de lo poco que debemos agradecer a la Cuaresma. Para que no se derramara, qué mejor que pedirle que nos prestara también la tapa, y un rollo de cinta aislante. Colocamos la tapa y la sellamos con cinta negra, de esa que vale para todo, menos para arreglar enchufes, la bajamos al coche y nos enfrentamos al problema de qué hacer con el ajoarriero hasta los toros.

Brillantemente, resolvimos que cabía justo en la parte de atrás del coche prestado por mi madre, un Renault 7 verde, en el que habíamos ido a recogerlo, en el hueco entre el respaldo trasero y la luna posterior. Nos fuimos a disfrutar de la mañana y a eso de las cinco, aparecimos en el Casino, punto de encuentro donde otros voluntarios preparaban la sangría.

Con nuestro ajoarriero nos encaminamos a la plaza, bien tapado y calentito por el sol, aumentado por la luna trasera-lupa. Al llegar el tercer toro, tras varios tientos a la sangría, comenzamos a repartir bocadillos de ajoarriero entre los amigos y vecinos de localidad. Uno de ellos era un noruego que había ido a los toros solo, sin merienda ni sangría, y que adoptamos como mascota desde que empezó el reparto de vasos de plástico.

Después de una magnífica corrida, como siempre en San Fermín, nos encaminamos a lo viejo, donde en pocas horas el efecto del ajoarriero fermentado empezó a surtir efecto. No es que nos fuéramos a casa pronto, eso no pasa, pero debimos dejar un rastro indeleble en los baños de los bares en los que consumimos y en unos cuantos más de alrededor. El record, nuestro amigo B., con 13 visitas al excusado, tras cada una de las cuales repetía con su ginkas “me echas mucho limón, que es astringente, por favor”.

Derrotados por la noche y el ajoarriero nos retiramos como pudimos a casa. Y a la tarde siguiente, recuperados más o menos del terremoto estomacal, nos dirigimos de nuevo a la fiesta. Ahí nos encontramos, sorpresa, con el noruego mascota. La tarde anterior se había comido dos bocadillos gigantes de ajoarriero. Con el inglés cutre de colegio de aquellos tiempos, nos interesamos por su salud. Pues bien, el nórdico estaba como una rosa. El único de todos los que merendamos que no había tenido que correr buscando un baño.

Fue ahí cuando nos dimos cuenta de que los invencibles hombres del norte guardan todavía la capacidad genética de metabolizar cualquier alimento, para seguir conquistando ciudades y países lejanos. Y comprendimos que el secreto de los vikingos no estaba tanto en las armas, los barcos o los cascos con cuernos, sino en su poderoso tubo digestivo, y más concretamente en su intestino grueso.

¡Hasta la vista!


El dentista 3

Son más de treinta años de profesión y en mi vida había visto algo semejante. Y créanme que treinta años dan para mucho: encías putrefactas, raíces indómitas, operaciones maxilofaciales, infecciones jodidísimas y mil cosas más, pero nunca, nunca, me había topado con algo como aquello. De hecho, cuando Bryan abrió la boca un inesperado vértigo me hizo tambalearme. Aquello no era boca, era un derribo. Si exceptuamos las cuatro muelas traseras el resto de la boca no existía, o lo que es peor, existía pero a cachos. Un pedazo del colmillo derecho le asomaba ligeramente de la encía y otro trozo de un premolar se aferraba a su raíz con triste agonía; del resto de piezas no había noticia.

Miré la ficha. Llevaba viniendo a mi consulta desde crío. Yo mismo le había puesto la ortodoncia.

-A ver, Bryan, cuéntame qué te ha ocurrido, ¿cómo ha sido posible este desastre?

El jovenzuelo me miró. Y en la profundidad de sus ojos azules empezó a fraguarse una tormenta de lágrimas. Antes de echarse a llorar acertó a decirme:

-San Fermín… yo estaba muy borracho… en una plaza… había una fuente…


Frases célebres del cine 3

Cuando uno navega por internet encuentra auténticas joyas (este blog es un ejemplo). El otro día encontré otra de ellas. Se trata de la web moviesonyourface.uk. Allí encuentras muchas anécdotas e historias del mundo del cine. Entre lo leído encontré un artículo escrito por Vanessa Jokeson y que me sorprende que nadie conozca. En él explicaba como algunas de las frases más históricas y recordadas del cine salieron de los viajes que los guionistas habían hecho a Pamplona durante los Sanfermines y ellos mismos las explicaban. A continuación os expongo algunas de ellas.

– “El mejor amigo para un muchacho siempre es su madre” – Este frase la dijo Norman Bates en la película Psicosis. Pero fue en Pamplona donde la escuchó Robert Bloch y la incluyó en su libro en el que se basó la película. Bloch llegó a Pamplona un 8 de Julio con una mochila y dos bermudas como él explicaba en la web. El día 13 y tras la escasa higiene de las fuentes públicas y con las ropas manchadas de todo, preguntó a un grupo de pamploneses que iban absolutamente inmaculados: ¿Cómo podéis ir tan impecables? A lo que uno respondió la ya famosa frase.

– “A Dios pongo por testigo que nunca más volveré a pasar hambre”- Esta es otra película basada en un libro. Sin embargo la frase en cuestión no salió nunca en el libro si no que la incluyó en el guion de la peli Sidney Howard. El bueno de Sidney, según cuenta en la web, abandonaba su Connecticut natal cada Julio para visitar Pamplona. Estuvo viniendo durante 15 años e hizo buena relación con una cuadrilla de socios de la peña Irrintzi. Con ellos iba a los toros y allí escuchó la ya mítica frase. Él no recuerda si fue el día 12 o el 13 cuando un mozopeña harto de las meriendas escasas y poco trabajadas que sus compañeros de tendido habían llevado a los toros a lo largo de los Sanfermines, se levantó ante el estupor general, y prometiendo que a partir de ese día él sería el encargado de preparar la merienda, gritó “A Dios pongo por testigo que nunca más volveré a pasar hambre”. Cuenta Howard que siguió yendo a los toros seis años más y nunca vio al susodicho llevar la merienda.

– Matt Liar es un nombre poco conocido para el gran público, pero un personaje imprescindible en el mundo del cine americano. Él, junto a Lucas y Spielberg, cambiaron la forma de entender el cine. Visitó los Sanfermines a mediados de los 70 y de su viaje y sus experiencias salieron dos de las frases más conocidas del cine mundial. Curiosamente los dos tenían el mismo protagonista. En una cena en Palo Alto (California) a finales de Julio de 1976 Liar les contaba a Spielberg y a Lucas su viaje a Pamplona. Entre las muchas historias, les contó como el día 7 se acercó a la calle Mayor a ver la Procesión. Allí encontró a las 10:30 de la mañana a un joven sentado, con la cabeza entre las rodillas y restos de una vomitona juntó a él. Dormía plácidamente y se le quedó observando. En esto apareció un hombre maduro. Elegante. Con un pañuelo bordado al cuello y una frondosa barba negra. Le dio una colleja el mocé, pero este no reaccionó. Le dio una segunda. Entonces el joven levantó la cabeza con los ojos vidriosos y medio abiertos y balbuceó: ¿Qúe pasa? ¿Quién eres? Y el hombre, con voz grave, respondió: “Yo soy tu padre”. Ante tal respuesta, el joven se levantó y enfiló la calle Mayor hacia la Taconera. Liar sorprendido por la escena, decidió seguir al chaval pensando que caería dormido en cualquier banco. Sin embargo siguió dando tumbos y haciendo eses. Consiguió enfilar la Avenida de Bayona y un poco más adelante paró y se apoyó en la pared. Matt asustado se acercó para echarle una mano, pero el joven al verlo señaló un edificio y dijo: “Mi casa”. Tanto George como Steven decidieron añadir ambas frases a sus guiones de Star Wars y de E.T. Que increíble casualidad que dos de las frases más míticas del cine mundial tuvieran como protagonista a un joven pamplonés. Es más, en la web el propio Liar reconoce que E.T. es un guiño a las iniciales del muchacho pamplonés y no las letras de Extra-Terrestrial.

Realmente sorprendente la cantidad de historias sobre los Sanfermines que uno encuentra por ahí.

 

 


El otro Fermín 2

FerminUzesDicen que allá arriba, en el Cielo, también hay unos que llevan la fama y otros que cardan la lana. Eso es lo que debe de pensar nuestro protagonista de hoy, Fermín, Fermín de Uzés, santo, para más señas.

Como el otro Fermín, el nuestro, el de Uzés también desarrolló su carrera profesional en las Galias. Y, como el morenico, también fue obispo aunque, afortunadamente para él, no alcanzó el martirio, que se sepa.

Participó en los concilios de Orleáns y París y se ve que le iba lo de escribir, como a bastante gente en este blog; vidas de santos y vírgenes, sobre todo.

Su fiesta se celebra el 11 de octubre y dado que al día siguiente no hay que madrugar, el año que viene propongo que montemos una cena.

O al menos que nos echemos unos potes.

A tu salud, Fermín.