José Murugarren


Malos tiempos

Corren malos tiempos para quienes identifiquen la religiosidad y la tauromaquia con las fiestas de San Fermín. El equipo de gobierno que lidera Bildu en Pamplona está empeñado en desvincular de los actos institucionales los aspectos relacionados con la religiosidad. El alcalde no entra ya ni en la misa de San Fermín ni en la Octava. Y desde el Gobierno de Navarra, la última iniciativa ha sido promover un borrador taurino que desregula las corridas, deja la responsabilidad en manos de la empresa que promueva la lidia y considera innecesario que un concejal presida la corrida. ¿Qué va a ocurrir con el encierro? ¿Cuáles serán las consecuencias? Por cierto, para ninguno de los dos procesos se ha abierto plan alguno de participación pese a que nada tan popular ni participativo como los Sanfermines. Veremos qué ocurre.


Al toro por los cuernos

De todos los debates que tenemos abiertos con el futuro de los Sanfermines el más complejo es que nuestra fiesta hunde sus fundamentos en una carrera alocada de toros sueltos por las calles de la ciudad en un tiempo en el que el foco está puesto sobre el trato que reciben los animales. Es curioso. Esta dificultad máxima constituye paradójicamente su principal atractivo internacional. En Pamplona y por las calles de la vieja Iruña llevamos conduciendo toros la friolera de más de cuatrocientos años. Cuatro siglos en los que la tradición mandaba meter por la trama urbana a los bichos desde las afueras hasta el recinto en el que habrían de torearse. Hoy ya no es lo mismo.  Una parte de la generación de  nuevos jóvenes asiste con ojo crítico a un encierro que termina con lidia y muerte. Y mientras el espectáculo de la carrera desde Santo Domingo a la plaza es seguido por miles de personas en la calle son millones quienes se ponen delante del televisor para contemplar el espectáculo más fabuloso del mundo. En la plaza esto no ocurre. Lo que antes fue una fiebre compartida, sin disidencia, que llevaba a todos los jóvenes primero a la calle a la hora del encierro y después a la plaza, a llenar los tendidos, hoy podía estar quebrándose. Puede decirse al menos que el debate está abierto. Las localidades de la plaza continúan ocupadas pero son  espectadores, entrados en años, en una parte porque éstos retienen las entradas, y en otra, porque no hay demasiado interés en ocupar el asiento por quienes deberían apremiar a sus mayores.


Nos jugamos los cuernos

De todos los debates que tenemos abiertos con el futuro de los Sanfermines el más complejo es que nuestra fiesta se sustenta en una carrera alocada de toros por las calles de la ciudad en un tiempo en el que el foco está puesto sobre el trato que reciben los animales. Paradójicamente esa “dificultad” constituye su principal atractivo internacional. En Pamplona y por las calles de la vieja Iruña llevamos conduciendo toros la friolera de más de cuatrocientos años. Cuatro siglos en los que la tradición mandaba meter por la trama urbana a los bichos desde las afueras hasta el recinto en el que habrían de torearse. Hoy ya no es lo mismo.  Una parte de la generación de  nuevos jóvenes asiste con espíritu crítico a un encierro que termina con lidia y muerte. Y mientras el espectáculo de la carrera desde Santo Domingo a la plaza es seguido por miles de personas en la calle en directo son millones quienes se ponen delante del televisor para contemplar el espectáculo más fantástico del mundo. En la plaza esto no ocurre. Y los más críticos perciben que los jóvenes han perdido el interés que tuvieron antaño por llenar los tendidos de sol. Esas localidades  continúan hoy ocupadas por esos mismos espectadores, entrados en años, en una parte porque éstos retienen las entradas, y en otra, porque no hay demasiado interés en ocupar el asiento por quienes deberían apremiar a sus mayores.


Me hubiera gustado ser mosquetero 2

En la fiesta más anárquica del mundo, si es que hay alguna que no lo sea, los guardianes de las esencias tratan de mover una campaña que defienda que hay que correr el encierro con ropa blanca. A mí, me encanta esta repentina inclinación al orden y al concierto. Los argumentos son de lo más ensoñados y se vienen a sintetizar en dos: es tradicional y es bonito. Aún faltaría el tercero: es romántico. Y en este tercero están probablemente las claves de su anacronismo. En los últimos cien años los corredores del encierro han cubierto el recorrido con blusón de carnicero, americana de domingo y sombrero de ala corta. Y el romanticismo es un fenomenal movimiento social y literario del siglo XIX. La fiesta hoy es una combinación explosiva de toros y desparrame estimulada por una difusión masiva en los medios de comunicación. Pretender uniformar a quienes corren en el encierro es extemporáneo como lo es, en la carrera más mediática del mundo, empeñarse en trasladar que el auténtico corredor de encierros es un tipo anónimo. Otra idea vieja. En la época de la comunicación se multiplican los vídeos, las fotos, las grabaciones mientras la carrera se produce y hasta los “selfies” para sacar pecho, rostro e identidad ante el mundo. Las fiestas, como la vida, son el resultado del tiempo que vivimos por mucho que algunos quieran obstinarse en defender un pamplonesismo de otra época que vincula fiesta y esencias culturales y está a un tris de obligarnos a consumir infusión de árbol de la Media Luna cada vez que salimos por San Fermín. A mí también me hubiera gustado ser mosquetero pero cuando llegué, el oficio se había extinguido.


Sé tú mismo 3

Cuesta de Santo Domingo, camino de la plaza Consistorial de Pamplona. 7 de julio. Un grupo de peregrinos franceses entra por Casa Seminario a la plaza del Ayuntamiento y grita a un fervoroso ‘sanferminero’ de los de blanco, rojo y ‘Navarra es tan pequeña que no se ve en el mapa’ pidiendo que les haga una foto. El hombre, un tipo de mediana edad, que arrastra la faja, no parece entender al francés. Me acerco y le digo: «te está pidiendo que les hagas una foto». «¡Ah! gracias», responde y raudo se coloca junto a los franceses, exactamente en medio del grupo, con la imponente fachada de la Casa Consistorial detrás. Entonces, me entrega a mí la cámara. El «salao»  grita: «tira tú la foto y así nos haces a todos juntos» y yo,con cara de alucinado, no doy crédito al espectáculo al que asisto. Obedezco. Los peregrinos franceses resisten la embestida del lugareño para hacerese hueco y yo, la cornada. Ellos se dejan fotografiar entre la risa y los comentarios jocosos. Y el tipo, al terminar, para rematar su extraordinaria actuación se me descubre no como un listo sino como un filósofo: «Yo, fotos no sé hacer. Pero ya dijo alguien ‘sé tú mismo. Los demás puestos están todos ocupados», «el tuyo», por mí, «es el de fotógrafo. Y el mío, en el centro de todos los saraos». Gora San Fermín! digo por lo bajini y viva la madre que te parió.