Capítulo -I 2


14 de julio,  en la suite 22 del Hotel Yoldi.

Parapetado bajo la montera que acababa de colocarle su mozo de espadas, Eduardo Monchante De la Oreja apura el café dejando sobre la mesa el enésimo periódico. En todas ellas, de manera más que destacada, la foto de dos japoneses y un imponente bigotudo peleándose entre sí ajenos a la manada que estaba a punto de engullirles. A cinco columnas, titulares como baile mortal o harakiri made in Pamplona. Y lo que era peor, la foto de una nariz y un bigote inconfundibles, junto a la palabra se busca. Incluso  el Times se sumó a la fiesta con un Wanted.

-Mira que te he visto en malas situaciones, pero hay que reconocer que te has superado, Papytu. Incluso me has robado el protagonismo, cosa que te agradezco.

Nuestro héroe descansaba tumbado sobre la cama. Llevaba sin dormir desde el día del pibón nórdico, y se le antojaba que eso era allá por el pleistoceno. Como un animal acosado, perseguido por la policía y el retrato de su careto distribuido por la ciudad, se había guarecido en la habitación de su viejo amigo Eduardo, que le observaba puro habano en mano y traje de luces color nazareno. Cualquier otro matador estaría temeroso de enfrentarse a los ya míticos Miuras. Éste, no obstante, sin inmutarse, se acicalaba una de sus ya legendarias patillas. La confortable suite del diestro era el único rincón de Pamplona que no había sido inspeccionado por la policía. Suelo santo.

– Eduardo, necesito entrar como sea a la plaza de toros. Es mi última oportunidad de echarle el guante y arreglar todo este desaguisado. He pensado que podía hacerlo como ayudante tuyo. Recuerda que me debes una.

Por la mente de éste pasó una infinidad de razones para quitarle la idea de la cabeza. Sabía la existencia de esa deuda sin saldar. Esa navaja afilada punzando su cuello allá en Buenos aires y la intervención afortunada de Papytu.

-Está bien, vendrás de ayudante de mozo de espadas. Roberto, dale las maletas. Nos vamos. Que tengas suerte Papytu, que me da que la va a necesitar- espetó el torero no sin ironía a nuestro héroe, antes de abandonar la habitación.

La corrida transcurría de mal en peor. Los Miuras demostraban el porqué de su fama. La faena se encontraba en su meridiano. La plaza entera aprovecha para dar cuenta de la merienda y permanecía ajena a lo que acontecía en el coso. Hacía falta algo que cambiase la dinámica de la tarde. El maestro, dándose cuenta del tedio imperante, decidió animar la tarde.

-Roberto, dame el capote que me voy a la puerta- le pidió a su mozo de espadas, a la vez que le guiñaba el ojo a Papytu y le dejaba su inseparable habano humeante…

-Que no se apague Papytu. Como nuestra amistad. Va por usted y por Baires.

Éste, sintiéndose desnudo sin su recién afeitado bigote, camuflado detrás de las tablas bajo una gorra, le respondió asintiendo la cabeza mientras daba una calada al habano y recogía la montera.

La ruidosa plaza enmudeció al ver a Eduardo Monchante de La Oreja situado a porta gayola. Encima de chiqueros, el cartel anunciaba la inminente presencia del miura, 645 Kg. de casta brava que respondía  al nombre de….fue entonces cuando a nuestro héroe le pareció que el suelo se abría bajo sus pies. El habano se le escurrió de las manos. Atónito, no daba crédito a lo que sus ojos le anunciaban. Su nombre, Papytu M. resaltaba en el tablón que era sujetado por una silueta inconfundible, la de su eterno enemigo, su Némesis. La puerta de chiqueros se abrió para dar salida a una alimaña mientras por el otro lado, nuestro protagonista, saltaba raudo sobre el albero como un espontáneo a la vez que comenzaba a la carrera gritando el nombre de su amigo.

Ya estaba casi en los medios cuando vio la larga cambiada que daba paso a una imponente mole que iba directo hacia él. La cara de tensión que descomponía el rostro sofocado de Eduardo Monchante de la Oreja tras haber sorteado el burel sólo podía competir con la de Papytu Madre, a la carrera y desencajado, el cual contemplaba como un segundo Miura salía de chiqueros, ante el griterío ensordecedor de las gradas…

–Eduaaaaaardo, a tu espaldaaaa… bramó Papytu un segundo antes de contemplar impotente como se acercaba a la carrera el enciclopédico toro.

La escena era dantesca, propia de un circo romano. Dos miuras, un torero y nuestro protagonista en el coso pamplonés. Las gradas histéricas, los subalternos locos yendo al socorro del maestro mientras los policías desenfundaban sus pistolas sin saber a qué o quienes apuntar. Las peñas aplaudiendo a rabiar. El caos era absoluto. Eduardo Monchante de la Oreja se giró justo a tiempo para enfrentarse al segundo morlaco y darle un trincherazo marca de la casa, desviándolo con suma maestría  de su trayectoria.

Aprovechando la carrera, decidió Papytu intentar saltar sobre el toro, estilo corrida vasco landesa. No le quedaba otra, ya que frenar era imposible. El toro se encontraba ya a unos cinco metros de él. Papytu Madre contra Papytu Miura. Destinos cruzados. Acercándose ya a su terreno, concentró su mirada en los  dos ojos negros azabache y la afilada cornamenta que se dirigía en forma de derrote hacia su persona a toda velocidad.

El salto en plancha, herencia de los viejos tiempos, hizo levantar una exclamación unísona de los tendidos. Hubo un momento en que parecía que lo iba a lograr. El metro noventa de Papytu Madre intentando saltar por encima del Miura. Después, La cornada. Tremebunda, de época. El impacto, cual choque de trenes, colosal, le levantó como una pluma hacia el cielo de Pamplona.

En ese momento, le pasó por la mente todo lo acontecido en la última semana, a cámara lenta. Lo último que pensó, flotando en el aire, como en un sueño, ingrávido, con los brazos abiertos frente al gran azul, fue en maldecir la hora en que se había afeitado su añorado bigote.

(Continuará…)


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