IV Edicion Certamen Internacional Microrrelatos San Fermín


Rocío Rojas-Marcos Albert (Sevilla, Sevilla)

Nunca me fui

-Luis, Luis ¿tú me has mirado bien? Hacía un par de horas que había anochecido, las luces amarillentas del estudio creaban unas sombras rastreas, unos surcos grisáceos que temblaban reflejados sobre la superficie de arcilla que tenía entre manos. Sujetaba con fuerza la cabeza, como si al apretarla… -Luis, Luis ¿tú me has mirado bien? Luis se volvió, dio un paso trastabillado hacia atrás, giró sobre sus pies como una peonza recién lanzada en la plaza de un pueblo. -Sí, Luis soy yo. No me gusta la barba tan larga. Luis se quitó las gafas, acercó el taburete que había junto a la puerta, se sentó muy despacio y miró directamente a los ojos recién amasados que tenía delante. Hundidos, ribeteados por un profundo surco de dolor irreconocible -¿Por qué quisiste irte?- Debía haber empezado antes con aquel encargo. El susurro de las últimas palabras: la barba tan larga… aún retumbaban por los rincones del estudio. La luz temblequeaba cada vez con más fuerza. Llevaba horas allí trabajando. Llevaba horas intentando desentrañar el misterio de aquella cabeza, despeinar las barbas, clavar los dedos hasta dentro. Entender. -Soy yo, Luis, soy yo, nunca me fui.

 

Ángel María Arribas Martín (Castilleja de la Cuesta, Sevilla)

ROJO

No podía decir que no estuviera feliz: me habían soltado junto a mis compañeros y no parábamos de correr por calles infestadas de humanos, que parecían también disfrutar tanto como nosotros; es verdad que el asfalto hacía que mis pezuñas resbalaran de vez en cuando, pero nunca llegué a caerme. Los colores me atraían sobremanera, y esos humanos con sus vestimentas blancas y los colgajos rojos de cuello y cintura cegaban mi vista. En el campo pastábamos a placer acompañados por los mayorales a caballo, pero he de reconocer que no estoy hecho para la vida contemplativa y ese verde omnipresente anestesiaba mi espíritu. Esto es otra cosa, aquí sí que hay vida, y mis cuartos traseros funcionan a pleno rendimiento. Ahora comprendo que toda mi vida me habían estado preparando para esta fiesta, y ese color rojo me fascina y casi todos los humanos lo llevan, ¿será que forma parte de ellos? Sí, ahora soy feliz (lo sé, me estoy repitiendo, pero un toro no maneja bien los sinónimos). Por eso os digo que no entiendo los gritos de algunos hombres que me rodean y golpean, ¿no les gustaba el color rojo? Pues ahora mana del cuerpo de un humano tiñendo el pavimento.

 

amaia Remón Gallo (Zizur Mayor, Zizur Mayor)

Aire de Fiestas.

Me desperté con la inevitable sonrisa que me acompaña cada 6 de julio desde que tengo uso de razón. Amaneció soleado y en el ambiente un olor a fiesta inconfundible. Mi teléfono sonó, mi mejor amiga quería asegurarse de que me estaba preparando para el gran acontecimiento, entre risas y con un ligero cosquilleo en nuestros estómagos nos despedimos hasta un rato después. Saqué del armario las blanquísimas prendas blancas y el pañuelico rojo que anudé en mi muñeca. Una hora más tarde, cerveza en mano, disfrutaba con mi loca cuadrilla del espíritu juerguista que se vivía en toda Pamplona, pero especialmente en mi amado casco viejo. No sin dificultad, llegamos a la Plaza Consistorial, donde esperamos entre cánticos y cachondeo la ansiada señal que anunciaría la llegada de las fiestas: el inconfundible Txupinazo. En ese momento, más que nunca, me sentía orgullosísima de mi ciudad. Es inexplicable la magia de nuestras fiestas, y sólo el que las ha vivido sabe de qué estoy hablando. ¡VIVA SAN FERMÍN! ¡GORA SAN FERMÍN!

 

ADELA DEL VALLE LOPEZ (PEREZ – SANTA FE, ARGENTINA)

EL ULTIMO SAN FERMIN

Ignacio y su familia mordían el hambre en el pueblo así que partieron hacia Argentina un 7 de julio de 1940 sin nada más que lo puesto. En una de sus manos llevaba una canasta con pan y chorizos y en la otra las manos de su esposa que sostenía las de los hijos. El vasquito, como lo llamaban los argentinos, cargaba una pena desde que partió: la promesa de volver alguna vez para correr por las calles de Pamplona junto a Rafael y Ginés -amigos de toda la vida- , algo que le quedó pendiente desde el mismo día que subió al barco. Por su temprana viudez o el Alzheimer el viaje a España se fue postergando y con los años Ignacio se sumió en una nostalgia infinita. Fue un 7 de julio de 2011 cuando su nieto lo sorprendió en la transitada acera con el paso apresurado, apoyado en un bastón, riendo a carcajadas. -¡Corre, Rafa, corre Ginés, que nos pillan los toros! ¡Viva San Fermín! Ignacio, feliz, se imaginaba joven, allá en Pamplona, cumpliendo aquella promesa de desafiar miuras junto a sus amigos. Detrás de él, una larga fila de camiones, ómnibus y coches avanzaba lentamente, atormentándolo entre insultos y bocinazos…