Maider Saldías Mad0z (Pamplona, Navarra)
Adiós cautiverio, bienvenido estallido
Maite me libera de la cárcel en la que llevo encerrado casi 363 días. Me encuentro aturdido, son demasiados meses en la cómoda oscuridad de esta celda con mis fieles compañeros de guerra. Nunca volverán a ser los de antes, dicen ser en origen blancos como la luna que contemplábamos esos pocos días en los que el cielo estaba despejado.Qué voy a hacer, no tengo piernas para correr pero nadie puede ni quiere escapar. Recuerdo el estruendo de las 12 y el brazo que me alzaba al unísono de un canto emocionado y feliz. Me paso el año en una caja aislado, pero supe que el resto del mundo se había parado. Lo vi en sus ojos, lo vi en su rostro. Música. Risas. Cerveza fría. Baile. Sonrisas. Borrachos. Nadie se acordaba ya de su mundo real, ni yo de mi caja… ¡Gora San Fermín! Me despierto tirado en el suelo arrugado y sucio…ayer fue una noche asombrosa… pero hoy huelo a cosas que prefiero no saber y sólo quiero lavarme. Maldito ajoarriero de los toros. Maite sale con otro. Pero es más feo, no tiene escudo ni gracia. Más tarde el olor a jabón no me consuela.Es un maldito sustituto.
Alberto Eransus Antoñanzas (Sarriguren, Navarra)
Siete centímetros
En una terraza de la Plaza del Castillo, casi vísperas de fiestas, recordó la advertencia del médico que aún retumbaba en su cabeza:”nada de alcohol, tabaco, comidas grasas, sobresaltos, altas temperaturas, espacios concurridos ni multitudes. Tranquilidad y buenos alimentos.” No podía ser ni quería creérselo. Sólo de pensar a lo que debía renunciar le entraban ganas de llorar: el almuerzo del seis con la cuadrilla, la lluvia de champán en el chupinazo, la comida del siete, la sangría taurina en la solanera con la peña, las noches y los días fluyendo en tiempos y modos sanfermineros. Pero sobretodo, por encima de estos actos, lo que más amaba: el encierro .Esto si que se lo subrayaron: “nada de actividades intensas ni deportes de riesgo.” Apurando el café, se notó en el bolsillo del pantalón algo que le incomodaba: era un sobre. Al abrirlo, sus ojos empezaron a nublarse .Era el abono de los toros, completo. Detrás de la entrada del 14, otro papel, distinto: una foto en blanco y negro, borrosa, en la que se adivinaba una forma de siete centímetros. Mientras unas lágrimas se aventuraban sobre su incipiente tripa, esbozando una sonrisa, se consoló pensando: Tú me darás mil alegrías en los próximos sanfermines.
Juan Eguaras Perez (Pamplona, Navarra)
Quién dijo crisis..
Llega el gran día. Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando suena el despertador, no me importa madrugar. Hoy no. Cinco eurillos. ¿Sobreviviré? Cojo la botella de champán mala de casa de mis aitas y marcho para la plaza. Momentazo a las 12. Alegría y botellas que se descorchan, incluyendo la mía. Caen gotas de champán del cielo como una lluvia de oro y optimismo. Qué malo el champán, pero no pienso despilfarrar. Acabado, me invitan a un katxi de cerveza. La gente está espléndida a pesar de todo. Bebo, bailo. Compro una litrona en el chino, dos euros. Ha subido. Llegan las cuatro. Tengo un poco de hambre. Pero se me olvida. Sigo con mi litrona caliente a vueltas. No, no voy a coger el vaso lleno solitario de la barra. A las seis tengo una mezcla de delirio, regocijo y hambre. A pesar de todo, hoy soy feliz. Navarrería. Frito de pimiento, 1.5 y cerveza de litro en el chino (1.5). Llegan las nueve. Las diez. Vuelvo a casa de mis padres y ceno. No sé que será de mi mañana. Siempre podré disfrutar de las magras con tomate y del kalimotxo que los generosos peñistas me oferecerán en la plaza.
Carlos Malillos Rodríguez (Valladolid, Valladolid)
RECUERDOS DE JUVENTUD
En nuestra cuadrilla, teníamos de todo, hasta incluso humor. Cuando decidí dejarme barba, me bautizaron «Hemingway», porque escribía en la Hoja Parroquial y empinando el codo; no envidiaba al americano. Julián, Olegario, Eulogio y un servidor las preparábamos pistonudas. Un día, jugando a las cartas bajo los efectos del alcohol, nos apostamos a que el perdedor tendría que hacer lo que los otros tres decidieran. El perdedor fui yo y la penitencia impuesta consistía en correr cien metros delante de los toros, el siete de julio, san Fermín, mientras mis compañeros me contemplarían resguardados en las talanqueras. Llegado el día, me dispuse a cumplir la suerte que el destino me había deparado, encomendándome a mi santo patrón y a un periódico que sujetaba mi mano derecha para no desmerecer del resto de corredores. Ni vi cuernos, ni llegué a tocar pelo. Me trastabillé y varias decenas de mozos se posaron sobre mí en una impresionante montonera, raspándome la cara con los adoquines de la calle Estafeta. De regreso a la Ribera, Olegario me espetó: —¡Vaya un Hemingway de los cojones! Ahora tendremos que decir a las mujeres, que en vez de los sanfermines, venimos de romería y nos traemos el Cristo.