10de Julio,
15:00
33º Bochorno.
La presencia del cuerpo municipal en los corrales se hizo notar al instante, en forma de trío militar. Al frente de él una prominente barriga con lamparones, barba de cinco días y palillo en la boca que luchaba por barrer los restos de un almuerzo reciente. Detrás de él, dos torres humanas a forma de poderosa escolta. Con cara de pocos amigos. Enfrente, Don Eduardo, otra vez atrapado en un nuevo día sanferminero. Meridiano de las fiestas, éstas se ocultaban debajo de sus ojos azabaches en forma de ojeras. Demasiados incidentes dentro de la locura festiva que les rodeaba. Cinco días en Pamplona equivale a un lustro en Lora del Río.
– Buenas tardes, soy el sargento RastaMaría. Venimos a proceder a la detención de un toro suyo, alias Minutón. Se le acusa del asesinato a cornadas del veedor de la Misericordia. Asesinato con alevosía y nocturnidad. Quizás tengamos sacrificarlo.
– Mi toro no ha matado a nadie, Tiene las astas sin tocar. Puede usted comprobarlo personalmente.
– Vamos a comprobarlo in situ mayormente…
A ello fueron. En medio del corral, erguido y con las orejas extendidas, aparece la silueta inconfundible de Minutón, salinero y mortal. Visiblemente nervioso, mueve la cola y la cabeza avisando que no está por la labor. Su respiración inunda el ambiente.
-Vamos a intentan atraerlo para que puedan contemplar que las astas están sin tocar.
Mediante silbidos entrecortados, Don Eduardo trata de atraer al Miura, que poco a poco, intrigado se va acercando. Sigilosamente, el Sargento RastaMaría desenfunda el arma sin que el mayoral se percate. Está decidido a sacrificar al animal. La muerte de su amigo veedor le ha afectado y está aquí para tomar la justicia por su mano. Muerte con muerte. Talionescamente atemporal.
Escasos veinte centímetros les separa del espectacular animal. Rastamaría, lentamente, asciende la Walter PKK de las grandes ocasiones, apuntando entre el hueco del chiquero hacia la testa. Los segundos se alargan como el final de mes de un parado. Casi se pueden tocar. Con suavidad, quita el seguro,amartillándolo. Ya casi está.
De repente, un coletudo con perilla aparece en lo alto de los corrales, armado con un megáfono y con el pito al aire. Aparece acompañado de una mujer también en pelotas picada. Sus pechos son del tamaño de la cabeza del coletudo. Impresionan .En la mano porta un cartel con una foto de un toro agonizante.Es la güiri del Arga Taberna. Los dos van con pinturas rojas por todo el cuerpo. Son los PETAS, activistas antitaurinos, que corean al unísono:
-Minutón absolución. La tortura, no es cultura….
La visión del pene bailando fláccidamente encima de sus cabezas le parece una afrenta desmesurada para Rastamari, que guiñando el ojo apunta directamente a las pelotas del coletas. No obstante, el bamboleo de los pechos de la guiri, arriba abajo, abajo arriba, le juega una mala pasada y le hace errar el tiro y le pasa al peta entre las piernas chamuscándole los huevos. Huele a pelo de huevo frito. Nuevo olor sanferminero. Del susto, este se desmaya y cae de una voltereta al corral .Territorio de Minutón.
Hombre escuálido y coletudo en un lado.65 Kg. y micropene. En frente, Minutón, salinero y mortal, 680 Kg. de orgullo Miuresco. Jamás se contempló un combate tan desigual desde David contra Goliat. La güiri pechugona, le lanza el cartel para que lo utilice como exigua defensa, acompañando con palmas y coreando:
-Togegoooooo, toogegggggoooo-desde su ignorancia anima a su compañero.
Por el contrario, el coletudo, tomando como estrategia la del camaleón, se mimetiza con la pared mediante su piel, adquiriendo un tono blanquecino amarillento. Lo que no de la necesidad…Ahí lo tenemos, de cuclillas, parapetado detrás de un cartel rojo y blanco con la efigie de un toro agonizante.
Minutón acusa su enfado y levantando una tremenda polvareda, embiste con furia al activista petaniano. Y así lo hace, insertándole de manera poco ortodoxa el asta por territorio tan recóndito y oscuro. Anal será el desastre. Como una aceituna violada, pero con coleta y perilla…
En esas Don Eduardo, gallardo como pocos, sale y se expone armado únicamente con su sombrero de Mayoral, citando al toro y separando al togego coletudo de una muerte garantizada. Abriendo las puertas del corral adyacente, se lo lleva de manera torera, tranquila y sosegadamente, maestría condensada.
(Continuará…)
Qué sangre fría la de don Eduardo