Como agricultores tras pedregada, algunos hosteleros ya han saltado quejándose de la baja ocupación hotelera y de la caída del número de visitantes durante las pasadas fiestas de San Fermín. No es nada nuevo, ya que se trata de un gremio dado al lamento.
Lo curioso es que, una vez más, piden apoyo público, planes estratégicos y no sé qué cosas más que tendremos que pagar entre todos para que ellos se beneficien. Que reflexionen, primero, sobre sí mismos, sobre los precios que disparatan, sobre la calidad del servicio que ofrecen (acojonante lo que que hay que pagar por una caña en vaso de plástico y un pintxo en plato de cartón) y, sobre todo, sobre la proliferación de aperturas (al menos 40 bares nuevos y 4 hoteles inaugurados en los últimos años solo en el Casco Viejo de Pamplona).
Se quejaba el representante de una asociación de hosteleros de la competencia desleal de comercios que obtienen licencias exprés para venta de bebidas alcohólicas. ¿Y no es competencia desleal que todos los nuevos establecimientos abiertos en lo Viejo en estos años, disfrazados de cafeterías y restaurantes, actúen con horarios, luces, licores y decibelios de discoteca? ¿Eso no es un fraude? Con los locales bien abiertos a la calle y aprovechándose del espacio público, cosa que, por cierto, también hacen el resto del año.
En fin, que más de lo mismo, que en vez de preocuparse por la constante huida del nativo, del vecino, algunos se preocupan más por intentar embaucar a los de fuera.
Que venga menos gente es, para mí, una noticia excelente.
Lo que me apena es que se vayan los de aquí.
Pero bueno, para desastre-desastre, mi pañuelo, que quiso huir de mí el 16 de julio al tender la colada.
Menos mal que Gurgur, comercio sano y preocupado por su vecindario, acudió en mi rescate.