IV Edicion Certamen Internacional Microrrelatos San Fermín


Jose Luis Bragado García (Valladolid, Valladolid)

MÁS CORNADAS DA EL HAMBRE

La afirmación del maestro taurino «más cornadas da el hambre» se había hecho realidad. Primero fue el amargo paro y,luego, el fatal desahucio. Sin embargo, fiel a la cita, yo estaba allí. Mirando hacia delante no con ira, sino con ironía. Porque había otros mundos, además de ése fosco y cruel que pretendían mostrarme como único. En la calle Estafeta, la vida se me revelaba plena con su terror y con su éxtasis, mostrándome ese escandaloso desacuerdo entre la vida y la muerte, entre lo justo y lo injusto. Mi alma iba renaciendo sobre el empedrado silente. El instante del riesgo describía la sensualidad del vivir, ese estar entre cuernos amando la vida, devorándola. Mis sentidos, corriendo, burlando, recuperaban de pronto su libre funcionalidad y, me revelaban la magia de los colores, de los rostros humanos, de los aromas fuertes y calientes de la hogaza, de pregones y herrerías, de la leche blanquísima, del vino trasegado, del compañerismo que te abre sitio. Mis sensaciones se desbocaban hasta el agotamiento, mientras, sorteaba las testuces como dados del destino ¡Preciosa Lección la recibida! Y, sí, «más cornadas daba el hambre». Pero yo -pobre de mí- necesitaba muchas para no viajar a Pamplona por San Fermín.

 

EMILIA BENEYTO MELIA (Valencia, Valencia)

ADIOS TEMORES

Si me hubieran dicho lo que me iba a pasar no lo hubiese creído. Mi temor a los animales, fue siempre espantoso, una fobia a la cual no encontraba remedio. No podía ver ni un perro, ni un simple periquito enjaulado, me invadía un miedo que me dejaba sin aliento. Fue una noche del 5 de Julio, cuando mi padre, harto ya de mi situación ante tales temores, me llevó con él a Navarra. Yo tenía 16 años y hacer ese viaje en el año 62 era un sueño. Vivíamos en Valencia, cogimos el autobús y nos dirigimos hacia Pamplona con el pretexto que mi padre me impuso: “Te regalo estas vacaciones por tus buenas notas”. ¡Maravilloso! . Llegamos a Pamplona el 6 de Julio de noche. Mi padre me obligó a dormirme pronto porque al día siguiente tenía que madrugar para ver la ciudad. Mi gran sorpresa fue cuando el 7 de Julio a las 8 en punto vi salir después del chupinazo aquellos toros bravos que corrían tras los mozos. La emoción no la puedo describir, pero aquel año 62 significó para mí la pérdida del miedo a los animales. Después de 50 años, no me pierdo ningún San Fermín.

 

Rusvelt Nivia (Ibagué – Tolima, Colombia)

ALMAS GEMELAS

Vagaba solitario por un bosque de eucaliptos. Percibía el ambiente perfumado. A cada paso dado, iba perdiendo más la noción del tiempo, por ir apreciando el atardecer triste que llagaba acompañado de nubes grisáceas junto a la llovizna que lloraba sobre su ser. Después de apreciar el atardecer, él se adentró en lo profundo de las arboladas y divisó a lo lejos un pequeño río traslúcido que bajaba por entre rocas y algunos troncos caídos. Así que este joven, decidió ir hasta la orilla para apreciar el reflejo fluctuante de su cara en el agua; sin embargo no se espejó, sólo vio al fondo la bella dríada del amor y la fragilidad, la mujer de su pubertad, quien siempre lucía radiante y delicada. Claro entonces, cuando se cercioró de lo estaba avizorando; nadó hacía ella, la abrazó y sintió que la tristeza crecía aunada con la tristeza para crear una serenidad, nocturna que ellos buscaban ansiosamente desde su separación.

 

Manuel David Arce Martino (Miraflores – Lima, Perú)

Eternamente

Solamente ocho segundos para que empiece la fiesta. Ocho, eternamente ocho. Ocho segundos para que el chupinazo salga disparado al centro del sol. Y no sé por qué todos los años se me da por recordar el momento aquel, en que se me dio por limpiarle los mocos al moro, el toro que mi padre me regalara por mi cumpleaños. No sé por qué me puse a llorar con él, al ver sus ojos aguados mirarme con tristeza. Lo abracé eternamente, y en esos ocho segundos pude escuchar la algarabía de la fiesta en el centro del pueblo. Y desde ese momento he asociado la fiesta de San Fermín con aquellos recuerdos a mis ocho años. Crié al moro con mucho cariño y durante muchos años fue el preferido de las corridas. Justo al pasar por la esquina de mi casa, doblaba un poco el cuello y fijaba su mirada en mis ojos. Y seguía saltando y corriendo con alegría. Aprendí a disfrutar las fiestas cada seis de julio y a llorar al final de ellas cantando el Pobre de mí. Hace muchos años que el moro ya no está. Sin embargo, lo tengo presente. Falta solamente ocho segundos para que empiece la fiesta…