IV Edicion Certamen Internacional Microrrelatos San Fermín


JUAN LORENZO COLLADO GÓMEZ (ALBACETE, ALBACETE)

MI MOMENTO

MI MOMENTO Sonó el clarín y al instante salió al ruedo un toro impresionante, rebosando fiereza. Miré sus ojos oscuros, la cornamenta y el pelo negro. Ése era mi momento de suerte. No podía dejar pasar la oportunidad y, tras quitarme el pañuelo rojo que llevaba al cuello, salté con él como engaño. El toro se lanzó hacia mí e intenté un natural que me capultaría a la Gloria. En la que llevo varios días porque la cornada fue extraordinaria. No le había dejado al toro otra opción.

 

Julio Manuel Larruga Mengíbar (Madrid, Madrid)

Sueños embotellados

Igualar la velocidad explosiva de los toros a la salida de los corrales, es el sueño de todo corredor. Por primera vez había conseguido ese propósito, y estaba disfrutando como nunca encajado entre los pitones. Lástima del inoportuno teléfono que le sacó de su duermevela, privándole de tan maravillosa carrera. No se molestó ni en levantarse a contestar. Gastó el tiempo justo en rellenar su copa de tinto navarro, y continuar con la siesta. El siguiente sueño le hizo regresar a sus añorados Bar Torino y Casa Marceliano. Le explicaron que debía viajar a Olite para la vendimia, y desentrañar el misterio de ese vino que tanto placer le proporcionaba, trasladándole a tiempos más felices. Descubrió que las encargadas de pisar las uvas eran un ejército de caribeñas. Sonrió ya que no fue la pesca de altura lo que le retuvo en Cuba, sino la de bajura con las mulatas. Mujeres serpenteantes con sangre de chocolate, parecían bailar sobre los frutos. El asombro alcanzó su máximo, al ver como esos cuerpos perfectos se derretían cual caramelos, fundiéndose con el mosto para formar el néctar prohibido. Cuando Hemingway despertó, decidió no pegarse el tiro hasta terminar con la última de aquellas botellas encantadas.

 

David Campaña Martinez (Madrid, Madrid)

Ojos negros

Las puertas se abrieron y comenzaron a correr por aquellas calles estrechas e inundadas de personas. Su corazón iba a cien y la adrenalina inundaba sus ojos negros. Estaban apelotonados y en la primera curva cayeron estrepitosamente, el dolor fue espantoso… el miedo también. Sólo quería salir de alli. – No fue buena idea correr. Vislumbró al final una salida, al fondo, amplia de arena, – se podría respirar. Llegó con la lengua fuera, nervioso y cansado… Allí le esperaba aquel traje de luces que secaría sus ojos negros para siempre y le devolvería la calma que la carrera le quitó.

 

Sandra Cecilia Bolatti Beltramo (ROSARIO – SANTA FE, ARGENTINA)

FERMINA.

Invierno en Argentina, verano en España, los lazos, las manos de la madre patria, lo cubrían todo. De espaldas al Mar, mirándo desde la costa con una marca, como si la otra costa no estaría tan lejos. Llegaría con maletas viejas allá con el barco en los años cincuenta, para disfrutar lo que llevaría a cuestas mucho tiempo. En ruedas de charlas sólo lo veía como algo lejano. Sin embargo la palabra escrita puede más, toma fuerza y se torna erguida en su máximo color, llegaría el día que Rita Fermina mi madre conocería lo que siempre quiso conocer el origen de su nombre escrito y vuelto a escribir una y otra vez, para entender así porque a veces el nombre se escribe con sangre.

 

Gabriel Francisco Barrios Fedriani (Sevilla, Sevilla)

Carrera

Carrera. Justo con el chupinazo, mi compañero de siempre sale como una bala, hacia la cuesta, la más peligrosa porque ellos están recién salidos y después, en la plaza, se rehacen y acercan; sus gargantas nos meten miedo. No hay donde meterse. En los cien metros de Mercaderes, desconfiamos: se nos echan encima a pesar de las vallas. Algunos, que no han corrido antes, se estampan contra ellas al girar hacia Estafeta, por enfilarnos. Saltan por el aire algunos pañuelos rojos, pero no nos volvemos. Se empujan entre ellos, van ciegos, a pocos metros. Al final, cuesta abajo, hasta el callejón, ni los periódicos que se llevan en la mano hacen confiar en llegar ilesos al ruedo. La entrada es angosta. Es difícil mantener la verticalidad, pero aceleramos hasta entrar por la puerta, que se cierra con el último de nosotros. Recupero la respiración y veo a miles de ellos gritando alrededor del círculo de tierra. Amontonados en la puerta, algunos heridos, muchos de los que nos seguían vestidos de blanco nos miran con cara de haber hecho algo incomparable: encerrarse aquí para que los matemos a cornadas tras soltarlos. Como cada año.