En fin, muy atrás nos quedaron ya los Sanfermines y hasta los Txikitos se nos han ido ya hace tan solo dos semanas.
Ahora que empezamos lo que solemos llamar nuestra travesía del desierto, no os voy a hacer ningún resumen de fiestas ni a hablar de las de 2017 (ya habrá tiempo para pensar en ellas cuando se inicie la escalera allá por enero).
Lo que me viene a la cabeza es la sorpresa y el impacto que supuso enterarnos a finales de agosto del fatal accidente de Julen Madina en La Zurriola.
Cuando se confirmó el desenlace, aparecieron en los periódicos comentarios varios, fotos de hace unos años y entrevistas con opiniones de gente relacionada de alguna manera con el encierro.
Más allá de los tópicos, me quedé con algunas declaraciones que achacaban las críticas o animadversión de algunos sectores de Pamplona básicamente a envidias y celos por ser Julen un corredor de lo mejor que ha habido en el encierro.
No tengo la impresión de que así haya sido, pues no creo que nadie le haya etiquetado como un mal corredor sino más bien todo lo contrario. En todo caso entiendo que las críticas le vinieran en su momento por entender que quizás pudiera estar tratando de mercantilizar el encierro por medio de la empresa Team Building Encierro que creó con otros socios.
De cualquier modo y pasando de polémicas sin sentido, personalmente me quedo con el recuerdo que tengo en especial de los encierros de los ochenta, cuando su nombre no era aún tan popular y solo le reconocíamos por su inconfundible aspecto.
Tengo grabado como solía ver las repeticiones de los encierros a la hora de comer con mi padre y al llegar el tramo del callejón nos fijábamos para localizar a Julen y siempre solíamos comentar “joder, hay que ver que facultades tiene y como corre el calvo ese”.
Descanse en paz.