Mª Nieves Tomás Gómez (Torrent, Valencia)
No se, todavia…
Poco a poco, Ivan iba adaptándose a su nueva vida, para un niño de nueve años, que había estado toda su vida en un orfanato, no era nada fácil. -Cuando vaya al colegio, y tenga nuevos amigos, se encontrará mejor -les había dicho la psicóloga. Después de cinco meses, todavía les llamaba, tío Toni y tía Sara, le habían dicho que podían llamarles papa y mama, pero él les había mirado y solo les dijo: -no se, todavía… Se preparaba para correr el encierro, Ivan lo observaba. Estaba nervioso, eran sus primeros San Fermines, le habían enseñado tantos vídeos y fotos, y le habían hablado tanto… deseaba verlo todo, sobre todo el «encierro». Corría con los amigos, a bastante distancia de los toros, pero lo hacía con los cinco sentidos, nunca se sabía. En un momento pasaría por debajo del balcón, giró la cabeza y apretó la marcha, uno de los toros había cogido la delantera, y casi estaba detrás de él. Quería mirar al balcón, donde estaban Ivan y Sara, pero el toro estaba demasiado cerca como para quitar la mirada de la calzada. Ya estaba casi debajo del balcón, no podía mirar, no podía distraerse… -¡Mama, mama mira! ¡¡¡Es mi papa!!!
Ignacio Murillo Martín (Cordovilla, Navarra)
10 de julio
-Perdone. ¿Está esperando a los médicos? -Sí. El parto se ha complicado y me han pedido que espere aquí afuera. Menudos nervios. Le vamos a llamar Miguel, como el abuelo. Y eso que al nacer en plenos Sanfermines todos nos insistían en ponerle Fermín. Aunque será sanferminero, como su padre y sus tíos. Ellos no se pierden un encierro. ¡Qué bien corren! Eso sí, espero que nunca le toque un encierro como el de hoy. Menuda cogida. ¿La ha visto? -No. No me gusta ver los encierros por televisión. Sufro mucho. -La verdad. No sé qué le diría a mi hijo si algún día me confiesa que va a correr el encierro. -Nada. No le dirás nada. Nacer en Pamplona implica querer a tu tierra. Y correr el encierro, por muy descabellado que parezca, se lleva en la sangre. Hay que hacerlo. – Uf, eso es fácil decirlo señora. Mire, parece que ya salen los médicos – Enhorabuena, ha tenido un hijo precioso. – Doctor, ¿sabe algo de mi marido? – Lo siento, señora. La cornada era mortal de necesidad.
JUAN JOSE ARGUDO GARCIA (LINARES, JAEN)
LA MADUREZ SOÑADA
‘Vamos Esteban, despierta. Hoy entraremos en el Olimpo de los dioses navarros, en tan solo tres minutos,… ¿has oído bien? Necesitamos adrenalina para unos283 metrospor minuto de tensión acelerada. Luego la eternidad’. Pero el sangüesero tenía sus dudas. Era su primer encierro, desde que en 1.591 el Obispo accediera a cambiar las fiestas de San Fermín al 7 de julio. 421 veranos disfrutando de danzas, procesiones, carreras, torneos de lanzas, cánticos y toros. Una manada de toros necesita mozos apuestos, vigorosos para conducirla hasta su destino. Se oyen murmullos y pasos a lo lejos, y una espesa barba blanca se abre paso entre la multitud. Un escritor famoso corre a su lado. ¡Viva San Fermín! ¡Viva! Y las caras se vuelven alternativamente al patrón de Navarra y a los corralillos. Uno aporta el consuelo y otros aportan la adrenalina, a partes iguales. El sudor del joven delataba cómo los nervios le atenazaban, la procesión era mental. Su carrera era saber si estaría a la altura. Si la pañoleta al cuello le daría la madurez suficiente. – Un tropezón mató su sueño. En Estafeta. Primer muerto. Por eso cada encierro, lloro y corro, entro en el Olimpo y me reencuentro con mi hijo.
Guillermo Brunet de Dios (Madrid, Madrid)
DEL UNO AL SIETE Y DE ENERO A JULIO
UNO se despierta una fría noche de ENERO sobresaltado en plena madrugada y se pregunta si podrá resistir DOS días más, si en FEBRERO todo seguirá igual o el esTRÉS acabará conmigo en MARZO. Trabajo a CUATRO kilómetros en una zona fABRIL. Cincuenta y CINCO horas semanales hasta la extenuación e incluso el desMAYO. Y sólo os digo que penSÉIS que en cuanto llega JUNIO ya todo se me ha pasado porque el SIETE de JULIO es SAN FERMÍN. ¡A PAMPLONA HEMOS DE IR!
Marta María Díaz Caso (Gijón, Asturias)
Monterroso en Pamplona
Cuando despertó, el Miura – ¡ahívalahostia!- todavía estaba allí.