La noche


Glorioso Santo

Feliz tercer escalón a todos. Celebrenlo con esta canción si saben ponerle música.

 

A las 9 el 6 de Julio

Preparado pa´lmorzar

Huevos, magras, buen patxaka

Ya me empiezo a calentar

 

Y después del txupinazo, ya nadie puede parar

Birras, katxis y cubatas, y algún porro pa fumar

 

Y una rubia del copón

No me deja de mirar

Yo ya me pongo a sudar

La conocí en el mesón

A su casa me llevó

Y solo pudé gritar

GLORIOSO Santo!!!!!!

 

Me despido con un beso

No la quiero despertar

A las 8 es el encierro

Y yo no puedo fallar

 

Enfilando la Estafeta,  ya estoy viendo al animal

Ahora lo pierdo de vista,  siento que algo marcha mal

 

Vaya susto me lleve

Yo me tuve que tirar

Cuando le vi derrotar

Tengo roto el pantalón

No me dejo de tocar

A la altura del ojal

TODOS MIRANDO!!!!

 

Vaya susto me lleve

Yo me tuve que tirar

Cuando le vi derrotar

Tengo roto el pantalón

No me dejo de tocar

A la altura del ojal

TODOS MIRANDO!!!!

 

 

 

 

 


El primer encierro 2

Mario llevaba tiempo esperando esos Sanfermines. Había hecho sus pinitos en fiestas de pueblos delante de vacas y novillos. Y había corrido su primer encierro de toros en Tafalla. Pero ese año iba  a correr su primer encierro sanferminero. Durante los días previos a las fiestas estuvo viendo los encierros de los dos años anteriores que su padre grababa y guardaba como oro en paño. Cada encierro que veía se imaginaba las carreras que iba a hacer. Cogiendo toro a la altura del Piri y aguantando su carrera hasta el Fitero. Era 1.994.

Tenía bastante claro que el encierro del día 7 no lo iba a correr. El día 6 sería largo y no tenía intención de irse a casa para estar fresco. Su idea era correr el día 8. De empalmada por supuesto. Llegaría un momento de la noche en el que apartaría el alcohol, se bebería un par de cocacolas y se iría a por la prensa. Pero llegado ese momento lo que se le cruzó aquella noche fue una morena. Mario sabía que habría más encierros pero no tenía tan claro que fuera a tener más oportunidades de ligar durante los sanfermines. Anduvo fino Mario. Gracioso y cariñoso. Divertido y vacilón. Pero a Mario se le escapaban vivicas. Le faltaba lanzarse. Y la noche de aquel 7 de Julio se quedó sin encierro y sin chica.

Sería el 9. Ya no podía esperar más y no iba a dejar que nada ni nadie se cruzara en su camino. En los toros y la cena lo dio todo. Pero durante la madrugada echó el freno. Estaba nervioso. Los katxis de kalimotxo pasaban por sus manos pero solo les daba pequeños sorbos. Después de dos refrescos, a las 6:30 Mario se despedía de los amigos como si fuera su último adiós mientras ellos pasaban bastante de él y aprovechaban para recordarle su bajonazo del día anterior.

Se fue tranquilamente al puesto que había en la Plaza de los ajos y compró el periódico. Poco a poco. Despacio y haciendo tiempo cruzaba la calle Mayor hacia la Plaza Consistorial. Una vez allí intentó ubicarse. Dio varias vueltas pero no encontraba su lugar. Se giró hacia Santo Domingo y se incorporó a la hilera de corredores apoyados en la pared del Ayuntamiento. Se sentó y empezó a leer la prensa. Cada dos minutos miraba el reloj del que estaba a su lado pero el tiempo no pasaba. Escuchaba las conversaciones. Veía a la gente bajar hacia la hornacina. Saludo a un par de conocidos y se tranquilizó. Luego Mario vio a su primo. Después a David. Se levantó y empezó a hablar con él. David era compañero del colegio y había debutado el día 7. Empezaron a estirar. El corazón le iba a mil. Se despidieron y se desearon suerte. Mario se apoyó en Unzu y esperó allí el cohete. En esos tres minutos que pasaron hasta las ocho empezó a ver a conocidos pasar delante de él deseándole suerte. Todos parecían tranquilos. Él estaba acojonado. Sonó el cohete y Mario echó a andar. Enfiló Estafeta y empezó a trotar mientras saltaba esperando ver a los toros coger la curva. La gente aceleraba a su lado y él aceleraba con ellos . Pero no veía a los toros ni los oía. Estaba bastante perdido. Se apartó y se subió a la acera. Se quedó allí esperando a que llegaran entre empujones y golpes. Vio pasar a David. Poco después los toros. No esperaba esa velocidad, ni esa violencia, ni ese tamaño. Se volvió a casa con un sabor agridulce. De un lado la ilusión de verse metido en el recorrido. De ver pasar a los toros. De saber que iba a correr muchos más encierros. Del otro lado darse cuenta de que lo que tantas veces había visto en la tele era otro mundo. Que esas carreras que había imaginado igual nunca se producirían.

Tras ese encierro vinieron muchos más. Algunos mejores y otros peores. Mañanas gloriosas para Mario. Con caídas y sustos. Con carreras que aún recuerda. Cada vez que entraba en el recorrido sentía algo especial. Una sensación que varios años después de dejar de correr todavía echa de menos.


La Peña Oberena. Años 90. 1

Servidor y cuadrilla, que éramos unos todoterrenos de la noche sanferminera, siempre recordamos el influjo que en nuestros años mozos, allá por los años noventa, nos producía el local que la Peña Oberena montaba para las fiestas en la calle Jarauta y que lograba convertirse en visita diaria obligada dentro de nuestra apretada agenda nocturna.

¿Por qué aquel lugar nos era tan especial y cuáles eran las razones de nuestra incondicional peregrinación?.

Entro en detalles.

El local. El garito en sí no invitaba a nada; es más, era un auténtico cuchitril: una bajera larga y estrecha con dos barras y altavoces improvisados, sin ventilación alguna y con la única ornamentación de varios barriles de cerveza apilados sobre las paredes. Pero ese aspecto de cuadra adaptada a la fiesta y la atmósfera que en ella se respiraba: escasa luz, olor a cerrado, condensación a tope, el techo gotea que gotea creando charcos en el suelo y mojando al personal……….. hacía que La Peña Oberena fuese única y especial respecto a lo que podías encontrarte en otros locales. Y le daba mucho tirón, singularidad y por qué no decirlo, cierto encanto.

La clientela. Universitarios como éramos en aquella época, el local de La Peña Oberena era a nuestro juicio el local universitario por excelencia dentro de la noche sanferminera. No sólo porque tal y como he descrito en el párrafo anterior recordaba más a una carpa universitaria que a un local sanferminero, sino porque era de los escasísimos sitios de la ciudad donde lograban reunirse alumn@s de todo tipo y condición de las dos universidades de la ciudad. Cada cual con sus motivaciones. Algunas de las chicas de la Pública respondiendo al rumor de que los camareros de la Peña estaban de buen ver; algunos de los chicos de la Pública, siguiendo a las chicas de la Pública que acudían a ver a los camareros; algun@s de los chic@s de la Privada, por el subidón que les daba el poder encontrarse de marcha en un local de la calle Jarauta, etc. Sociológicamente hablando, la Peña era un filón, una auténtica bicoca. Teniendo en cuenta además que las dos mitades de nuestra cuadrilla íbamos a cada una de las dos universidades, en aquel local nos encontrábamos y desenvolvíamos como pez en el agua.

La juerga. En términos etílicos, era también el lugar donde generalmente más veces llegábamos en el punto. O en el punto y aparte. O siendo sinceros, en los puntos suspensivos……. Y fueron tantas y grandes las anécdotas, risas y escenas que allí vivimos, que perdurarán para siempre en el recuerdo y en el libro de oro de nuestra cuadrilla. Llenas de toques surrealistas, como estar cantándole a coro la canción » Yo soy minero» a esa chinita que trataba de venderte rosas con cara sonriente, hacer el gamba mientras unos australianos nos grababan con su cámara de video y que hoy nos hubiesen hecho ser trending topic  en cualquier red social o hacer de gogós improvisados sobre los barriles tratando de seguir el compás de la música que sonaba como nuestro menguado equilibrio nos permitía.

En definitiva, íbamos allí porque en esa sauna turca a la que seguramente hoy con nuestra edad nos daría repulsa hasta entrar y entre aquel batiburrillo de gente heterogénea pamplonesa nos encontrábamos realmente bien. Coincidíamos con muchos amig@s. Conocíamos a mucha gente. Vacilábamos mucho. Disfrutábamos. Cantábamos. Bailábamos. Bebíamos. Reíamos. Exaltábamos nuestra amistad; la forjábamos más si cabe. En definitiva, éramos nosotros mismos y no sé el por qué, nos sentíamos muy de aquí y muy partícipes de nuestras fiestas.

Aquel cutre local nos aportó mucho a todos nosotros. Cada uno de vosotros tendrá su local de referencia sanferminero, diurno o nocturno, donde haya pasado muchas horas y que le haya reportado muchas satisfacciones y aportaciones de cualquier índole. En nuestro caso, fue La Peña Oberena y aunque todo esto que os he contado quizás suene a chino para las nuevas generaciones, quería dedicarle unas líneas en forma de agradecimiento por los buenos ratos que allí pasamos.


R. 4

 

Mi buen amigo R. es un mozopeña de manual. 10 pantalones y 10 camisas adornan su armario los 4 de Julio de cada año. Ya entrado en los cuarenta palos y peinando canas, R. saluda las tardes sanfermineras en el Tendido 7 desde hace más de 20 años, siendo cicerone de muchos jovenzuelos y jovenzuelas que por primera vez pisan el hormigón pamplonés. Vecino del Casco Viejo, pasa en casa el mínimo tiempo necesario. Dormir muy poco, fol… y ducharse. Además durante el año participa activamente en la peña de la que presume ser socio.

Como ya sabéis, es habitual que los socios de peña que disfrutan de abono en la solanera, cumplan luego con labores dentro de la peña, como hacer turno de barra o llevar los palos de la pancarta. Y como descubrió Murphy en su ley, cuanto mayores son las obligaciones sanfermineras, mayor suele ser la cantidad de alcohol en sangre en las horas previas.

Pues bien, el día que a R. le tocaba llevar los palos de la peña, se le fue la mano de tal manera que al final de la corrida había dudas entre los allí presentes de que R. pudiera sujetar siquiera un palillo. Él, ajeno a la intención de sus amigos de buscarle un sustituto, pidió los trastos como torero que se pone a puerta gayola, y con mucho esfuerzo y altas dosis de suerte dio con sus pies en el albero dispuesto  a bailar la pancarta. Cuando la txaranga empezó a sonar y ante la sorpresa de muchos R., apoyando el palo en el cinturón empezó a bailar junto a su compañero como si un dantzari del Duguna se tratara. Llegados ilesos al primer bar del recorrido, los amigos de R. se relajan al ver que la ruta es cómoda,  y comparten cubata con R. Pero cuando van a seguir con el recorrido, el jefe de día informa de que hay que pasar por el Muthiko ya que han sido invitados a bailar la pancarta en el balcón de la Estafeta y tiene que ir pronto porque hay concierto y ya tienen la batería, los bafles y todo en tinglado preparado. Poco antes de llegar a las puertas del Muthiko, los amigos de R. deciden que será mejor que sea otro el que suba la pancarta al primer piso ya que lo empinado de las escaleras, la estrechez, los instrumentos que estaban montados para el concierto y el estado de R. no aconsejaban que fuera él quien lo hiciera. Sin embargo, antes de que decidieran quien le sustituiría, vieron a R. subiendo la pancarta con los brazos en alto. Lo siguiente fue un estruendo de bombos y platillos. Cuando uno de los amigos llegó arriba vió a R. tirado sobre la batería. En cada esfuerzo cada hacía R. por levantarse se lleva por delante un tambor, un platillo o un amplificador. Desde abajo todo parecía normal ya que la pancarta salió al balcón y la txaranga tocó. La cara de algún socio del Muthiko era un poema y los amigos consiguieron llevarse a R. antes de que lo tiraran balcón abajo. Entre ciertos miembros de la peña de R. existía el temor de que el Muthiko tomara represalias a modo de broma pesada, cosa que no se produjo finalmente. En el almuerzo de la mañana siguiente nos hacía creer que no recordaba nada. Más vale que los buenos amigos estamos para recordar estas cosicas.

Sirva esta historia como moraleja: Si quieres que tus obligaciones no salgan mal, no debas antes como un animal.

 

P.D: Un placer estar de vuelta.


Pereza 3

A mí los sanfermines cada vez me dan más perezaca,  la verdad, pero tampoco se me ocurre otro lugar mejor en el que estar durante esos días. Que yo sepa solo he faltado a la cita dos veces. Una fue durante los del 78, cuando mi madre cogió el 127 y nos sacó de Pamplona entre pelotazos y barricadas de fuego. Lo cuento aquí. La otra fue el verano en que estuve en el basurero de Manila, eso lo cuento en el libro que acabo de publicar, aquí (sí, ya lo sé, otro “yo-he venido-aquí-a-hablar-de-mi-libro-, pero es por no romper la tradición, en esta web). Aquella vez le pedí a mi chica, de la que me acababa de enamorar justo entonces, antes de irme de viaje durante cuatro meses,  que me mandara un SMS cuando tiraran el chupinazo. Pi-pí, el cohete estalló en mitad del basurero de Payatas y fue una de las veces que lo escuché de más cerca. Me emocioné y todo. Mi corazón era el bombo de una charanga. Por mis mejillas rodó una lagrimita que sabía a champán del barato y a huevos del Museo. En los huevos, precisamente me metió un cañonazo un chavalico del basurero con una lata de Pop-Cola a la que le había soltado una patada, devolviéndome de golpe a la triste realidad. Yo estaba a doce mil kilómetros de la plaza del ayuntamiento y me dolían los testículos y el corazón.  El chaval llevaba puesta una camiseta de Ronaldo (del de entonces, si llega a ser el de ahora le hago comerse la lata).  Del Ronaldo de Brasil, que acababa de ganar el mundial hacía unos días. Fue aquel mundial de los corronchos de Camacho. Qué risas nos echamos en un karaoke viendo el partido contra Corea. Años más tarde Camacho entrenaría  a Osasuna, quién nos lo iba decir,  luego lo echarían por paquete y él diría que porque algunos no le perdonaban que comentara –es un decir— los partidos de ¡España, España! en otro mundial (otro mundial con sanfermines). Joder, con Osasuna, por cierto. Yo hay algo que no entiendo. Bajan a segunda y todo se va al garete. Pero que Osasuna bajara a segunda alguna vez debería entrar dentro de lo más que  previsible ¿no?  Vivimos en un lugar en el que todo es chupilerendi hasta que no lo es y entonces resulta que no lo ha sido nunca. Bueno, que no sé, que a mí el fútbol cada vez me da también más perezaca. Un equipo que juega una final cada fin de semana al final aburre; o verlos un día sí y otro también en las portadas del periódico. A ver si en vez de eso un día ponen ya quién va a tocar este año en los conciertos de los Fueros.  ¿Se sabe algo? ¿Viene alguien que pueda hacer sombra al cartelón de Baluarte? Bueno, da igual, yo total no creo que vaya a esos conciertos. Para mí los sanfermines consisten ahora en andar pintando con un boli números de móvil en los brazos de los niños. Y tampoco sé si me apetece otra cosa. Como ya casi no me emborracho veo las cosas de otro modo. Los sanfermines ya no me parecen las fiestas de mi pueblo, sino un botellón en el parking de un Mercadona gigante. Los graciosos, los castas solo son patas borrachuzos que pueden pisar a mi hija. ¿Por qué está ese pavo meando en una pared si acabo de salir del baño y no había nadie esperando?… Bah,  será que me estoy haciendo viejo. Y además, la pereza es un pecado capital. Como la gula y la ebriedad. Puro San Fermín.  Este año creo que tampoco me los pierdo. Y si me los pierdo, me mandáis un SMS.