Decalle 3


Algunos sanfermines me gustaría escribir sobre la marcha, en sus dos acepciones. Oseasé, escribir a tiempo real sobre la fiesta. Alguna vez he publicado cuentos por encargo y por capítulos en periódicos, pero lógicamente había que entregarlos por adelantado; y ya por gusto, o sea para mí, siempre me ha resultado difícil, me ha dado pereza, pinchar la burbuja de esos días con la punta del boli. Lo que tenía que pasar para que yo me pusiese a escribir durante sanfermines es que no quedaran más cojones. Es decir, que algún periódico me lo pidiera (y que pagara, que eso no siempre coincide), algo que todavía ni yo ni mis miles de lectores no nos explicamos por qué no sucede. Ya tengo hasta pensado sobre qué irá mi sección. Será una crítica musical, como las de mi amigo Oscar Beorlegui en el Noticias, pero de grupos callejeros. Un día los indios del cóndor pasa, otro un cuarteto de músicos virtuosos del este, al siguiente los txalapartaris mojabragas de Mercaderes… La crítica por supuesto sería lo de menos, en mi columna contaría (o me inventaría) la vida y milagros de esos músicos, o la de quienes hacen corro a su alrededor (y lo deshacen cuando toca pasar la gorra), etc. Una crónica social, festiva pero con mucha enjundia. Después me darían el Pulitzer, o el Ortega Gasset, algo por el estilo. Y los directores del otro periódico que no me habían encargado la columna se tirarían de los pelos…

(Ay, perdón, un momento, que me tengo que agachar a recoger los trozos del botijo de leche.)

El caso es que de lo que yo quería hablar aquí (aparte de vender una vez y por no perder la costumbre más la moto) es de algunos de esos grupos callejeros. Hace algunos años, por ejemplo, no faltaban nunca a la cita unos que, creo recordar, se llamaban De calle. Liaban unas que pa qué, con sus versiones de Leño, Barón Rojo… Creo que hasta grabaron algún disco, cuando grabar un disco no era una cosa que hacía cualquiera. Lo de los indios ya es caso aparte, con sus plumas, y las flautas, y los sintetizadores saturando los bafles, que parece que en cualquier momento va a abrirse la tierra y va a aparecerse Quetzatcoalt lanzando rayos y centellas. Al menos al principio, ahora esa conexión entre los dioses y la pachamama en cada esquina ya nos impresiona un poco menos a nosotros que nos hemos criado con religiones monoteístas y con el concurso internacional de fuegos artificiales.

Y luego, aunque esto ya trasciende lo de la música callejera, para quedarse en callejera a secas, o en venta ambulante, estaba Donanpher, aquel señor vestido de explorador que vendía bolígrafos. Todo un clásico. ¿Qué habrá sido de él? Yo me llevé una decepción terrible el día que alguien me desveló que Donanpher era Phernando al revés. Pero aún así, el colmo sería que pudiera escribir mis crónicas sobre músicos callejeros para el periódico con una de sus estilográficas. Igual hasta me salían algo más hiladas.


3 ideas sobre “Decalle

  • gaupaseitor

    Un seis de julio, recuerdo que nos encontramos una fregona en la calle San Lorenzo, y le dimos multitud de usos, uno de ellos el hacer de bajo en un típico grupo, no sé bien si de indios o peruanos. Tras un rato «tocando» con ellos, nos fuimos a las txoznas. Estoy seguro que sacaron más dinero por mi presencia de bajista, que por su calidad artística.

  • estafetakoa

    Qué grandes los Decalle, solía verlos en la plaza del Castillo o en Sarasate y, en agosto, en el Boulevard donostiarra.

    Menudo Smoke on the Water se solían cascar.

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