Mi buen amigo R. es un mozopeña de manual. 10 pantalones y 10 camisas adornan su armario los 4 de Julio de cada año. Ya entrado en los cuarenta palos y peinando canas, R. saluda las tardes sanfermineras en el Tendido 7 desde hace más de 20 años, siendo cicerone de muchos jovenzuelos y jovenzuelas que por primera vez pisan el hormigón pamplonés. Vecino del Casco Viejo, pasa en casa el mínimo tiempo necesario. Dormir muy poco, fol… y ducharse. Además durante el año participa activamente en la peña de la que presume ser socio.
Como ya sabéis, es habitual que los socios de peña que disfrutan de abono en la solanera, cumplan luego con labores dentro de la peña, como hacer turno de barra o llevar los palos de la pancarta. Y como descubrió Murphy en su ley, cuanto mayores son las obligaciones sanfermineras, mayor suele ser la cantidad de alcohol en sangre en las horas previas.
Pues bien, el día que a R. le tocaba llevar los palos de la peña, se le fue la mano de tal manera que al final de la corrida había dudas entre los allí presentes de que R. pudiera sujetar siquiera un palillo. Él, ajeno a la intención de sus amigos de buscarle un sustituto, pidió los trastos como torero que se pone a puerta gayola, y con mucho esfuerzo y altas dosis de suerte dio con sus pies en el albero dispuesto a bailar la pancarta. Cuando la txaranga empezó a sonar y ante la sorpresa de muchos R., apoyando el palo en el cinturón empezó a bailar junto a su compañero como si un dantzari del Duguna se tratara. Llegados ilesos al primer bar del recorrido, los amigos de R. se relajan al ver que la ruta es cómoda, y comparten cubata con R. Pero cuando van a seguir con el recorrido, el jefe de día informa de que hay que pasar por el Muthiko ya que han sido invitados a bailar la pancarta en el balcón de la Estafeta y tiene que ir pronto porque hay concierto y ya tienen la batería, los bafles y todo en tinglado preparado. Poco antes de llegar a las puertas del Muthiko, los amigos de R. deciden que será mejor que sea otro el que suba la pancarta al primer piso ya que lo empinado de las escaleras, la estrechez, los instrumentos que estaban montados para el concierto y el estado de R. no aconsejaban que fuera él quien lo hiciera. Sin embargo, antes de que decidieran quien le sustituiría, vieron a R. subiendo la pancarta con los brazos en alto. Lo siguiente fue un estruendo de bombos y platillos. Cuando uno de los amigos llegó arriba vió a R. tirado sobre la batería. En cada esfuerzo cada hacía R. por levantarse se lleva por delante un tambor, un platillo o un amplificador. Desde abajo todo parecía normal ya que la pancarta salió al balcón y la txaranga tocó. La cara de algún socio del Muthiko era un poema y los amigos consiguieron llevarse a R. antes de que lo tiraran balcón abajo. Entre ciertos miembros de la peña de R. existía el temor de que el Muthiko tomara represalias a modo de broma pesada, cosa que no se produjo finalmente. En el almuerzo de la mañana siguiente nos hacía creer que no recordaba nada. Más vale que los buenos amigos estamos para recordar estas cosicas.
Sirva esta historia como moraleja: Si quieres que tus obligaciones no salgan mal, no debas antes como un animal.
P.D: Un placer estar de vuelta.
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