Josemiguelerico


Cosas de padres 3

No lo recuerdo con exactitud, pero yo no tendría más de dieciséis años.

Un seis de julio,tras el chupinazo, cuando algunos amigos volvíamos a casa a comer presenciamos una escena, tirando a tierna:

Un niño, al pasar por un jardín junto a Antoniutti, preguntaba a su madre por qué estando el sol en lo alto, podía haber alguien durmiendo en el cesped. Mientras la madres le respondía, a las dos del mediodía, que «era un mozo que dormía para correr mañana en el encierro» uno de nosotros creyó ver algo familiar en el borracho  dormilón.

Al acercarnos, y darle la vuelta, vimos que era Güevo, un compañero de cuadrilla, al que habíamos perdido antes del cohete y al que por lógica, no le había sentado bien los ponches con chocolate en sesión matinal.

Como no vivíamos tan lejos, cargamos con él cual ecce homo y emprendimos camino a su casa. El hombre podía andar con ayuda, e incluso se le entendían algunas palabras, de manera que paramos junto a una fuente para mojarle la cabeza y espabilarlo. Vamos, una escena que habremos protagonizado todos a esas edades pensando que Pamplona es Guasinton y que la gente que pasa al lado no nos conoce de nada.

En pleno «momento fuente», divisé la silueta de mi padre viniendo camino del surtidor  junto a un grupo de amigos que hablaban «de sus cosas». El encuentro iba a ser engorroso:  la hora, el remojón, el amigo borracho…

Mi padre, que era una persona bastante observadora, pasó a tres metros de nosotros en una plaza semivacía, sin que en apariencia reparase en nuestra presencia.

Nunca me atreví a preguntarle si se había hecho el sueco.

En ocasiones, un padre nos hace el mayor de los favores ignorándonos.


Agua va 3

Especulaba el amigo Gaupaseitor con unos sanfermines nevados. Que se sepa, esa contingencia no sale en las hemerotecas. El tópico asocia esas fechas con calor, sol y moscas, pero todos sabemos como se las gasta el tempero en esta ciudad, también conocida por algunos como Mordor.

El caso es que en los Sanfermines de 1996, el día del santo patrón de la archidiócesis amaneció desapacible. El cielo de nuestra city descargó agua a punta pala y la procesión tuvo que ser suspendida. Un desastre.

Por la tarde, gracias al trabajo de los areneros que tiraron de arena, cubos y esponjas*, el  suelo de la Plaza de Toros permitió que el paseíllo tuviera lugar. Comenzaba así la Feria del Toro con una corrida de Miura.

A partir del cuarto toro, la tromba era considerable y al que esto escribe lo dejaron en el tendido más solo que a la chelito. Hasta el punto de tener que gorronear carajillo a otros valientes del Anaita que también decidieron capear el temporal.

De aquella tarde de toreo acuático, sólo quedaron dos magníficos pares de un subalterno apellidado Parrilla. En otras circunstancias, el banderillero hubiese sido adoptado por el Tendido de Sol como un nuevo «Formidable».

La cuestión es que al poco de salir de los toros, entre el remojón y las calles vacías, fuí convencido por un amigo para plegar velas a casa. Como el colega era un poco comodón, cogimos un taxi hasta San Juan, donde decidimos echar la espuela en un solitario bar. Seguía lloviendo. Pero la copa se fue liando, los cuerpos se fueron templando y menos de una hora después cogíamos ¡otro taxi! de vuelta al casco viejo.

Vamos, que el día de la gota fría terminó en las dianas y en el encierro del ocho de julio. Nunca imaginé que el agua dejase semejante resaca.

Los Sanfermines, mejor secos por fuera.


Hiperlocalismos 5

Allá por el primer certámen de micorrelatos de San Fermín, los sesudos miembros del jurado que evaluaba las obras finalistas advirtieron que estas se encontraban trufadas de hiperlocalismos. Es decir: de algunos textos saltaba la «lagrimica» entralazada con el pañuelo rojo  en pleno «momentico».

No sabemos si la apreciación del jurado era positiva, negativa o una simple descripción del aire que respiraban las obras. El dato es curioso, pues tres certámenes más adelante, algunos concursantes foráneos protestaban en la creencia de que sus relatos no eran tenidos en cuenta por el jurado al no tener ingredientes suficientemente locales.

El pasado verano, en Sevilla, una cuenta de twitter comenzó a hacer furor. Un anónimo hispalense oculto bajo la cuenta @ranciosevillano [«Serranitos o muerte»] hacía las delicias del personal en la red. Hay que advertir que el adjetivo rancio, en Sevilla, no se utiliza con acepción peyorativa. Viene a parecerse lejanamente a lo que aquí sería un «casta».

Visto el éxito y alcance de aquellos tuits cargados de ironía y «sevillanas maneras», el sevillano rancio se animó a escribir una novela. El libro, «El asesino de la regañá» es un hiperlocalismo  de 200 páginas que divierte incluso a lectores pamploneses. En ella un asesino en serie va eliminando por Sevilla chefs catalanes que intentan mancillar la gastronomía local, arquitectos herejes de las formas hispalenses o reventadores de su fábrica de cerveza.

Viene esta reflexión a cuenta de que las historias que pasan por este blog, plagadas de kalimotxos, marianitos mojados, villavesas y calzoncilladas quizá también tengan su público al norte o sur del Carrascal.

PD: ¿os imagináis una banda de justicieros ejecutando a herejes de nuestras fiestas?


Un cruel descubrimiento 6

Llegan las Navidad y con ellas la consecución de ese pequeño bulo universal que nos montamos en las casas y con la que embaucamos a la gente menuda coincidiendo con la nochebuena o la epifanía. Uno piensa que con la parafernalia que se monta dentro y fuera de las casas en torno al asunto, los críos tienen que sentirse un poquito engañados al saber la verdad.

El problema es cuando uno se lleva estas decepciones de mayor y descubre que lo que uno tenía por hechos y principios imperturbables, no lo son tanto. Y aquí empieza mi relato de lo que aconteció el pasado siete de julio.

Para la logística sanferminera, uno utiliza la casa de un cuñado que se encuentra al lado del coso taurino. Salía un servidor del festejo taurino e iba a dejar la mochila en el mencionada casa. Era sábado y la calle estaba de bote en bote con el personal bailando, bebiendo y festejando. Mientras abría la puerta del portal una pareja estaba llamando al telefonillo. Me fijé poco en ellos pero ambos lucían un estilismo sanferminero de fín de semana: pantaloncitos blanco cortos ella, vaqueros él, con fajas y pañuelos anudados de un modo imposible de homologar por el sanedrín de este blog. Mientras se iba cerrando la puerta, alcancé a escuchar que ella le preguntaba él por su nombre.

Tras recargar la nevera con bebidas para el día siguiente y hacer algún que otro recado bajé por las escaleras con la cabeza puesta en el Gin Tonic que iba a caer a continuación. Al llegar al portal, que tiene el tamaño de una sucursal de banco, escuché un ruido en las escaleras que bajan a los trasteros de la casa. Temiendo que algún cabrón se hubiese colado para hacer sus necesidades, práctica habitual del fin de semana, asomé un poquito la cabeza por la barandilla. Sólo presencié la escena un instante y el ángulo de visión sólo permitía ver una pequeña parte de esta, pero puedo decir sin temor a equivocarme que la pareja del telefonillo estaba echando un esploto con todas las de la ley ¡en la puerta del trastero de mi cuñado!

Ni que decir tiene que me largué de allí disparado, que uno no tiene vocación de voyeur. Aunque la visión de la escena me persiguió durante todo el verano y me hiciera adicto a los relatos de Patxi Irurzun.

Tantos años pensando que el sexo y los Sanfermines eran como el agua y el aceite… y resulta que los hay que follan en San Fermín ¡y con gente que acaba de conocer!

¿Quién nos metió esa idea en la cabeza de que los sanfermines eran sólo alcohol y toros?¿Será verdad lo de las australianas en Navarrería?¿Nos habremos perdido algo? ¿Qué será lo próximo que descubramos, que San Fermín no era morenico?

Mientras tanto sólo queda desearos a todos felices fiestas y un buen paso del primer escalon de la escalera.

 

 


Las novias de Larraina 2

En los años 60 y 70 y comienzo de los 80, la noche Sanferminera difería de la que conocemos actualmente. El ambiente no era puramente callejero sino que se distribuía en lugares con entrada de pago.

La noche parecía concentrarse en los distintos clubes deportivos que eran capaces de atraer a millares de personas al reclamo de actuaciones musicales de renombre.

Cuentan que el ambiente, era bastante bueno, aunque como yo no lo viví lo dejo a la imaginación del lector.

El caso es que algunos jóvenes de la época comenzaban la noche con sus novias formales en la sociedad deportiva “x” (no es cuestión de dar pistas) para luego seguirla más libres por el ibérico método de acompañarlas a casa y continuar con los amigotes.

El lugar de más éxito para continuar la juerga solía ser Larraina que, sólo por esos días y esas horas, permitía el paso de señoras a sus instalaciones.

Los jóvenes, ya huidos de sus novias, debían de tener éxito en aquello del ligue porque acababan los sanfermines con un problema: ya no sólo tenían que quedar bien con sus novias de continuo sino que ahora también tenían a la “novia de Larraina”.

En cualquier caso, eran otros tiempos porque a ver ¿qué es eso de ligar en San Fermín?