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Envidia de los cornudos 1

Hace unos años, era habitual ver en Sanfermines algunos coches “modificados” en los que la cuadrilla de turno se trasladaba a los toros y se paseaba por las calles cercanas a lo viejo. Eso era en los tiempos pre-ITV y cuando la gente hacía más o menos lo que le daba la gana en temas de vehículos.

Se llevaban la palma Los Cornudos, que tenían un coche enorme, descapotable, supongo que era algún coche americano viejo, o tal vez un Dodge Dart de los que fabricaba Barreiros, con unos cuernos de vaca en el capot delantero y una gran inscripción que decía “Los Cornudos”. Y una frase inimitable “No se ría, su mujer puede estar dentro”.

Siempre pasaban por la calle Olite, llenos de gente y efectivamente parecía que la mujer de más de uno iba dentro…

Como teníamos mucha envidia de Los Cornudos, tomamos la decisión de hacer algo parecido. Pero como lo que no teníamos era tanto dinero, tras reunir lo que pudimos juntar, fuimos a ver al padre de un amigo, que vendía coches y que nos vendió a precio de saldo un mini. Llenos de fervor mecánico le cortamos de mala forma el techo, los montantes de las ventanillas y la ventanilla trasera. Quitamos los cristales, dejando el delantero, y lo pintamos de rojo. Parecía el hijo pequeño del coche de Los Cornudos, pero era nuestro descapotable de fiestas.

En ese momento, nuestros conocimientos mecánicos eran escasos, y no nos dimos cuenta de que un coche sin techo se dobla como una botella de agua vacía… Así que decidimos soldarle las puertas para reforzar un poco aquel trasto y que nos durara al menos la semana de fiestas.

Bajábamos hacia San Jorge, donde un amigo tenía un amigo que trabajaba en un taller y nos podía soldar el invento. Uno conducía mientras yo le seguía en una vespa, para recogerle del taller, cuando la rueda delantera derecha cobró vida, y tras arrancar los tornillos, salió disparada hacia el río, dando botes, mientas el piloto frenaba como podía mientras sacaba chispas. Afortunadamente, aquel trasto no cogería más de 40 o 50.

Tras parar, buscar la rueda sin éxito y conseguir una nueva, llegó el balance de daños. El arrastrón había dañado irreparablemente el mini. Las manguetas de dirección, el freno, todo lo que esconden las ruedas, pero que está por ahí dentro, se había doblado.

Tuvimos que abandonar el proyecto del pequeño descapotable rojo, era un 4 de julio.

Y en los días siguientes tuvimos más envidia que nunca de Los Cornudos.


El secreto de los vikingos 2

Hace poco más de 1300 años, los pueblos nórdicos empezaron a navegar lejos de sus costas y a atacar todo lo que se les ponía por delante. Empezaron por la abadía de Lindisfarne, en el norte de Inglaterra, cerca de la frontera con Escocia, en la costa del lado del continente europeo. En junio del año 793, destruyeron el monasterio fundado por San Aidan. Los monjes corrían por la isla, de apenas cuatro kilómetros cuadrados, perseguidos por los bárbaros del norte con sus espadas cortas y sus armaduras de cuero, intentando poner a cubierto los evangelios, escritos en los primeros años de ese siglo por Eadfrith. Salvaron los evangelios y hoy están a salvo en la Biblioteca Británica, pero los vikingos se llevaron la cubierta, de cuero, metal y joyas, claro.

Siguieron visitando las costas de Francia, Inglaterra, Irlanda, España, y Norte de África, llegaron a colonizar Groenlandia y brevemente Norteamérica, establecieron un reino en Sicilia y fundaron lo que se convertiría en el origen de la actual Rusia, el Rus de Kiev.

Entre otras trapacerías, en el año 858 remontaron el Ebro desde el Mediterráneo, y luego el Aragón y el Arga, llegando a Pamplona, saqueándola y raptando al rey. No contentos, volvieron a hacer lo mismo un año más tarde y otra vez raptaron al nuevo rey, García I Iñiguez, a quien cambiaron por un bonito rescate.

Con sus barcos de poco calado, vela cuadrada y remos, construidos de roble y pino, calafateados con pelo de animal y alquitrán, navegaron por los mares (mal) y remontaron los ríos (muy bien). Sembraron el miedo en Europa hasta cerca del año 1100, en que vencidos y convertidos al cristianismo por fin, dejaron de portarse tan mal y de quemar pueblos, castillos e iglesias.

¿Cómo un pueblo tan pequeño fue capaz de llegar tan lejos y vencer a reinos mucho más fuertes y grandes que ellos? Es una buena pregunta, que nos lleva a lo importante: ¿qué comían estos señores para ser tan bestias? Estaremos de acuerdo que en uno de esos drakkar que vemos en las películas no cabía mucho… Así que cabe imaginar que los vikingos comían cualquier cosa que encontraran allá donde iban. Y eso nos lleva a una tarde de San Fermín de mil novecientos ochenta y muchos.

A mi hermano y a mí nos tocaba organizar la merienda para los toros. Diez amigos con hambre, ni idea de guisar, la nevera bastante vacía y una abuela cocinera. De víspera, le engañamos para que preparara la cazuela de ajoarriero definitiva; una cazuela plana y honda enorme, que sabíamos rondaba por su casa.

Pronto por la mañana fuimos a buscarlo. Ahí estaba nuestro ajoarriero, casi rebosando los bordes, llena de ese estupendo producto que es de lo poco que debemos agradecer a la Cuaresma. Para que no se derramara, qué mejor que pedirle que nos prestara también la tapa, y un rollo de cinta aislante. Colocamos la tapa y la sellamos con cinta negra, de esa que vale para todo, menos para arreglar enchufes, la bajamos al coche y nos enfrentamos al problema de qué hacer con el ajoarriero hasta los toros.

Brillantemente, resolvimos que cabía justo en la parte de atrás del coche prestado por mi madre, un Renault 7 verde, en el que habíamos ido a recogerlo, en el hueco entre el respaldo trasero y la luna posterior. Nos fuimos a disfrutar de la mañana y a eso de las cinco, aparecimos en el Casino, punto de encuentro donde otros voluntarios preparaban la sangría.

Con nuestro ajoarriero nos encaminamos a la plaza, bien tapado y calentito por el sol, aumentado por la luna trasera-lupa. Al llegar el tercer toro, tras varios tientos a la sangría, comenzamos a repartir bocadillos de ajoarriero entre los amigos y vecinos de localidad. Uno de ellos era un noruego que había ido a los toros solo, sin merienda ni sangría, y que adoptamos como mascota desde que empezó el reparto de vasos de plástico.

Después de una magnífica corrida, como siempre en San Fermín, nos encaminamos a lo viejo, donde en pocas horas el efecto del ajoarriero fermentado empezó a surtir efecto. No es que nos fuéramos a casa pronto, eso no pasa, pero debimos dejar un rastro indeleble en los baños de los bares en los que consumimos y en unos cuantos más de alrededor. El record, nuestro amigo B., con 13 visitas al excusado, tras cada una de las cuales repetía con su ginkas “me echas mucho limón, que es astringente, por favor”.

Derrotados por la noche y el ajoarriero nos retiramos como pudimos a casa. Y a la tarde siguiente, recuperados más o menos del terremoto estomacal, nos dirigimos de nuevo a la fiesta. Ahí nos encontramos, sorpresa, con el noruego mascota. La tarde anterior se había comido dos bocadillos gigantes de ajoarriero. Con el inglés cutre de colegio de aquellos tiempos, nos interesamos por su salud. Pues bien, el nórdico estaba como una rosa. El único de todos los que merendamos que no había tenido que correr buscando un baño.

Fue ahí cuando nos dimos cuenta de que los invencibles hombres del norte guardan todavía la capacidad genética de metabolizar cualquier alimento, para seguir conquistando ciudades y países lejanos. Y comprendimos que el secreto de los vikingos no estaba tanto en las armas, los barcos o los cascos con cuernos, sino en su poderoso tubo digestivo, y más concretamente en su intestino grueso.

¡Hasta la vista!


Sí a los toros en San Fermín 2

Hoy opinaré sobre un asunto sobre el que escribía recientemente McGarrich a raíz de una propuesta para San Fermín sin toros.

Por principio, no me gusta que me prohíban nada, al menos nada que no sea claramente contrario a los principios que aceptamos para una convivencia razonable. Y aquí empieza el tema.

No soy taurino, aunque sí me gustan y mucho los encierros y las corridas en Pamplona. Supongo que lo que me gusta tanto es la fiesta, la merienda, la música. Y también el color, el espectáculo tan antiguo que se representa, las figuras que aparecen por ahí. ¿Qué hace el que le entrega el estoque al torero el resto del día? Solo una vez fui a una corrida fuera de San Fermín. Era en las Ventas, en Madrid, y desprovisto de la fiesta y del lleno de la plaza de Pamplona, me pareció bastante serio, lento y hasta aburrido.

Hace mucho tiempo visité una dehesa en Salamanca. Si fuera un animal, me gustaría vivir allí. Prados, encinas y estanques. Los mayorales a caballo guiaban a los novillos con sus perros y unas garrochas de madera. Conocían cada toro, de que madre eran, los conocían por su nombre y por el color, tamaño, por sus cuernos. Creo que esos hombres que los cuidaban realmente querían a esos animales, aunque su destino fuera una plaza de toros.

Los toros en Pamplona hacen el encierrillo, en silencio, corren con sus hermanos y los mansos en la oscuridad del anochecer a los corrales. Y a la mañana siguiente, el encierro. Si fuera toro, preferiría correr por las calles que ser llevado en un camión encajonado a la plaza. Y la corrida. Si, se hace daño al toro, pero es el final de su vida, lo que ha justificado que naciera y que viviera sus cuatro o cinco años en el campo.

Hay gente que pone como ejemplo los toros en Portugal, donde no hay suerte de muerte real sino simulada. No lo vemos, pero los toros son también mueren. Por no verlo, no deja de ocurrir. Y eso es lo que pasa cada día en los mataderos. Terneros, cerdos, pollos y otros animales son sacrificados diariamente, tras una vida bastante peor que la que han tenido los toros bravos. Y es cierto que sin corridas la raza del toro bravo desaparecería. Económicamente, no tiene sentido criar animales en la dehesa para carne. Y las mismas dehesas, sin el sentido que les da la cría del toro no tendrían el mismo futuro. La naturaleza es así, sin gacelas viejas para cazar no hay leones. Sin toros de lidia no habrá dehesas ni ganaderías.

Pienso que parte del ánimo contrario a las corridas viene de considerarlo como algo “español” y que se utiliza esa prohibición para atacar un símbolo. Error, los toros forman parte de las historias de la antigua Grecia, del laberinto del Minotauro; hay toros en Francia o Portugal, o en México, Colombia o Perú. Y aunque lo fuera, no debería ser motivo para prohibir nada. Si acaso, para no asistir a un espectáculo. Que por supuesto no es obligatorio.

En número, las corridas de toros están a la baja. Es un espectáculo caro, la cría de los toros cuesta mucho dinero. Hace falta cuadrillas, picadores, monosabios, caballos, mulillas, apoderados… Se ha reducido el número de festejos, y no es tan popular ahora como lo fue hace unas cuantas décadas. Seguramente quedará reducido a las ciudades y fiestas más importantes, pero pienso que sobrevivirá, reducido a unos cuantos aficionados a los que les sigue gustando. Creo que se convertirá en un espectáculo como la ópera, minoritario pero que vale la pena mantener. Dejemos que sea la gente quien decida el futuro.

Seguro que el PETA, o el partido animalista hacen lo que creen que está bien, pero personalmente, prefiero que se dediquen a otra cosa y que no me prohíban ver una corrida o un encierro cuando quiera. No van a salvar a los toros consiguiendo que se prohíba la lidia. Lo único que conseguirán es que dejemos de ver sacrificio de animales, aunque siga ocurriendo. Y acabar con la raza de toros de lidia y el entorno en el que viven. Y es un espectáculo brutal sí, pero antiguo y fascinante para los que lo aprecian.

Déjennos con nuestros toros y nuestro encierro, que son el corazón de la fiesta. No quiero que me cambien las tardes en la plaza por un concurso de bailes regionales o un campeonato de mús.

Salven a los animales abandonados, convenzan a la gente para que dejen de comer carne si quieren, pero déjennos con nuestras fiestas. Y si no les gusta, no hace falta que vengan. Quedaremos muchos.

Hasta la vista,


San Fermín cambia para que todo siga igual 3

Aprovechemos algo del tiempo que falta para las fiestas de 2016 para pensar en cómo serán. No tan diferentes a las del año pasado o el anterior, o tal vez sí.

Las fiestas se repiten y cambian, aunque a veces tan despacio que no lo vemos. Para pensar hacia donde van, tal vez podemos recordar cómo eran.

Hace algo más de medio siglo, mi padre iba a la plaza del ayuntamiento quince minutos antes de las doce del seis de julio. Sobraba espacio. Después, al arga a ver la natación, del puente de Curtidores a la presa de Oblatas y vuelta. Venían nadadores de los pueblos cercanos, y hasta alguno de Zaragoza y Vitoria. No había mucho dinero en la calle, así que las atracciones gratis como los fuegos, los gigantes o bajar a ver los corrales eran las más socorridas. También el cine en la plaza de San Francisco, las ferias de ganado y con suerte alguna corrida de toros. Ni siquiera había muchos bares. Tabernas como La Viña, Casa Paco, algún sitio para la poca gente de posibles, el Torino junto a La Perla, y un par de restaurantes buenos, Marceliano y el Iruña en Mercaderes. Y no había música en los bares, salvo si alguien se arrancaba a cantar.

Venía sobre todo gente de la cuenca y algunos extranjeros, con dinero. En el encierro, a las siete, bajaban a Santo Domingo los carniceros del mercado, con blusas a cuadros blancas y rojas. Y los de la panadería Escribano, en Jarauta, y de la droguería Casa Ardanaz, de la calle Mayor. Y un vendedor de periódicos de la plaza del ayuntamiento, Capón, siempre con blusa negra, alpargatas y boina. Bajaba por Santo Domingo, y los toros en carrera siempre esquivaban esa figura de negro. El diez de julio del 47 un toro, Semillero, mató a un mozo de Pamplona, Casimiro Heredia, y a Julián Zabalza, de Villava en la plaza. Esa tarde lo estoqueó Julián Marín, torero de Tudela.

La gente en aquel tiempo no viajaba, no iba de vacaciones. Trabajaba y disfrutaba de las fiestas como el gran momento del año. Una tierra todavía rural, en la que comenzaba el cambio a las ciudades o los pueblos más grandes. Un mundo distinto, y una fiesta con muchos aspectos comunes a la de hoy y otros distintos.
Un mundo que se ha ido, y creo que para bien. El futuro siempre es mejor. Se pierden cosas, pero se gana más: libertad, experiencias, posibilidades. La melancolía por el pasado sencillo no debe hacer olvidar lo duro de la vida en aquel tiempo.

Sabemos cómo ha cambiado, y nos preguntamos cómo va a evolucionar la fiesta. Es una semana especial, son días que esperamos. Nosotros, nuestros amigos, y los que nos visitan, disfrutamos de la fiesta, del encierro, de las comidas, de la noche y la música. Pero ¿es suficiente?. Si no cambiamos porque nos gusta lo que hay, que nos parece que siempre ha estado ahí, ¿podremos mantenerlas? Porque lo que no cambia se hace viejo.

Deberíamos mantener lo que tenemos sí, pero mirar más allá. La vida ha cambiado, las personas tienen más opciones de ocio y diversión, y habrá que dar contenidos nuevos a la fiesta, para que siga viva para los de aquí y para atraer a la gente. No creo que queramos convertirnos en una alternativa a la noche de cualquier otro sitio. Puede que un día la edad en las gradas de sol será de sesenta años y la fiesta no será igual.

En la parte del mundo donde vivimos, los servicios y el turismo son cada vez más importantes. Pamplona y los sanfermines, the running of the Bulls para los que hablan inglés, la Pamplonada en América Latina, son conocidos en el mundo, y por extensión lo es Navarra. Tal vez podamos intentar usar la fiesta, además de divertirnos, como catalizador para que esos visitantes conozcan nuestra ciudad y nuestra tierra, y repitan durante el año.

No olvidemos la fiesta como era y como es hoy, vamos a pasarlo bien, pero tenemos una cierta responsabilidad y una oportunidad. Miremos más allá. Preguntad qué quieren los jóvenes y qué los mayores, qué podemos enseñar a los que nos visitan del San Fermin de día, tan guardado por los de casa. ¿Por qué no hacer el Rugby Seven más grande y durante las fiestas? ¿Mejor música? ¿Tendremos dinero para el famoso museo de los sanfermines? ¿Podemos conseguir que los que nos visitan conozcan otras partes de Navarra?. Tal vez invitar a la fiesta cada año a otras grandes fiestas, Oktoberfest, el Carnaval de Rio. ¿Cultura? Con la faja me da mucha pereza, pero tal vez no sea mala idea para algunos.

Se aceptan sugerencias…