Un día en la vida de Mintxo 1
Mintxo se despertó antes de lo previsto. Estábamos ya en puertas de los sanfermines y había mucho que preparar. Desayunó unas tostadas con sendas lonchas de pavo. Desayuno sano por los cuatro costados. Saludable sin paliativos.
Tras hacer varios recados relacionados con la ropa sanferminera, usease, no le cabía la del año anterior, Mintxo se reunió con unos primos a comer. Siempre quedaban unos días antes de las fiestas para planificar los últimos detalles. La comida, como siempre, la preparaba Jesulo. Esta vez deleitó a la concurrencia con una ensalada de codorniz y un solomillo de ternera al foie. En la antesala de la fiesta de los excesos había que ir calentando motores, y no se anduvo por las ramas.
Para cenar había quedado con Rakel. Cómo le gustaba Rakel. Además, compartía con ella ese activismo antitaurino cada vez más en voga. Irían a cenar tras participar en la manifa antitaurina que estaba convocada esa tarde nada menos que en su Pamplona del alma, punta de lanza del maltrato al toro bravo.
Con Rakel la cena fue frugal. Una sepia con alioli concretamente. Disfrutaron recordando los mejores momentos de la manifa, y reafirmándose en lo execrable de las corridas de toros, señalando como auténticos fachas a los desalmados que disfrutan con el espectáculo y a los que encima hacen de él un negocio, que ahí es donde se encuentra la madre del cordero.
Esa noche no hubo final feliz a pesar de la euforia porque Rakel madrugaba al día siguiente. Mintxo volvió a casa y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Cuánto hubieran dado el pavo, la ternera y el pato que Mintxo había engullido despreocupadamente por haber podido disfrutar de nada menos que cinco años de vida a papo de rey, en semilibertad, y cuidados y tratados como unos marqueses, antes de que un matarife les diese boleta de manera ignominiosa.