Historias en blanco y rojo 2


En 2010 publiqué Un extraño lugar para morir, una novela negra ambientaba en Pamplona durante los días de fervor sanferminero. Aquella novela, como es lógico, tenía sus investigadores, sus muertos y sus asesinos; tenía también (de manera latente) todo el cariño y la generosidad que a lo largo de los años yo había recibido de muchos amigos pamploneses. Quizá por eso, porque su origen estaba en la amistad, la novela tuvo cierto éxito y llegó a más de cuatro mil lectores.

Un par de años más tarde, mientras impartía en Granada un curso sobre novela negra, uno de los alumnos se me acercó al final de la clase. Se llamaba José Carlos. Además de escritor aficionado era dibujante, había leído Un extraño lugar…, le había gustado y me pedía permiso para hacer una novela gráfica basada en mi historia. Levanté la ceja. Yo no tenía (ni tengo) la más mínima idea de los resortes que mueven el mundo del cómic y la novela gráfica. Decidimos tomarnos un café para que él me explicara más detenidamente.

Cuatro años ha pasado explicándome el asunto. Cuatro años de intermitentes cafés y alguna que otra caña. Cuatro años en los que mi asombro y mi agradecimiento crecían junto a sus fabulosos dibujos y su manera de quebrar, subvertir y mejorar la historia original. Cuántas veces me he acordado de aquel día que José Carlos se cruzó en mi camino. Cuántas veces no he merecido la suerte que tengo.

Eso sí, para que el resultado final fuera aceptable el dibujante tenía que vivir una verdadera inmersión pamplonica, ¿qué era eso de dibujar Pamplona sin haber estado en sus bares, sin conocer a sus gentes? Me tocó entonces hacer de Cicerone y corresponder en la medida de lo posible al generoso regalo que José Carlos me hacía poniéndole rostro al comisario Uriza, a la inspectora Bea, al muy pamplonés y forense Goñi o al poeta más bobo del mundo, Carmelo Bello.

La semana pasada José Carlos me volvió a llamar; quería enseñarme la versión definitiva. «El libro estará en la calle el mes que viene», me dijo.

Este año, cuando el día seis de julio den las doce y el chupinazo deje un reguero de humo gris en el cielo de Pamplona, levantaré mi copa a la salud de José Carlos, a la salud de sus dibujos y a la salud de todas aquellas historias soñadas en blanco y rojo.


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