Toros


Mi primer San Fermín 1

Era mi primer San Fermín. Y allí estaba yo, con aquella sangre pegajosa que me bajaba de la cabeza hasta el vientre y me manchaba a su paso, como un reguero de lava fría, los pechos desnudos. Katy, mi compañera de clase en la facultad de Ciencias Ambientales, me había convencido una semana antes. «Ya verás, es súper emocionate», me dijo. Y en parte lo era. De lo que Katy no me había hablado era del fabuloso miembro viril (también rojo de sangre) que se apoyaba en mi hombro derecho y al que yo, de vez en cuando, miraba con una extraña mezcla de asombro y precaución. Un chiste malo se iluminó en mi mente al respecto de “las orejas y el rabo”. Peor aún era lo de Katy. Tenía encima (muy concentrado en su papel, a peso muerto) al coordinador de los ecologistas de Valladolid, que rondaría los ciento y pico kilos. Un mal cálculo por parte de la organización. Deberían haberlo puesto en la base, y no en la cima de la montaña; aunque, bien mirado, era el único de toda la protesta que parecía un toro de verdad, no estaba de más darle cierta visibilidad.

El verano, a pesar de estar a primeros de julio, no había llegado a Pamplona. Un vientecillo del norte se cebaba en nuestros cuerpos desnudos. Eché un vistazo a mi hombro derecho. El frío no parecía menguar la salud de mi compañero. Felizmente la lluvia llegó en nuestro rescate. Alguien dio la voz de alarma y, poco a poco, la montaña humana se fue deshaciendo. Los fotógrafos y las cámaras de televisión habían tenido tiempo más que de sobra para grabar nuestra denuncia contra el maltrato animal y las corridas de toros. La protesta había concluido.


Manolete y el escudo republicano de la plaza de toros de Pamplona 4

Ser una sanferminera de pro y, a la vez, sentirte antitaurina es una pesada carga. Bueno, en realidad lo suelo arreglar tratando de no pensar demasiado en que nuestras fiestas están concebidas alrededor del toro y sus diversas simbologías y acallo mi conciencia diciéndome que, sin contradicciones no podríamos vivir. O nos creeríamos inmortales, en posesión de la verdad absoluta, perfectos… Un coñazo.

Puedo embellecer la realidad diciendo que me gusta la plaza de toros porque está presidida por el único escudo republicano de Pamplona que existe. Lo cierto es que es precioso. Nunca me canso de mirarlo. Lo sé, lo sé, está demasiado traído por los pelos. Tengo que reconocer que en mi familia todos hemos ido a los toros en un momento u otro. Y como somos una de esas familias en las que nos gusta contarnos las batallitas, os voy a contar cómo fue la primera vez que fueron unos de mis abuelos.

Mi abuela materna era de Portugalete, pero su padre la trajo a conocer los sanfermines de 1921. Tenía 12 años y le gustó tanto Pamplona que cuando tuvieron que marcharse de su tierra, ella le propuso a su marido que se vinieran aquí. Se instalaron durante la primavera de 1945 y ese 7 de julio fueron los dos a los toros. Querían ver a Manolete pero él no pudo acudir aquel año a Pamplona porque había sufrido alguna lesión. Al fin, consiguieron entradas para ir a verle el 10 de julio de 1947.  La foto es de ese día que, según ella contaba, habían muerto tres chavales corriendo en el encierro. Una auténtica tragedia, si una se para a pensarlo.

Guillermo y Josefita fueron a ver torear a Gitanillo de Triana pero, sobre todo a Manolete. Se hicieron la foto yendo hacia la Plaza de Toros y mi abuela, que era de la peña La Saeta y siempre le gustaba llevar a sus hijas vestidas de blanco, iba a la corrida de toros rigurosamente de negro y con el abanico en la mano. Eso sí, los dos llevaban una sonrisa tan genuina en la cara que estoy convencida de que aquellos sanfermines fueron de verdad felices.

Al mes siguiente, el 29 de agosto de 1947, Islero mató a Manolete en la plaza de toros de Linares y mi abuela mandó a sus tías la foto de la última vez que fue a verle torear. Hoy esa foto vuelve a estar en Pamplona. En el pasillo de mi casa. En el rincón de los grandes recuerdos.  Unos grandes sanfermines los del 47.

Guillermo y Josefita van a los toros

Guillermo y Josefita van a los toros


Otros Don Tancredo

Estamos a menos de un mes de comenzar la escalera y a más de 30ºC de diferencia de la temperatura que queremos tener durante los sanfermines.

Aunque todos aborrecemos la temperatura que tuvimos durante los sanfermines del 2014, uno de los sanfermines más fríos desde que se registran las temperaturas, hay diferentes corrientes a la hora de valorar el tiempo o mejor dicho la temperatura que debe hacer durante el periodo de fiestas.

Yo soy de los que me gusta el calorcito, bastante calorcito de forma que si todos los días llegamos a los 30 grados y en la hora más taurina de las fiestas llegamos a más de 35 grados no me importa. Al final, yendo a la parte práctica, los que vamos a los toros a sol tenemos sauna seca gratuita y una mayor facilidad para ingerir refrescos sin que pesen en el estomago , a parte de que nos permite permanecer en nuestra localidad durante más tiempo sin necesidad de ir al excusado ya que la mayor parte del líquido se elimina por algo tan natural como la transpiración. Todo esto son ventajas.

El calor también hace una función de selección natural ya que se pueden identificar a todos aquellos que la noche anterior no anduvieron con tiento o no tuvieron un control de los desfases nocturnos. Es imposible mantener la compostura digna de “el día después” de haber disfrutado de una noche “entretenida” o un DIMASU al uso.Don tancredo4

Efectivamente , a 40ºC al sol no es posible recuperarse de una deshidratación severa producido por la Negrita, el Cacique, Bombay o Kalimotxo que se precie.

Don tancredo3

Estos nochesalegresmañanastristes son todos aquellos que  están en los toros sentados en tendido de sol y que mantienen una posición de derrotado estilo Don Tancredo, sin moverse ni un pelo, sin emitir sonido alguno (salvo algún gemido), manteniendo el modo supervivencia. Pueden llegar a la plaza y quedarse en esa posición durante toda la tarde.  También están aquellos que camino de la plaza y llegando a los toros se les han removido los posos de la noche y llegan muy animados. A estos el sol cumple con su función de justiciero y para la salida del segundo morlaco ya están en la posición que merecen aislándose del mundo. El sol es justiciero y paciente y si no te pone en tu sitio  el primer día esperará su momento.Don tancredo2

En definitiva, el disfrutar de unos sanfermines por encima de treinta grados es un ejercicio de supervivencia.

Don tancredo1

Y ojo con la nochevieja y la comida de año nuevo que, si hace frío, seguro que ponen la calefacción y ya sabéis…  a hacer de Don Tancredo en la mesa delante de toda la parentela.


El secreto de los vikingos 2

Hace poco más de 1300 años, los pueblos nórdicos empezaron a navegar lejos de sus costas y a atacar todo lo que se les ponía por delante. Empezaron por la abadía de Lindisfarne, en el norte de Inglaterra, cerca de la frontera con Escocia, en la costa del lado del continente europeo. En junio del año 793, destruyeron el monasterio fundado por San Aidan. Los monjes corrían por la isla, de apenas cuatro kilómetros cuadrados, perseguidos por los bárbaros del norte con sus espadas cortas y sus armaduras de cuero, intentando poner a cubierto los evangelios, escritos en los primeros años de ese siglo por Eadfrith. Salvaron los evangelios y hoy están a salvo en la Biblioteca Británica, pero los vikingos se llevaron la cubierta, de cuero, metal y joyas, claro.

Siguieron visitando las costas de Francia, Inglaterra, Irlanda, España, y Norte de África, llegaron a colonizar Groenlandia y brevemente Norteamérica, establecieron un reino en Sicilia y fundaron lo que se convertiría en el origen de la actual Rusia, el Rus de Kiev.

Entre otras trapacerías, en el año 858 remontaron el Ebro desde el Mediterráneo, y luego el Aragón y el Arga, llegando a Pamplona, saqueándola y raptando al rey. No contentos, volvieron a hacer lo mismo un año más tarde y otra vez raptaron al nuevo rey, García I Iñiguez, a quien cambiaron por un bonito rescate.

Con sus barcos de poco calado, vela cuadrada y remos, construidos de roble y pino, calafateados con pelo de animal y alquitrán, navegaron por los mares (mal) y remontaron los ríos (muy bien). Sembraron el miedo en Europa hasta cerca del año 1100, en que vencidos y convertidos al cristianismo por fin, dejaron de portarse tan mal y de quemar pueblos, castillos e iglesias.

¿Cómo un pueblo tan pequeño fue capaz de llegar tan lejos y vencer a reinos mucho más fuertes y grandes que ellos? Es una buena pregunta, que nos lleva a lo importante: ¿qué comían estos señores para ser tan bestias? Estaremos de acuerdo que en uno de esos drakkar que vemos en las películas no cabía mucho… Así que cabe imaginar que los vikingos comían cualquier cosa que encontraran allá donde iban. Y eso nos lleva a una tarde de San Fermín de mil novecientos ochenta y muchos.

A mi hermano y a mí nos tocaba organizar la merienda para los toros. Diez amigos con hambre, ni idea de guisar, la nevera bastante vacía y una abuela cocinera. De víspera, le engañamos para que preparara la cazuela de ajoarriero definitiva; una cazuela plana y honda enorme, que sabíamos rondaba por su casa.

Pronto por la mañana fuimos a buscarlo. Ahí estaba nuestro ajoarriero, casi rebosando los bordes, llena de ese estupendo producto que es de lo poco que debemos agradecer a la Cuaresma. Para que no se derramara, qué mejor que pedirle que nos prestara también la tapa, y un rollo de cinta aislante. Colocamos la tapa y la sellamos con cinta negra, de esa que vale para todo, menos para arreglar enchufes, la bajamos al coche y nos enfrentamos al problema de qué hacer con el ajoarriero hasta los toros.

Brillantemente, resolvimos que cabía justo en la parte de atrás del coche prestado por mi madre, un Renault 7 verde, en el que habíamos ido a recogerlo, en el hueco entre el respaldo trasero y la luna posterior. Nos fuimos a disfrutar de la mañana y a eso de las cinco, aparecimos en el Casino, punto de encuentro donde otros voluntarios preparaban la sangría.

Con nuestro ajoarriero nos encaminamos a la plaza, bien tapado y calentito por el sol, aumentado por la luna trasera-lupa. Al llegar el tercer toro, tras varios tientos a la sangría, comenzamos a repartir bocadillos de ajoarriero entre los amigos y vecinos de localidad. Uno de ellos era un noruego que había ido a los toros solo, sin merienda ni sangría, y que adoptamos como mascota desde que empezó el reparto de vasos de plástico.

Después de una magnífica corrida, como siempre en San Fermín, nos encaminamos a lo viejo, donde en pocas horas el efecto del ajoarriero fermentado empezó a surtir efecto. No es que nos fuéramos a casa pronto, eso no pasa, pero debimos dejar un rastro indeleble en los baños de los bares en los que consumimos y en unos cuantos más de alrededor. El record, nuestro amigo B., con 13 visitas al excusado, tras cada una de las cuales repetía con su ginkas “me echas mucho limón, que es astringente, por favor”.

Derrotados por la noche y el ajoarriero nos retiramos como pudimos a casa. Y a la tarde siguiente, recuperados más o menos del terremoto estomacal, nos dirigimos de nuevo a la fiesta. Ahí nos encontramos, sorpresa, con el noruego mascota. La tarde anterior se había comido dos bocadillos gigantes de ajoarriero. Con el inglés cutre de colegio de aquellos tiempos, nos interesamos por su salud. Pues bien, el nórdico estaba como una rosa. El único de todos los que merendamos que no había tenido que correr buscando un baño.

Fue ahí cuando nos dimos cuenta de que los invencibles hombres del norte guardan todavía la capacidad genética de metabolizar cualquier alimento, para seguir conquistando ciudades y países lejanos. Y comprendimos que el secreto de los vikingos no estaba tanto en las armas, los barcos o los cascos con cuernos, sino en su poderoso tubo digestivo, y más concretamente en su intestino grueso.

¡Hasta la vista!


Sí a los toros en San Fermín 2

Hoy opinaré sobre un asunto sobre el que escribía recientemente McGarrich a raíz de una propuesta para San Fermín sin toros.

Por principio, no me gusta que me prohíban nada, al menos nada que no sea claramente contrario a los principios que aceptamos para una convivencia razonable. Y aquí empieza el tema.

No soy taurino, aunque sí me gustan y mucho los encierros y las corridas en Pamplona. Supongo que lo que me gusta tanto es la fiesta, la merienda, la música. Y también el color, el espectáculo tan antiguo que se representa, las figuras que aparecen por ahí. ¿Qué hace el que le entrega el estoque al torero el resto del día? Solo una vez fui a una corrida fuera de San Fermín. Era en las Ventas, en Madrid, y desprovisto de la fiesta y del lleno de la plaza de Pamplona, me pareció bastante serio, lento y hasta aburrido.

Hace mucho tiempo visité una dehesa en Salamanca. Si fuera un animal, me gustaría vivir allí. Prados, encinas y estanques. Los mayorales a caballo guiaban a los novillos con sus perros y unas garrochas de madera. Conocían cada toro, de que madre eran, los conocían por su nombre y por el color, tamaño, por sus cuernos. Creo que esos hombres que los cuidaban realmente querían a esos animales, aunque su destino fuera una plaza de toros.

Los toros en Pamplona hacen el encierrillo, en silencio, corren con sus hermanos y los mansos en la oscuridad del anochecer a los corrales. Y a la mañana siguiente, el encierro. Si fuera toro, preferiría correr por las calles que ser llevado en un camión encajonado a la plaza. Y la corrida. Si, se hace daño al toro, pero es el final de su vida, lo que ha justificado que naciera y que viviera sus cuatro o cinco años en el campo.

Hay gente que pone como ejemplo los toros en Portugal, donde no hay suerte de muerte real sino simulada. No lo vemos, pero los toros son también mueren. Por no verlo, no deja de ocurrir. Y eso es lo que pasa cada día en los mataderos. Terneros, cerdos, pollos y otros animales son sacrificados diariamente, tras una vida bastante peor que la que han tenido los toros bravos. Y es cierto que sin corridas la raza del toro bravo desaparecería. Económicamente, no tiene sentido criar animales en la dehesa para carne. Y las mismas dehesas, sin el sentido que les da la cría del toro no tendrían el mismo futuro. La naturaleza es así, sin gacelas viejas para cazar no hay leones. Sin toros de lidia no habrá dehesas ni ganaderías.

Pienso que parte del ánimo contrario a las corridas viene de considerarlo como algo “español” y que se utiliza esa prohibición para atacar un símbolo. Error, los toros forman parte de las historias de la antigua Grecia, del laberinto del Minotauro; hay toros en Francia o Portugal, o en México, Colombia o Perú. Y aunque lo fuera, no debería ser motivo para prohibir nada. Si acaso, para no asistir a un espectáculo. Que por supuesto no es obligatorio.

En número, las corridas de toros están a la baja. Es un espectáculo caro, la cría de los toros cuesta mucho dinero. Hace falta cuadrillas, picadores, monosabios, caballos, mulillas, apoderados… Se ha reducido el número de festejos, y no es tan popular ahora como lo fue hace unas cuantas décadas. Seguramente quedará reducido a las ciudades y fiestas más importantes, pero pienso que sobrevivirá, reducido a unos cuantos aficionados a los que les sigue gustando. Creo que se convertirá en un espectáculo como la ópera, minoritario pero que vale la pena mantener. Dejemos que sea la gente quien decida el futuro.

Seguro que el PETA, o el partido animalista hacen lo que creen que está bien, pero personalmente, prefiero que se dediquen a otra cosa y que no me prohíban ver una corrida o un encierro cuando quiera. No van a salvar a los toros consiguiendo que se prohíba la lidia. Lo único que conseguirán es que dejemos de ver sacrificio de animales, aunque siga ocurriendo. Y acabar con la raza de toros de lidia y el entorno en el que viven. Y es un espectáculo brutal sí, pero antiguo y fascinante para los que lo aprecian.

Déjennos con nuestros toros y nuestro encierro, que son el corazón de la fiesta. No quiero que me cambien las tardes en la plaza por un concurso de bailes regionales o un campeonato de mús.

Salven a los animales abandonados, convenzan a la gente para que dejen de comer carne si quieren, pero déjennos con nuestras fiestas. Y si no les gusta, no hace falta que vengan. Quedaremos muchos.

Hasta la vista,