Fallo del jurado del XI Certamen de Microrrelatos de San Fermín


Estimados amigos y lectores, esta misma tarde a las 19:30 en el Palacio del Condestable de Pamplona, se ha hecho público el fallo del jurado del XI Certamen de Microrrelatos, con los siguientes resultados:

Primeros tres clasificados:
Ganador: Nerea y yo 
por Ángel Saiz Mora.
clasificado: Horas extra por Amaia Ambustegui Lapuerta.
clasificado: La huida por Alfonso García De Cortazar Ruiz De Aguirre.

Resto de finalistas:
clasificado: 34 pañuelos por Carmen Remírez Barragán.
clasificado: 9 horas y 25 grados por Paola Ruiz López.
clasificado: La primera vez por Francisco Javier Medina Herrera.
clasificado: Errege por Joxe Aldasoro Jauregi.
clasificado: De pacharanes y chupetes por Mirentxu Arana Lesaca.
clasificado: Por la noche, fuegos artificiales por Paula Fernández Suárez.
10º clasificado: El juramento por Julia San Miguel Martos.

Nuestra más calurosa enhorabuena a todos ellos, así como al resto de participantes en este XI Certamen que nos han hecho disfrutar con sus trabajos.

Y sin más preámbulos, aquí tenéis el texto ganador al que seguirán la próxima semana el resto de textos en sucesivas entradas:

Nerea y yo – Ángel Saiz Mora

Coincidimos en una conocida confitería de Pamplona. Ella iba a pagar unas pastas y había olvidado el monedero. Me ofrecí a costear el importe y terminamos sentados frente a un café. Al día siguiente comenzaba el primer encierro de los sanfermines. Dije que no me perdía ninguno y siempre terminaba moviéndome deprisa. Ella contó que solía situarse al pie del vallado. No me atreví a entrar en más detalles, ni a pedirle el número de teléfono. Luego maldije mi timidez.

Al día siguiente apenas escuché el cántico en honor al santo, tampoco el estampido del cohete de salida. Mis ojos la buscaron entre la muchedumbre blanca y roja, mientras las pezuñas resonaban sobre los adoquines.

Hubo un herido. Me puse al volante de una ambulancia medicalizada para trasladarlo al complejo hospitalario. Vino acompañado de un ángel con chaleco naranja y una cruz roja en la espalda, igual que la mía.

Desde aquella mañana de julio miro fascinado a Nerea, convencido de que siempre hay algo misterioso en ella, porque nunca nos lo contamos todo. Quizá sea eso lo que hace que permanezcamos juntos, también nuestro hijo Alexander, a quien pusimos el mismo nombre que al norteamericano con traumatismo que volvió a unirnos.