IV Edicion Certamen Internacional Microrrelatos San Fermín


Julio Martínez Rodríguez (Vigo, Pontevedra)

LA TORA

Oigo bullicio, una fuerte explosión es el aviso para iniciar la estampida, la carrera. Personas agitadas van delante, los toros detrás avanzan en manada, dos de ellos observan y siguen mi trayectoria, no me gusta esto… Hay pocas mujeres en el encierro, casi siempre somos las mismas, desde los balcones la gente lanza gritos de aliento. -¡Halé, halé, olé,olé! Resbalo en la curva de Estafeta y caigo, un astado roza mi piel con la testud y golpea mi torso, salgo ilesa, corro, corro… Un «guiri» asustado grita. – ¡Oh my god! No entiendo, creo que se refiere a su gato, se acuerda de su gato, lamento haberlo pisoteado, ha sido un accidente, algo de inglés se. – MMMMMM sorry sir. Sigo entre el gentío, el mozo de la derecha bracea en la carrera y sonríe, gentilmente me ofrece su enrrollado diario que rehuso, empujo y golpeo. – MMMMMM no he venido aquí a flirtear. Ya veo la plaza, conozco estos lugares. Allá está Manuél, me gusta él, siempre nos protege, reune a sus chicas para llevarnos a casa, naturalmente los toros a las suyas, oigo su llamada. – Vamos Astrid, vaaaaaaaaca. ¡Viva San Fermín!

 

Juan Jesús López Fernández (Cartagena, Murcia)

LAS FIESTAS DEL SANTO

Dispuesto a desmontar la grandeza de las fiestas del Santo, cerré la maleta y fui al aeropuerto sin una sola prenda roja conmigo. Al llegar a destino, el aeropuerto era un hervidero de comentarios exaltados y foráneos ávidos de fiesta. Libreta de periodista en mano, seguro de poder destapar el mito, me encaminé al hotel. Nunca llegué a él. Una magia que creía inexistente me rondó, me tanteó y me cautivó al pisar la ciudad. A los veinte minutos ya había comprado varios pañuelos rojos y me había cambiado el atuendo. A la media hora devoraba copiosos manjares, me refrescaba con espirituosos de la tierra y reía amistosamente. A las dos horas me dejaba mecer extasiado por la marea de festeros. Al llegar la noche retozaba junto al ser más hermosos de la creación; australiana, treinta años. Al amanecer la adrenalina del encierro invadió mi cuerpo, bombeando en mi corazón bravura y arena. En el inevitable final de aquella semana cogí un avión hacia un nuevo futuro. A mi lado, la mujer de cabello plateado que compartiría mi vida. En mi interior, la firme promesa de volver. En mi maleta, prendas en rojo y blanco, amistades y la grandeza de las fiestas del Santo.

 

Palma Rodríguez García (A Coruña, A Coruña)

Diario de la Condesa Federica de Montcusá

Salimos de Toledo al crepúsculo escoltados por la guardia del conde Ricard de Montcusá. Estaba nerviosa, a mis 14 años, era la primera vez que salía de la Corte en dirección a Pamplona. Durante muchos años escuché relatos de cuentacuentos que osaban ir a esas festividades pueblerinas. A raíz de esas historias sobre saltimbanquis, corridas de toros y sobre la variedad cultural que se reunía en Pamplona, le supliqué a Padre que fuésemos. Al llegar a Pamplona, no podría imaginar las imágenes con las que me deleitaron mis ojos. Por doquier había comparsas de gigantes y cabezudos y niños de temprana edad corriendo tras de sus hermanas con carretillos en forma de toro bravo. Miles de colores adornaban las túnicas de una gran variedad de razas que ni en mil años hubiese creído posible. A la mañana siguiente, lo primero que presenciamos fue el “chupinazo”, el inicio de las fiestas del San Fermín y el grito por doquier de toda la multitud: “Viva el San Fermín”. Presencié tradiciones como el levantamiento de piedras y como un toro atravesó una de las barreras de contención para llevarse por delante faldas de doncellas y cuerpos de hombretones. Fueron los días más felices de mi vida.

 

Benjamín Alonso (Bilbao – Bizkaia, Euskadi)

TODAVÍA

Cuando el toro se despertó todavía Heminway estaba allí.