La semana pasada nos habíamos quedado en el tramo final del periplo. Una vez bajados de la villavesa (el autobús urbano para los no iniciados) nos queda el último empujón hasta la plaza.
Las paradas más cercanas están tan solo a unos 600-700 metros del coso, por lo tanto parece que está todo chupado. Arrancas a andar con tu cubo con decisión y cuando llevas recorrido algo así una tercera parte, te das cuenta de que primero, tu casco pozalón de sangría pesa lo suyo, segundo que ya no estás hecho un chaval y conforme van pasando las piezas está cada vez más molido y tercero y más importante, de que el pedazo de cabrito que diseñó esa asquerosidad de recipiente, lo hizo teniendo en mente algún instrumento medieval de tortura cuando hizo el asa.
Esa asa tan bonita y que parece hasta anatómica pues tiene la forma de los dedos en ella, resulta ser estrecha de narices y además por la parte inferior tiene una hermosa rebaba de plástico, oculta a la vista, que se te clava en los dedos como si fuese un cilicio. Sueltas el cubo, te ciscas en el fabricante del utensilio y lo agarras con la otra mano.
La momentánea sensación de alivio se torna en desazón cuando los síntomas se repiten en la otra mano; así que paras y vuelves a cambiar. Esta vez el trayecto es más corto antes de que tengas que parar y hacer un nuevo cambio de mano.
Así te vas acercando a la plaza, parando al final cada 50 metros en un curioso vía crucis, hasta que llegas a la puerta, paras de nuevo, sacas la entrada, se la das al portero y te encaminas al tendido.
Cuando estás allí ves que, como siempre, todos los pasillos están llenos de gente, por lo cual le pegas un pitido a los de la cuadrilla, para que estén listos para recepcionar la vasija y acto seguido le pasas el cubo a la persona que tengas más cerca para que lo vaya pasando de mano en mano hasta su punto final de consumo.
Tras el cubo, también tú te abres paso hasta tu localidad, te sientas como puedes y te acomodas el pozal entre las piernas.
A partir de ese momento te tocará hacer de escanciador…..
¿Cuál es la cantidad adecuada de cada ingrediente para tener una sangría rica y refrescante?
Hola Curioso, una puntualización. Olvídate de lo de refrescante.
La sangría de los toros no tiene como propósito refrescar, sino por el contrario envenenar e intoxicar etílicamente a aquellos incautos que la prueban.
Siempre es fascinante la tonalidad de color que puede dar una buena sangría: desde el rosita pijín gay hasta el morao. No hay dos diseños iguales. Para las manos… tacos como lo pelotaris!.
y de la tapa hermética ya ni hablamos…
lo mejor es ser unos cuantos de cuadrilla y ser generosos en la previsión de la bebida para cada corrida, y ser unos cabrones y no aparecer mas que cuatro pelados para llevar 2 neveras 2 cubos las meriendas y hasta la madre del topo…