7º clasificado: «Pure» de Carlos Remón Sanjuán.
July 6th, nearly 12. The right time to adjust the settings.
The rocket was launched into the cloud and the music downloaded onto the square and wired him up.
16.30 on his calendar, the Riau-Riau. The notes that he could never forget.
They headed for Navarrería for a meet-up. This is my space, he thought.
Later a girl looked at him, requesting a friendship. He could have chatted with her -hey, what’s up- but the sorbete made him choose stand-by mode.
His friends finally wouldn’t do the bull-run and he got the message. Mercaderes instead to get the most stunning street view. In the morning, when the sun photoshopped the cobbles with layers of gold, they’d maybe catch a glimpse of San Fermin, his profile streaming down to San Lorenzo.
When he decided to go home to switch off, friends were following him. The scarf and the sash still an attachment -also glowing necklaces with no application. Birds were tweeting. As he said agur to the group he raised his thumb and got 8 likes.
He searched his pocket for the keys. Only then did he realise he hadn’t used his smartphone all day.
He smirked. Sanfermines was augmented reality.
The real thing.
Pure
6 de julio, casi las 12. El momento preciso para ajustar la configuración.
Lanzaron el cohete a la nube y la música se descargó en la plaza, poniéndole en modo operativo.
Miró su agenda. A las 16:30: el Riau-Riau. Una cita que nunca se le podría olvidar.
Arrancaron hacia Navarrería, donde tenían una quedada. Éste es mi espacio, pensó.
Algo más tarde, una chica lo miró, enviándole una solicitud de amistad. Podría haber chateado con ella – hola, ¿qué tal?- pero el sorbete le hizo elegir el modo en espera.
Recibió un mensaje: al final, sus amigos no correrían el encierro. En su lugar, Mercaderes, para poder disfrutar de la vista más impresionante de la calle. Por la mañana, cuando el sol editara con Photoshop los adoquines con una capa de oro, quizás podrían captar un destello de San Fermín, mientras su perfil se descargara hacia San Lorenzo.
Cuando decidió irse a casa para desconectar, sus amigos continuaban siendo sus seguidores. El pañuelo y la faja, aún como adjuntos -además de brillantes collares sin ningún tipo de utilidad-. Los pájaros tuiteaban. Dijo “agur” al grupo, levantó el pulgar y consiguió 8 “me gusta”.
Buscó las llaves en su bolsillo. Solo entonces se dio cuenta de que no había usado el teléfono inteligente en todo el día.
Sonrió satisfecho. Los Sanfermines eran realidad aumentada.
Lo verdaderamente real.
8º clasificado: «Despierta, por favor» de Laura Sanchez Godoy.
Al son de un tambor te acercas y te alejas. Mis claros ojos están posados en ti. Bailo al ritmo de tu balanceo, del bailoteo de tu ropa y tu mantilla graciosa embriagado del olor que desprenden las flores que engalanan tu pechera. Te sigo como la abeja borracha del néctar floral. Ignoro lo que acontece a mis pies, el jolgorio que proviene de mis faldones, el pasacalles, la gaita… no hay nadie más que tú, solo tú. Siempre tan cerca y tan lejos compañera.
Resuelta vienes hacia mí pero me obligan a moverme. Cambia el sentido de mi camino. Me mezclo entre mis semejantes. Te pierdo entre quiebros y giros. Una vuelta, una vuelta más, otra más, no te veo y el pánico aparece ¿dónde estás mi señora?. Hasta que llega por fin la quietud, la calma y apareces desafiante, sintiéndote altiva y poderosa, frente a frente. Y es en este precioso momento, atrapado en mi inerte cuerpo de monarca cuando confirmo que vendería mi corona y sus piedras preciosas, cortaría mi barba, regalaría mi reino… por verte abrir tu abanico y agitarlo con desparpajo. Te lo ruego por favor, despierta y libérate del muchacho que te mece. Toma mi mano, reina.
9º clasificado: «Disimulo» de Marialuz Vicondoa Álvarez.
Ni una lágrima. Ni un gesto que reflejara el miedo que me comía por dentro. Me esforzaba para que nadie notara la angustia que me invadió cuando comprobé que me había perdido. En la calle Mayor me quedé inmóvil, con mis siete años, mirando una procesión de alegría, color, música, cabezudos, San Fermín y calor…, mientras aguantaba como podía el llanto. Rodeada de gente, abrumada, a empujones… sola como nunca. El mundo, el poco que conocía, se me echó encima. Sin saber qué iba a ser de mí, me invadieran augurios truculentos, mientras disimulaba el terror a desaparecer y a que se notara. Nunca fueron tan monstruosos esos cabezudos que me miraban. No hacía nada, permanecía. Todo desaparecería, el tumulto, la procesión, los niños, los gritos… y yo continuaría allí, esperando a la nada o a algo peor. Iba de la mano de mi madre, no sé quién soltó a quién. Desparecieron ella, mis hermanos… Los rostros dejaron de serlo. Caretas desconocidas, todos se reían de mí, yo apretaba los labios para no dejar salir mi llanto. Un apretón en el brazo me tiró hacia atrás. “Ya está. Fin”, pensé. “¡Aquí está! Oye, y tan tranquila estaba, como si nada”, escuché a mi madre.
10º clasificado: «La pastilla de jabón» de Amaya Carro Alzueta.
Lo cierto es que está resultando muy difícil. Medito mientras intento hacer desaparecer las manchas del bajo de tu pantalón, frotándolas con la pastilla de jabón con todas mis fuerzas. La primera vez que vas al chupinazo con tus amigos. La primera vez que pasas toda la noche fuera de casa. La primera vez que corres el encierro, aunque me prometiste que no ibas a hacerlo. Las manchas no salen. Tendré que dejarlas a remojo. Como a mis sentimientos. ¿Recuerdas cómo aferrabas mi mano, temblando, cuando veías a Caravinagre? ¿Recuerdas cómo te escondías entre mis piernas para no escuchar el atronador estallido de los fuegos? ¿Recuerdas cuántos globos te compraste y perdiste, cuántas vueltas me hiciste dar imitando a los gigantes? ¿Recuerdas cuántos besos nos dimos vestidos de blanco y rojo? Tu mano ya no busca la mía y tus besos pronto tendrán otra dueña. Y yo estaré aquí, intentando lavar mi nostalgia con agua templada y jabón de pastilla mientras mi niño se hace hombre y se aleja de mi lado. Espero que San Fermín te cuide, hijo, porque ahora te vas embriagado por la fiesta, pero mi alma predice que ya nada será igual. ¿Recuerdas, amor, cómo bailabas sobre mis pies?.
Soy el autor del cuento del 7º clasificado y quería hacer un par de matizaciones con respecto a la traducción. Creo, además, que si se hubiese consultado con el autor podrían haberse subsanado fácilmente.
Es inevitable por las características del microrrelato que se pierdan expresiones idiomáticas y juegos de palabras intraducilbles, pero hay dos errores que definitivamente adulteran el sentido del cuento:
La más importante es cuando se cambia el orden de una frase, de (la traducción es mía): «Al final sus amigos no iban a correr el encierro, y él captó el mensaje» a «Recibió un mensaje: al final, sus amigos no correrían el encierro». Esto resulta equívoco, porque parece que le ha llegado un mensaje, obviamente a un dispositivo móvil, y precisamente al final del microrrelato se insiste en que el protagonista no ha consultado su teléfono en todo el día.
Lo mismo sucede con «16.30 en su calendario, el Riau-Riau. Las notas que no podría olvidar nunca», que se sustituye por «Miró su agenda», que vuelve a resultar confuso y contradice de nuevo el final.
Por lo demás, enhorabuena a los finalistas y ganadores.