IV Edicion Certamen Internacional Microrrelatos San Fermín


ESTEBAN TORRES SAGRA (ÚBEDA, JAÉN)

LA HISTORIA DE MIS CICATRICES

La pequeñita me la hice en el 99, en una montonera, a la entrada del coso; ¡ah!, esta otra, que parece una escolopendra, fue una caída en Mercaderes, con doce puntos de saldo; ¿la del brazo?, sí la recuerdo como si fuese ayer, un manso me piso cuando me arrojé al suelo por la curva de Estafeta y me partió el húmero; ¿la del abdomen? 8 de julio de 1996, un morlaco jabonero me empitonó al terminar la Cuesta de Santo Domingo, cinco días en la UCI… Mis amantes improvisadas alucinan con las historias de mis cicatrices, adornadas con todo lujo de detalles por mi fantasía sanferminera, aunque yo en realidad nunca he corrido delante de ningún astado, y menos en Iruña. Todas mis conquistas se las debo al atuendo pamplonica y al fútbol: ¡Delantero centro titular doce temporadas en el Atlético Osasuna, que no se sabe qué es peor!.

 

JORGE OSVALDO COLONNA (CASTELAR – BUENOS AIRES, Argentina)

EL SOUVENIR

-Un chupinazo y todo explota en Pamplona: el colorido, el jolgorio, el alcohol, la sangre y los toros -dijo el guía, y agregó: -San Fermín es una fiesta irrepetible, para vivirla en estado de trance. Y “el encierro” es un juego de locura, un flirteo con la muerte, consistente en correr delante de los toros, guiándolos desde los corrales de Santo Domingo hasta la plaza donde serán lidiados. ¿Alguno quiere participar? Solo un obeso yankee, vestido de blanco y pañuelo rojo, se animó a emular a Hemingway. -Ten cuidado -le advirtió el guía- estos animales corren que se las pelan, es imposible ganarles, ni aguantarles mucho tiempo, pero es posible apartarse de su trayectoria. Cuando sonó el cohete, el turista americano corrió sin darse vuelta, le bastaba oír el ruido de las pezuñas sobre el adoquinado. Hasta la peligrosa curva de la estafeta, todo iba bien y logró doblar sin separase de la pared. Pero en la bajada de San Javier el yankee resbaló y cayó. En fracción de segundos llegó un astado, lo embistió con violencia, levantándolo por el aire como a un guiñapo y dejándole un autógrafo en el culo, como imborrable souvenir de su participación en el encierro de San Fermín.

 

FERNANDO CLAUDÍN DI FIDIO (Leganés, Madrid)

PENSAMIENTO DEL SANFERMINERO

A las doce del mediodía del 6 de julio, cuando se lanzó el chupinazo desde el balcón del Ayuntamiento de Pamplona y mi corazón cantó su Sanferminak particular, tras acordarme del joven alcalaíno a quien vi perder la vida al ser embestido por Cachupino, me tiré de cabeza, al compás del Riau-Riau y entre cánticos a San Fermín, a ese periplo gozoso de encierros jaleados por comparsas y gigantes de madera, que a las ocho de la mañana te entregan tres minutos de éxtasis y liberación visceral,849 metrosde adrenalina en los que la vida y la muerte, que siempre nos van a la zaga, mantienen su pulso inmortal, corneadas por la furia de la bestia taurina, con cada amenaza de pitonazo, con cada finta que te libra de la cogida en la calle Estafeta, para acabar con la gloriosa entrada junto al toro en la plaza y la alegre suelta de las vaquillas, porque, Hemingway lo sabía, es fácil ser héroe de tu destino en los Sanfermines, basta con vivirlos y llegar entero a las 24 horas del 14 de julio, al son del Pobre de mí, y ya el resto del año Dios te ayuda. Fin

 

Angel Mª Urtasun Uriz (Pamplona, Navarra)

Magia

Magia Estaba en una tienda de Pamplona comprobando lo menguado de mis fondos, cuando al alzar los ojos, encontré una mirada que, entre compasiva y sugerente, me atraía hacia el precioso objeto que tantas veces deseé poseer. De pronto mi interés se desmoronó por un marasmo de nuevas sensaciones y desprecié mi dinero. ¡Qué difícil un encuentro así en esos grandes comercios impersonales del entorno de Iruña!. Me satisfizo tanto la atención recibida, que volví durante cinco días, cuando se cerraba el local. El deseo de comprar aquello tan admirado, se desvaneció. Lo eclipsaron sus ojos. Fueron tan intensos los momentos de disfrute convividos durante esos días, tan compartidos con la muchedumbre que cada noche vivía la alegría de las calles, tan largas las conversaciones sobre la ciudad que le vió nacer, tan dulces sus besos, tan exquisitos los alimentos de esta tierra, comidos entre codazos, nada culpables, en los múltiples bares del entorno y tan bien regados con los vinos de las fecundas cepas navarras, que, irremediablemente, el tiempo y el espacio me abocaron a un precipitado final de fiestas. Así que, aunque tarde, aquel 15 de julio volví para llevarme el San Fermin que desde entonces preside mi librería. Gracias, Nerea.