Iruña, 6 de julio
13:00 PM
Peña Anaitasuna.
Todo comenzó de manera imprevista. El gentío de la gente no hacía presagiar nada terrible. Todo era una fiesta. Completa.
Alguien dejo olvidada una cerveza a pleno sol, encima del muro colindante. Hay gente en la cárcel por menos motivos. Son los mismos que apadrinan un negro en Zambia, una foca en la Antártica y un nepalí sordomudo. Esta vez cometieron su último error, pobres hombres ignorantes.
Esa cerveza subía por momentos de temperatura. Cada minuto, un grado. Cinco minutos, cinco grados. Ya alcanzaba la temperatura corporal, y porqué no decirlo, era orina pura. Algo que no aguantaría ni un condenado a muerte en la silla eléctrica.
Fue entonces cuando el dueño de le cerveza, o vete tu a saber, la agarró con alegría, como si hubiera encontrado el santo grial.
Fue entonces cuando al probarla, motivado por el ambiente, la probó. Si amigos lectores, una cerveza que rozaba los 40º. Inconsciente. Al momento se dio cuenta de su grave error. Empezó a convulsionar de una manera estrepitosa, cayendo al suelo y haciendo la peonza humaba, gira que te gira, ante la muchedumbre que sorprendida, ebria, no supo actuar.
Lo más espectacular fue ver como pasaba a una tonalidad morada y más tarde a un azul pitufo. Los ojos le estallaron y salieron de sus órbitas. Visto y no visto, falleció de manera atroz.
La plebe comenzó a correr sin dirección, gritando y corriendo como pollos sin cabeza. Avalanchas de borrachos chocaban unos con otros, entorpeciéndose. Casi resultaba cómico.
Si no fuera porque más gente volvía a sufrir en sus entrañas los mismos síntomas.
Eran víctimas del ataque de las cervezas calientes.
(Continuará)
Miedo me da que continue…
Eso les pasa por no beber kalimotxo.
Sí, el kalimotxo caliente es mucho más rico.