CLARA TORRES REDONDO (ALDEA QUINTANA, CORDOBA)
CARTA DE DESPEDIDA
Mi Querido Fran, mi querida Clara: Se que esta carta os hara sentir triste y puede ser que penseis que soy una mala esposa y una mala madre, pero teneis que comprender que he llegado a los 50 años teniendo una vida muy rica en cariño pero muy simple e insulta en vivencias. Siempre he estado a vuestro lado en las duras y en la maduras,pero ya va siendo hora de que piense un poco en mi. Se que los primeros dias os costara acostumbraros a no tener a nadie que os haga la cama ,o que os tenga la comida caliente en la mesa, pues eso se acabo me largo , voy a vivir lo que siempre tanto he deseado mi propia viva , voy a aprender a tomar decisiones propias a coger el toro por los cuernos y aunque esto, la verdad es que no voy a ser capaz, por lo menos me largo a los SANFERMINES y alli en una semana vivire todo aquello que en estos años no he echo. Se que lo que digo os sonara bastante , ya que todos los años os digo lo mismo, pero es que esto engancha. os veo la proxima semana besos
Amaia Visus Perez (Iruñea, Navarra)
Esperoan
Iratzargailuaren txirrinakin lehenengo taupaden bultzada. Arropa txuria garbiaren usaia, zapi gorri dotoreena aulkian, korrika egiteko zapatilak etxeko atarian. Urduriz beteriko muxu bat eta begirada sakon batekin, hitzekin azaldu ezin dena, kontuz ibili, maite zaitut. Lehenengo suziria airean lehertzen da, ondoren bigarrena eta soinuarekin batera nire gorputza tensioan jartzen da, urduritasuna, kezka, ilusioa… emozioak batera datozkit, zezenak aldapan gora dijoazten abiadura berdinakin. Estafeta kalean sartzen direnerako arnasaren konpasa galduta daukat eta bihotzaren taupadak gelditzen zaizkit. Zu ikusi orduko berriz martxan dira, bularretik ateratzeko intentzioarekin, baina arriskua pasa da. Nire bihotzaren jarioa berriz ere lasaituz. Etxeko atea entzun da eta besarkada batean urtzen gara. Orain bai San Ferminetako egun berri bat hastear dago.
Luis Alfonso Angulo Segura (Tijuana – Baja California, México)
Fernando o la plaza teñida.
Abandonábamos las bancas de la Catedral del apóstol decapitado cuando ya serpenteaban las luces de los dardos de pólvora. Los estallidos alteraron a las bestias. Cuando el encierro abrió las puertas, un ruido que se iba acrecentando barrió la avenida como una marejada que lo ahoga todo. La estampida de cuernos y pezuñas seguía los pasos ligeros de las presas albares de pañuelo rojo. De excitación y adrenalina empapábamos las camisas al escuchar las respiraciones agitadas de quienes se quedaban en el camino aguardando la embestida. Fernando era un soñador de épicas campañas, pero también tenía asma. La insuficiencia de oxígeno lo doblegó, y cuando se disponía a ponerse a resguardo, la hoz de las ortigas, lanza curva, se le incrustó en el pecho. Aquello fue como como ser herido por una jabalina de fuego, la sangre al brotar a chorro hervía en las manos con las que queríamos detener la hemorragia. El plasma empapó sus ropas, la herida parecía una fuente para teñir manteles. La sangré manó y pintó también nuestras prendas. La agonía fue breve, ya no le faltaba el aire. Tras la carrera, como sucede al astado atravesado por la espada, el corazón de cada uno de nosotros también se detuvo.
ANGEL MIRALLAS ESPALLARGAS (PALMA DE MALLORCA, BALEARES)
Que se va para siempre volver
A cinco minutos del chupinazo, todo mi ser, en tensión, espera el inicio de las fiestas. Cuerpo con cuerpo, piel con piel, una muchedumbre de blanco salta y canta al unísono. El pañuelo palpita en mi mano a la par que mi corazón. Es el que llevaba mi padre, el mismo que lucía mi abuelo, remendado infinitas veces y testigo de mil historias. Estamos los de siempre y alguno más, los más jóvenes se abren camino. Me ensordecen los cánticos que resuenan con estruendo en la pequeña plaza consistorial, mientras diviso movimiento en el balcón. En pocos minutos todo volverá a empezar pero, pobre de mí, también acabará. Es lo mejor de la tradición, que se va para siempre volver. Me embriaga y empapa el olor a vino y champán, pero me emborracho del aroma a gente, a emoción y a tradición. Mi faja, bañada en licor, es también herencia de mi padre. La de mi abuelo no pudo ser, cuenta él o la leyenda, que para el caso es lo mismo, que la perdió una noche bebiendo coñacs con Hemingway en el Iruña. Tras el último estallido, grito por nuestro patrón y, automáticamente, mis manos anudan la tela roja alrededor de mi cuello.