Querido abuelo Aniceto:
Sirva ésta para darte las gracias por todos vuestros desvelos para con nuestros hijos, vuestros nietos, no vuestra obligación, en estos días de locura grande en que se convierte nuestra más grande fiesta.
Si no fuera por ti, y por otros muchos como tú, no podríamos ir a los toros, después cenar con los amigos, algunas mañanas almorzar y presenciar el apartado, ya sabes, ese ritual que se celebra en el patio de caballos y donde se reúne tanta gente a la que poco o nada le interesan los toros; después tomar el vermú, mientras tú y otros como tú lleváis a nuestros hijos a los gigantes, los cargáis en vuestros hombros y reís lo que nosotros no hacemos; más tarde, llegar a casa y descansar procurando que nuestros hijos no nos molesten, hay que estar frescos para buscar a la cuadrilla con los bocadillos que otras manos tendrán preparados, la ropa limpia en su lugar sin preguntar quién, a veces cerramos la puerta sin dar las gracias, como si de otros fuera la obligación.
Querido abuelo, queridos abuelos, gracias, muchas gracias por hacer esta fiesta nuestra tan grande.