Txupiruña


Manolete y el escudo republicano de la plaza de toros de Pamplona 4

Ser una sanferminera de pro y, a la vez, sentirte antitaurina es una pesada carga. Bueno, en realidad lo suelo arreglar tratando de no pensar demasiado en que nuestras fiestas están concebidas alrededor del toro y sus diversas simbologías y acallo mi conciencia diciéndome que, sin contradicciones no podríamos vivir. O nos creeríamos inmortales, en posesión de la verdad absoluta, perfectos… Un coñazo.

Puedo embellecer la realidad diciendo que me gusta la plaza de toros porque está presidida por el único escudo republicano de Pamplona que existe. Lo cierto es que es precioso. Nunca me canso de mirarlo. Lo sé, lo sé, está demasiado traído por los pelos. Tengo que reconocer que en mi familia todos hemos ido a los toros en un momento u otro. Y como somos una de esas familias en las que nos gusta contarnos las batallitas, os voy a contar cómo fue la primera vez que fueron unos de mis abuelos.

Mi abuela materna era de Portugalete, pero su padre la trajo a conocer los sanfermines de 1921. Tenía 12 años y le gustó tanto Pamplona que cuando tuvieron que marcharse de su tierra, ella le propuso a su marido que se vinieran aquí. Se instalaron durante la primavera de 1945 y ese 7 de julio fueron los dos a los toros. Querían ver a Manolete pero él no pudo acudir aquel año a Pamplona porque había sufrido alguna lesión. Al fin, consiguieron entradas para ir a verle el 10 de julio de 1947.  La foto es de ese día que, según ella contaba, habían muerto tres chavales corriendo en el encierro. Una auténtica tragedia, si una se para a pensarlo.

Guillermo y Josefita fueron a ver torear a Gitanillo de Triana pero, sobre todo a Manolete. Se hicieron la foto yendo hacia la Plaza de Toros y mi abuela, que era de la peña La Saeta y siempre le gustaba llevar a sus hijas vestidas de blanco, iba a la corrida de toros rigurosamente de negro y con el abanico en la mano. Eso sí, los dos llevaban una sonrisa tan genuina en la cara que estoy convencida de que aquellos sanfermines fueron de verdad felices.

Al mes siguiente, el 29 de agosto de 1947, Islero mató a Manolete en la plaza de toros de Linares y mi abuela mandó a sus tías la foto de la última vez que fue a verle torear. Hoy esa foto vuelve a estar en Pamplona. En el pasillo de mi casa. En el rincón de los grandes recuerdos.  Unos grandes sanfermines los del 47.

Guillermo y Josefita van a los toros

Guillermo y Josefita van a los toros


Josemiguelerico y los chupetes

Mis dos primeras entradas en el blog hablaban sobre los padres así que hoy, para cerrar mi colaboración en 2015, voy a hablaros de San Fermín y los hijos. Sé que es un tema peliagudo. No solo por las silletas, que es algo que genera bastante polémica por estos foros; sino, sobre todo porque la mayor transformación que una persona sufre en su forma de vivir estas fiestas es, precisamente, la maternidad/paternidad. Es tener un hijo y, de repente, descubres un nuevo mundo. Hay vida después del encierro. Concretamente gigantes, la noria y las barracas, desfile de las mulillas, las actividades en Conde de Rodezno, globos de helio, toro de fuego…

A pesar de eso, algunos y algunas intentamos no perder las buenas costumbres y, gracias a la inestimable labor de los abuelos convertimos esos nueve días en una interminable gaupasa en la que fuerzas al límite a tu cuerpo como un deportista de élite durante las olimpiadas. Porque tratar de aguantar el ritmo de día y de noche debería ser deporte olímpico. Esas veces que estás cerrando el Iruña mientras ves amanecer de camino a casa (en el caso de no haber decidido por el camino que ya, total, te quedas a ver el encierro) y para las 11 te han traído a los críos, enredados en un globo volador que se quedará blandurrio pegado al techo de casa (si no se ha volado mientras intentas cruzar el paseo sarasate mientras tu niño mira al cielo y llora desconsoladamente. Y tú, parapetada en tus gafas de sol piensas que la que tiene ganas de llorar eres tú si no te tomas pronto un martini o algún otro brebaje revitalizante…).

Yo he ido con mis hijos a todos los sitios que se supone que tienes que ir si quieres construir un nuevo sanferminero de pro. O tres, como es mi caso. Solo una vez cometí un error de principiante y llevo ocho años pagándolo muy caro.

A una de mis hijas no había manera de quitarle el chupete, así que cuando tenía poco más de dos años decidí hacer lo que se debe hacer: es decir, regalarle el chupete a Josemiguelerico, el gigante europeo. Craso error. Mi hija lloró tanto que tuve que volver donde el señor gigante y pedirle, por favor que me devolviera el chupete de la niña a riesgo de destrozar mis neuronas y las del resto del personal con sus gritos de angustia.

Mi hija siguió unos cuantos meses más enganchada al chupete, mientras yo pensaba que aquello tenía que ser tan difícil como dejar de fumar y, lo peor de todo… Aún hoy en día, ocho años después, sigue mirando con el mismo pavor al gigante europeo, mi favorito. Ella, en cambio, le tiene manía, un odio atávico, como si supiera que en sus manos se encuentran los sueños y las babas de los más pequeños de Pamplona, esos que construirán los sanfermines de dentro de veinte años.

gigantes-y-cabezudos-blog12

 


Vestidas de blanco y rojo

El mes pasado me estrené en este blog hablando de mi padre, un sanferminero de pro que nunca se perdió una y disfrutó todos los días de San Fermín de su vida como si fueran el único. Hoy hablaré de mi madre por aquello de que no se me ponga celosa y, de paso, para continuar en esta línea de fiesta y familia.

Mi madre no nació en Pamplona. Ella es vizcaina y aunque llegó a Pamplona cuando solo tenía cuatro años, en casa siempre la hemos considerado un poco “la de fuera”. En cambio, revisando sus fotos antiguas me llevé una sorpresa.

A todos nos ha dado alguna vez por curiosear sobre los orígenes de algunas tradiciones sanfermineras. Es lo bueno que tienen las hemerotecas y ahora, encima tenemos a San Google. Seguro que la mayoría hemos buscado alguna vez si cuando se tiró el primer txipinazo y de dónde. Cuándo pusieron el doble vallado del encierro y por qué. O cual es la razón por la que nos vestimos todos de blanco y rojo como si lleváramos uniforme.isar

Hay innumerables teorías. Destaca la de que la Peña La Veleta en los años 30 inició la costumbre de vestirse de blanco pero la más extendida posiblemente es que Miguel Javier Urmeneta, aquel famoso alcalde, se propueso popularizar el blanco allá por los años 60. Yo siempre he dado por buena esta teoría, sobre todo porque en las fotos más antiguas de mi padre, que siempre fue nuestra referencia en este tema de los sanfermines, aunque llevaba pañuelico, rara vez iba de blanco. Claro que él era de El Bronce y puede que eso tenga algo que ver.

El caso es que hace poco estaba mirando las fotos de mi abuela y me encontré una de sus tres hijas vestidas completamente de blanco el día 7 de julio. Creo que mi madre tiene en esta foto doce años, así que no eran aún los años sesenta (la fecha exacta no la voy a decir porque no me quiero arriesgar a sufrir sus represalias). Como es en blanco y negro no se ve bien, pero el cinturón que llevaban mi madre y mi tía era rojo.

Dándole vueltas he supuesto que todo esto tiene algo que ver con el hecho de que mis abuelos paternos, que además de vizcainos eran republicanos ellos, nada más llegar a Pamplona se hicieron socios de la peña La Saeta, heredera de la peña La Veleta y por eso decidieron vestir a sus hijas de blanco, para continuar con aquella tradición.

Son imágenes familiares que me hacen recordar de donde vengo. Me enlazan con el pasado vivo de nuestras fiestas. Y, además me hacen pensar que no importa donde hayamos nacidos porque, en San Fermín, afortunadamente, todos somos de Pamplona.

 

 


La sal de la vida 10

Esta es mi primera entrada para este blogsanfermin.com que nos regala cinco minutos de San Fermín al día, algo imprescindible para soportar de la rutina los otros 356 días del año. Y, por supuesto, lo primero que quiero hacer, antes de abrir la puerta del todo, es dar las gracias a los anfitriones por esta invitación. Es para mí un honor formar parte de este insigne elenco de pamplonautas que nos recuerdan que cualquier día puede ser fiesta si nos lo proponemos; pero también da un poco de vértigo no coger el tono. Al fin y al cabo, los sanfermines dan para mucho y nunca se sabe por donde empezar, así que asumiré el riesgo pensando “¡Valor y al toro!”, como dicen en mi casa cada vez que mi madre hace el primer estofado postemporada taurina.

Para este primer día he decidido arriesgarme a que me salga algo un poco almibarado pero me apetecía empezar contándoos una historia de Joaquín, mi padre que (salvando a los presentes) era, posiblemente la persona más sanferminera del universo (y eso sin exagerar ni un pelo).

Después de varios años de noviazgo, mis padres decidieron casarse y, al poner la fecha de boda por alguna extraña razón que nunca he acabado de entender, eligieron el 2 de julio; que ya hace falta tener mala idea. Dice mi madre que ella, en realidad, ya sabía que era muy mala fecha, pero que como mi padre dijo que le gustaba… Hasta que empezaron su luna de miel y el primer día bien y el segundo también (bueno, esto me lo imagino porque no es algo sobre lo que la gente suele entrar en detalles cuando habla con sus padres); pero llegó el 6 de julio y mi padre se puso más triste que una acelga, y con una cara de lástima tan evidente que mi madre decidió que no merecía la pena seguir haciendo el viaje en esas condiciones y le propuso que se volvieran a casa a celebrar los sanfermines “como dios manda”. Tengo la impresión de que Joaquín no se hizo rogar ni un segundo, no fuera a perder aquella magnífica oportunidad.

Siempre cuentan que fueron grandes, aquellos sanfermines de 1970.

1970

Bueno, los de 1970, y los del 71, 72, 83… Porque todos los años eran, según él, los mejores sanfermines de su vida. Lo mismo que cada año opinaba que el cartel de la feria del toro era un poco peor al del año anterior; pero sobre este punto no puedo opinar porque el pobre hombre sufrió la decepción de tener un par de hijos bastante antitaurinos. Eso y lo de irse a partir del 11 o del 12 de julio a la playa eran dos cosas que nunca pudo entender de nuestra generación. Yo creo que le escandalizaba más que si nos hubiese visto lanzándonos de la fuente de Navarrería. Bueno, en realidad, no. Era bastante purista y eso también lo criticaba con tanta pasión como si estuviera hablando de un asunto de vital importancia. Al fin y al cabo, para los que lo llevamos en vena, cualquier asunto sanferminero lo es.

En cualquier caso, ni uno solo de los años de su vida desde ese 1970, dejó de celebrar el día 11 de julio el DiMaSú. Al final, se aburría sin mi madre y se iba a tomar un pote con mi tío al salir de los toros y a eso de las 11 se encontraban con ellas, como por casualidad en la plaza del castillo.

Esto es lo mejor de las fiestas de San Fermin,

Pequeñas tradiciones.

La sal de la vida.