IV Edicion Certamen Internacional Microrrelatos San Fermín


Edgar González del Castillo (Torreón – Coahuila, México)

De fervor y parricismo previo al sanferminazo del próximo año

—Si me llego a enterar de que alguien se ha enterado del crimen —asevera veintidós minutos antes del chupinazo—, tenga por seguro que vendré a por usted: a criminizarla. Doña Luisa se queda estatuaíficada. Observa cómo Rubén jala por los pies el cuerpo de don José. Ve cómo la cabeza abierta deja una estela espesa por el suelo: más negriza que colorada. Doña Luisa siente lo que nunca había sentido en toda su vida: miedoasco. Nunca había sentido eso. Y tanto. Y es un hecho: nunca revelará el crimen. Nunca platicará nada de esto a nadie. Y es que nunca le ha gustado la idea de terminar muerta en manos de otro. Doña Luisa, hay que decirlo, siempre ha tenido arranques suicidistas desde niña. Pero no es lo mismo suicidarse a ser suicidado por otro. Y en realidad le causa cierto ascomiedo todo el asunto. ¿Cuál asunto? Es obvio que no el de la muerte de don José: su esposo. No. Tampoco que haya sido muerto por manos rubenescas: las de su hijo. No. Tampoco que le abran la cabeza de un machetazo: de Rubén. No. Es sólo que la sangre siempre le ha resultado nauseótica. Qué horrorizante, ¿trapear eso de vuelta? Ni loca.

 

Esteban Conde Choya (Cerdanyola del Vallés, Barcelona)

El pañuelico ondea en nuestro cuello

Mira, Chema, acabo de llegar a Pamplona en plena efervescencia de los Sanfermines y no te oigo bien por el móvil; así que escucha bien lo que voy a decirte. Seré lo más breve posible. Estoy hospedado con unos cuantos amiguetes en una fonda cercana a las Plaza Mayor y anoche estuvimos hasta las tantas liados con tapas y chiquitos, y andamos todos un poco groguis. Pero ya estamos en la calle dispuestos a realizar una nueva carrera. Dicen aquí al lado que ya han dado el chupinazo de salida, de modo que de aquí a un par de minutos pasarán a nuestra altura los toros en su carrera frenética hacia la plaza. Luis es el que peor está por los excesos de anoche y todos le decimos que se quede tras las vallas, que ya haremos por él la carrera los demás. El follón es de los que sólo se viven una vez, y a unos metros ya aparecen los primeros corredores. Chema, tengo que colgar. Ya te contaré más tarde cómo ha ido. Espero que no salga ninguno revolcado; preparados estamos todos y el pañuelico ondea en nuestro cuello animándonos a correr. Hasta más tarde.

 

Jesús Jiménez Reinaldo (Rivas Vaciamadrid, Madrid)

PEPI

A las cuatro de la mañana sigo bebiendo calimocho y empiezo a besarme con un tío rubio, duro como una estatua de Miguel Ángel, que alguien me ha presentado por San Nicolás. Santa Rita, Rita, me digo, agarrándome al teutón como un cefalópodo y me sumerjo en la noche oscura del Berlín pamplonés. Me viene a la cabeza una canción absurda que dice que Rufo es un pescador y que en su casa hay un jardín pequeño. La tarareo mentalmente mientras mantengo los ojos cerrados y la boca se me llena de la extraña sintaxis alemana. A las ocho me sacan del dulce ensueño con un par de bofetones, para que vea pasar el encierro por Estafeta desde el balcón de una asociación de pescadores, me dicen, pero a mí solo me da tiempo de ver pasar un toro y algunos danzantes antes de que se me caiga la cabeza sobre el hombro de mi novio. Quiero seguir durmiendo con él, encima de él si puedo, y quiero que al despertar no sea verdad nada de lo que estoy bebiendo desde las cuatro de la mañana, porque, si no, ¿cómo me vuelvo a Barasoáin y se lo cuento a Pepi?

 

Amaia Ojer Sánchez (Pamplona, Navarra)

ESTOY VIVA

Son las 21.30h; apuro el último trago de mosto. “¡Entonces mañana a las 10 en mi casa!”, dice María. “¡Sí, yo llevo la bebida!”, añado. Nos despedimos con una sonrisa cómplice, hasta el día siguiente. Bajo a casa por la cuesta de Santo Domingo, esa por la que durante siete incansables días correrán los valientes. Mientras camino, acaricio el vallado y pienso en lo afortunada que he sido. Atrás han quedado los tiempos de enfermedad, angustia, miedo, tristeza, hospitales y tratamientos. Llego a casa y me asomo a la ventana; se puede sentir que algo va a estallar; se respira una especie de calma inquieta, esa que precede a la tormenta. Voy a mi habitación. Me aseguro de que está todo listo, el pañuelo, la faja, el pantalón y la camiseta…y las zapatillas, esas que sólo uso nueve días al año pero que tienen más vida que cualquier otro calzado. Ya es casi medianoche y me meto en la cama. De pronto me despierto, es la 1. Me vuelvo a despertar…son las 3. Y así, a trompicones, pasa la noche y llega el día. Por fin, otro año más, ya está aquí. Pero este año es especial. Este año estoy viva.