Querido señor alcalde:
Me permito, esta epístola, con el deseo de hacerle llegar mis parabienes, porque según la cuenta atrás que preside la entrada o salida de la calle estafeta, ya falta menos, siempre menos, para que los hoteles suban sus tarifas, los bares dupliquen beneficios, y los foráneos que quieran asnarse encuentren aquí lugar propicio, el orín, el azufre, las vomitonas y sus secuelas son el principal ingrediente de esta capital universal de la desidia, sólo 204 horas, afortunadamente hay parroquianos que acompañan a la procesión y autoridades con sus vestidos de gala, vecinos acicalados para saludar y festejar al patrón en cuyo honor se celebran estas celebradas fiestas, por la tarde, a su hora en punto, también con las mulillas, hasta la plaza, a pesar de algún patán, como en toda muchedumbre, después, una vez terminada la algarabía de la plaza, donde unos, a veces, millonarios, distraen, o lo intentan con mayor o menor mérito al personal que, religiosamente ha pasado por taquilla, para ver, con escasa fortuna, alguna redonda faena, la salida, su bullicio y colorido dan al paisaje un irisado fulgor, qué bella se muestra engullendo en sus calles voces y música, y los fuegos, esa maravilla que maravilla a grandes y pequeños, luego, la noche adquiere otro ritmo, los suelos se cubren de plástico, comida y alcohol y que gracias a los esforzados señores de la limpieza, a los que la edad nos ha hecho madrugadores, agradecemos encontrarnos con las primeras luces todo reluciente y desinfectado, pulcro, como si nada hubiera pasado.
Cómo me ha gustado lo de «qué bella se muestra engullendo en sus calles voces y música»
Epístolas poéticas al alcalde.
Allo reinventando el género de la instancia administrativa.