El asedio


Pamplona, 11 de julio
07:00 horas, 12º grados. Despejado.
Recepción del Hotel La Perla
Plaza del Castillo.

La misión encomendada a Papytu era una gesta. Ante la imposibilidad de acceder por las buenas a la habitación 101, había telefoneado al circo para que le mandaran refuerzos. En su interior, se cobijan los artistas de Circo Charles “Elastic-Man” y los chimpancés amantes Elvis “The Pelvis” y Priscilla.Dominique, el propietario del mismo, le había prometido que le enviaría como ayuda a dos personas, sin decir si eran humanas. Tan sólo le comunicó sus nombres: Boli y Bic.

Su plan para acceder era sencillo pero eficaz: aprovechar la marabunta que se formaba el hotel antes del encierro para acceder de cualquier manera posible a la inexpugnable habitación de Charlie Seen, custodiada a cal y canto por sus guardaespaldas Claro está que los planes están para incumplirse.

Fumando un habano, Papytu esperaba la llegada de los refuerzos. Precavido, había pillado dos roscas en la churrería La Mañueta a las que aderezó con narcóticos .Los chimpancés era a los que más temía Llevaban fuera del circo cuatro días, de los cuales dos dentro de la habitación de un actor de Hollywood.

No estaba preparado para lo que sus pupilas dilatadas observaban en esos momentos: la llegada parsimoniosa de un elefante africano, domador incluido con dos personajes encima.

Tras la primera impresión, se rehizo. Tendría que improvisar. El gentío alucinaba en colores con el espectáculo. Al llegar frente al Hotel, el paquidermo rodeó con la trompa y descendió cual pluma al diminuto Bic, 1.45 cms, cabeza cerilla, tez morena, abrigo de plumas negras y moño. Acto seguido, el elefante se arrodilló para dejar al inmenso Boli, a los pies de Papytu, que a su lado parecía diminuto: 2,40 metros ocultos dentro de un kilométrico gabán coronado por un sombrero de copa.

El máximo y lo mínimo. Papytu entendió entonces la grandeza del circo y la miseria de su plan. El elefante se levantó sobre sus patas traseras, alzándose y dando rienda suelta a un colosal barrito que rebotó en toda la Plaza del Castillo. La gente silbaba, aplaudía y aullaba enloquecida. Surrealismo puro.

Por si fuera poco, las dianas ascendían por Chapitela. Porros, porros, pa desayunar…el quilombo estaba hecho. Aprovechando la confusión, Papytu, Boli y Bic ascendieron raudos por las escaleras hasta la primera planta. Bic, con una dentellada al cuello, se deshizo del pavo real. Era un caníbal. A su vez, Boli, agarrando del pescuezo a los guardaespaldas, entrechocó sus cabezas al estilo Bud Spencer. Solo faltaba Trinidad. Dos cacahuetes menos en el mundo.

Papytu, llamando a la puerta, espetó:

-Servicio de habitaciones.

Al abrirse la puerta, se tiró en plancha a la vez que soltaba las roscas lisérgicas para despistar a los homínidos. Lo que contempló no se asemejaba a nada de lo que había visto nunca. Indescriptible.

Sobre el cielo, estalló el cohete que avisó del inicio del encierro.

(Continuará)