La noche


Las luces de la noche 3

Entre que sales de los toros, vas con tu peña y te echas unos potes, este barrio viejo de Pamplona se tiñe de gris. Casi sin darte cuenta, el sol se oculta y, por unos minutos, una tenumbra surrealista envuelve calles y personas, más grises que blancas, sí, mientras las txarangas pueden surgir de cualquier esquina y las farolas y los letreros de bares y tiendas empiezan a encenderse.

A eso de las diez, la luz atávica del toro de fuego recorre la plaza Consistorial, Mercaderes y Chapitela, olor a cohetes y pólvora por todas partes, entre guiris con litrona, críos y crías valientes, vendedores senegaleses y estatuas humanas.

La plaza del Castillo recibe al zezensuzko con esa horrible y al mismo tiempo entrañable iluminación sanferminera y más de dos esperan los fuegos artificiales bocata y katxi en la mano. No suelo acercarme a la Taconera o la Vuelta del Castillo para verlos, no, pero disfruto con su estruendo y sus colores reflejados en las fachadas de los edificios de la plaza de San Francisco, tan cerca de mi peña.

De madrugada, las barracas iluminan el Arga mientras las luces discotequeras de bares y peñas se asoman a sus puertas hasta que, a eso de las seis y media de la mañana, las farolas vayan apagándose y la Estafeta vuelva a pintarse de gris, a los compases de la Pamplonesa y las máquinas barredoras.

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Mis bares favoritos (IV) 3

Uno de los bares que más frecuento en mi calle, no solo en San Fermín sino también durante la travesía del desierto, es el Hilarión, epicentro de ese decámetro hostelero donde también brillan el Sarría, el Estafeta, el Evaristo, La Granja o el Fitero.

El Hilarión es un sitio que llevo pisando más de veinte años, he conocido al menos dos reformas y siempre estoy a gusto, ya sea una tarde de domingo lluvioso, echando un pote antes de la cena de Nochebuena, disfrazado en Nochevieja o con el pañuelo recién anudado en el mediodía del 6 de julio.

Me gustan sus pintxos, su tortilla de patatas con ali oli, sus cañas, sus menús del día y sus cubatas, me gusta quedar ahí con mis amigos, ya sean diarios, semestrales o anuales y me gusta ver el telediario de las 3 con Juan, aunque Rajoy anuncie que me va a bajar el sueldo.

Curiosamente, hoy, tercer peldaño de la escalera de 2014, no entraré.

Los lunes cierra.

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Grupo de tenistas, con el uniforme de Wimbledon, festejan la victoria de Nadal en 2008 (Foto F. Barranquero)

 

 


Sonrisas infinitas 1

Infinitas, sí, infinitas son las sonrisas de los cameruneses, senegaleses o nigerianos que recorren nuestras fiestas, nuestra fiesta, con su maleta llena de relojes, gafas de sol y demás palitroques de colorines, a la caza de la cuadrilla cocida y enrollada que les deje un puñado de euros en el bolsillo, esas monedas que necesitan para pagarse la mercancía y la gasolina del R12 donde malduerman.

Infinita, también, es su paciencia, con la que aguantan las bromas y las vaciladas de la gente y los decomisos, incomprensibles, de la policía.

Siempre me he preguntado qué cojones pensarán de nosotros, esos seres extraños que vestimos de blanco, todo el día un vaso en la mano mientras ellos se dejan las plantas de los pies de bar en bar, nunca una mala cara que les ensombrezca la sonrisa.

Creo que el año pasado (o hace dos) San Fermín coincidió con el Ramadán, no podían comer ni beber hasta media tarde, y verles buscar cualquier sombra a la hora de la sobremesa rompía el corazón.

Estos días, viendo las imágenes de cierta playa de Ceuta, me he acordado de ellos.

También de Touré, el personaje de novela de Jon Arretxe, que se gana la vida como vidente, detective privado y llevando el toro de fuego en las fiestas de los barrios de Bilbao.

Y de este microrrelato, Fin de fiesta, de Alberto Montoya, tercer clasificado en 2009 en el certamen que organiza este blog, sin duda uno de los cuentos que más me ha emocionado a lo largo de estos años.

Y, por último, de Zarama, con esta preciosa Iñaki, ze urrun dagoen Kamerun:

httpv://www.youtube.com/watch?v=juJXPwCDfKs

 


Sebas 5

Sebas L.G. era un chaval movido y bastante travieso (a eso hoy se le llama hiperactivo). Vivía con sus padres y hermanos en la Plaza del Castillo. Estaba involucrado en todo lo que pasaba por lo viejo y fue voz dulce de la Escolanía. Lo cierto es que pasaba más tiempo entre tejados y estancias escondidas de la Catedral, que cantando en la Escolanía. Más de una reprimenda se llevó por estar donde no debía y coger lo que no le pertenecía. Una vez llegado a la adolescencia, empezó a jugar en el C.A. Osasuna y luegoen el Pamplona. Tenía maneras y era habilidoso, pero lo que más le interesaba al bueno de Sebas eran los almuerzos post-partido. Su espíritu libre y su afición al mol y a la calle se convertirían en quebraderos de cabeza continuos para su buena madre. Si a esto unimos su amor por los sanfermines, ya podéis imaginar la de tropelías que fue capaz de hacer.

La siguiente historia me la contó hace un par de años escuchando algo parecido que debió pasar en el Muthiko. Aunque en aquella época (hace 50 años) los controles parentales no eran como los de ahora, la chavalería tenía una hora límite de llegada a casa. Sebas y un colega salieron de los toros acompañando a la txaranga de la Alegría. Después se acercaron al Vicente a ver si se sacaban algo de pasta ganando al mus al hermano del colega. Como de costumbre, se fueron cenados y con el dinero en el bolsillo. Este extra les permitió alargar la noche más de lo permitido y también parte de la mañana. Un amigo de su padre les invito a comer y los mandó para casa.

S.L.G. intuía que su madre no estaría de buen humor así que procuraría entrar en casa con el mayor sigilo posible y rezar para que su santa madre no se diera cuenta. Abrió la puerta e intuyó la sombra de su madre en la cocina. Rápidamente Sebas entró en el salón y salió a uno de los tres balcones que daban a fachada. Allí se le ocurrió ir pasando de balcón en balcón hasta el cuarto de sus hermanas y allí esconderse y pasarse al suyo. Pero la maniobra que empezó, no solo no era fácil si no que también tenía cierto riesgo. Esto es lo que debieron pensar varios mozos de La Jarana que pasaban por allí camino a los toros. Perplejos por la situación empezaron a gritar al mozo para que no se moviera y pusieron la pancarta debajo por si en un mal paso Sebas caía, mientras otros dos corrían escaleras arriba para avisar a los padres de la situación. Cuando llegaron, la madre les abrió la puerta y estos le explicaron que un chico estaba colgado de los balcones. Al ir a mirar no lo encontraron. Los de abajo les hicieron gestos de que se había metido para dentro. La madre corrió a la habitación de Sebas y se lo encontró dulcemente «dormido».

El  habitual buen carácter Clara se transformó en ira y quitándose la alpargata de  Zapatería Moreno le corrió a alpargatazos por la casa mientras el bueno de Sebas huía al grito de: » Que yo no he sido!!! Que estaba durmiendo!!!!


Mis bares favoritos (III) 5

Si algo no falta en el Casco Viejo de Pamplona son bares.

En anteriores ocasiones hemos hablado de lugares donde reponer fuerzas, como el Burgos de Iruña, en Navarrería, o de peñas, que en San Fermín están abiertas al público.

Hoy nos trasladamos a otra zona de juerga muy popular, pegada a la Plaza de Toros, y que no es otra que la Cuesta de Labrit. Entre todos los bares de esa calle, que ofrecen distintos ambientes tanto musicales como humanos, el que más me gusta es el Kayak, en especial su terraza. El 6 de julio está a tope durante todo el día pero, a partir del 7, este bar cobra vida a partir de las 20.30, es decir, a la salida de los toros.

En San Fermín la terraza del Kayak cuenta con dos barras y comparte la música al aire libre con el resto de bares de la zona. Se respira un ambiente menos pijo que en otros garitos de la Cuesta de Labrit e incluso, en el interior, puedes escuchar heavy y jugar a futbolín, con retos emocionantes entre cuadrillas y cubatas en vaso de cristal.

He pasado grandes momentos ahí, y el pote que me eché la pasada Nochevieja me ha hecho recordar que… ¡ya falta menos!

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