11:00 AM Diez de Julio, patio de caballos de la plaza de toros.
El multitudinario desfile de pamploneses y no oriundos de impoluto blanco, aderezado con implacables guantazos de perfume que parecían luchar contra el aroma inconfundible de la cuadra de caballos, otorgaban un aire sereno y un resplandor especial. Todos ellos, bien dormidos y mejor peinados, se dirigían al proceloso ritual que se producía todas las mañanas en el apartado de la monumental.
No eran esas matutinas horas y menos ese recóndito lugar sitios frecuentados por nuestro héroe PAP., más a pesar suyo, sentía que su objetivo estaba oculto dentro del abarrotado elenco de políticuchos de tres al cuarto, artistas venidos a menos, famosillos de pacotilla, extranjeros con cartera engrasada, mayorales, aficionados taurinos, meros curiosos y familias acaudaladas cuyas hijas, sugerentes dentro de blancas blusas ceñidas, hacían pasar amenamente al personal el interminable rato de salón y besamanos en que se había convertido ese arcano ritual del sorteo y enchiqueramiento de los astados. Cornúpetas sí que había y bureles también.
Entre toda esta plebe, destacando por su altura y su melena rubia, una tremenda güiri con un caniche con pañuelo en brazos, a juego con su vestido rojo de tirantes. Ese vestido le sonaba de días anteriores, estaba casi seguro. La certeza es una quimera dentro de la vorágine sanferminera. El olvido, un fiel aliado de las mismas. También le sonaba su acompañante, éste tocado y vestido de una manera estrafalaria. Los dos parecían ensimismados, pareciendo no entender el sentido del ritual que estaba a punto de comenzar. PAP, en cambio, se batía en una enconada lucha cuerpo a codo por alcanzar la barra del bar. En ella, unos pinchos con forma de testículo, criadillas creyó escuchar, y unas chistorras, reclamaban la atención de los sedientos asistentes .El calor era atroz, como los precios de las consumiciones. Una familia entera podía subsistir una semana con el precio de una ronda, pensó nuestro protagonista.
Por la megafonía anunciaban no sin estridencia el inicio del acto. Los toros de Vicoriano del Río, procedentes de Madrid (de chulos y de p… esta así, musitó para sus adentros PAP) se movían inquietos por debajo de los asistentes. Estos, en un piso superior pero ridículamente cercano asentían y comentaban las características del comercial pero no por ello peligroso encierro. De gran porte, el primero, fue aplaudido a la vez que éste, no sin lanzar derrotes y miradas asesinas a todo quisqui presente, se introducía de manera inverosímil por una estrecha puerta.
Fue entonces cuando creyó verle entre la marabunta, justo en el lado opuesto en donde nuestro bigotudo protagonista daba cuenta de una cerveza. Estaba detrás de la pareja de guiris y el caniche patada. Hizo por ellos PAP, pero el lleno era total y el avanzar sin importunar a la gente, imposible. Lo que pasó a continuación transcurrió en un instante. En un abrir y cerrar de ojos, el caniche cayó acompañado de un griterío al pasillo donde en ese momento, el excelente ejemplar que atendía al nombre de Cóndor, 580 Kg. de peso, proclamaba enfurecido que su presencia ahí era obligada. La baba que colgaba de su morro acentuaba dicha impresión.
Lanzó un tremendo derrote hacia el caniche. Gracias a su diminuto tamaño, pudo esquivar al burel. Se podía escuchar con nitidez el bufar del toro y el ladrido del caniche. Dando unos pasos hacia atrás para coger perspectiva lanzó su segundo y feroz envite, enganchando al infeliz chiguagua por el pecho, empalándolo y estrellándolo contra la pared, dispusiéndose el bueno de cóndor a unirse al vermouth general, con un jugoso y sabroso pincho perruno. La gente, espeluznada, se tapaba el rostro con las manos, esperando la cantada cornada. La güiri, por el contrario, no se movía ni exteriorizaba ningún gesto. Estaba petrificada.
Fue entonces cuando el mayoral, diestramente, cogió la vara electrificada en una mano y otra con un gancho en la otra, aplicándolas a ambas en sendos animales, con tan mala fortuna que la electrificada alcanzó al caniche y la otra el cuerno del animal. Electrizante apartado, rezarían al día siguiente los titulares. Un olor a pelo quemado quedo como mudo testigo del accidente, a la vez que los lomos del burel, con una marca a fuego de Y, desfilaban hacia los chiqueros. PAP, nuestro sorprendido personaje, decidió que añadiría esa letra a su cada día creciente nombre. PAPY, levantó la vista buscando al causante del incidente sin encontrarlo. Arqueando ligeramente el bigote, esbozando una sonrisa, pensó que a veces, sólo a veces, merece la pena madrugar.
(CONTINUARÁ…)
Cuando acabes de publicar todos los capítulos, que los vuelvan a poner del tirón que me estoy perdiendo…
Pero se pone interesante, Pamplo… yo tampoco me acuerdo mucho de lo anterior, pero el tal PAPY está empezando a pisar terrenos resbaladizos…
La historieta mola cantidad. Para mi gusto, sería recomendable no tardar tanto en publicar cada capítulo de la historia; de esa forma, los lectores la disfrutarían/amos mucho más.