Luis de Ros Anguelu (Valencia, Valencia)
Querido Ernest
Cuando Richard vio que el enorme astado se dirigía directamente hacia él, maldijo una y mil veces a Ernest Hemingway y a su querencia por esta fiesta. Richard solo estaba allí para encontrar la misma inspiración que un día llevara a su compatriota de Illinois a escribir algunas de las mejores obras de la literatura norteamericana del siglo XX. Sin embargo, la única inspiración que le embargaba a Richard esa mañana, era un natural sentido de conservación que le empujaba a correr como jamás hubiera pensado que podría hacerlo. Volvió a maldecir a Ernest, al calimocho y a la estúpida idea de que aquella experiencia iba a ser vital en su carrera. Las piernas le flojearon y de repente cayó cuan largo era al suelo. Adoptó la famosa posición fetal que le había explicado un joven de protección civil y esperó la terrible acometida del toro. Sin embargo, el animal saltó limpiamente por encima sin llegar a rozarle. Richard levantó la cabeza solo para ver como se alejaba para alcanzar la plaza de toros. Entonces fue cuando descubrió la mancha oscura que ocupaba los cuartos traseros del animal ¡Se podía distinguir perfectamente la cara mofletuda de Ernest Hemingway! Richard sonrió y dijo: ¡Gracias Ernest!
FRANCISCO JAVIER FUENTES RIVERA (Alcoy, Alicante)
CONVERSION
He vuelto a soñar con la manada de Cebada Gago, sólo que esta vez era Hemingway el que corría a mi lado, con una botella de tinto por periódico y avisándome con mirada explícita de la llegada de los pitones de Relamido. En realidad eran los de Cindy, la única australiana que he conocido sereno en todas las fiestas. No va descalzo la guiri. Habitación en Estafeta con balcón a la calle. Hoy es el último encierro, aunque creo, que lo que es correr, va a correr Rita. Yo me quedo entre unas largas piernas de Melbourne, convirtiendo en adjetivo el nombre de un toro.
JEAN PIERRE JESÚS BRAVO ZAPATA (CHORRILLOS – LIMA, PERÚ)
VENGANZA.
Cuesta de Santo Domingo. Amanece. Dentro del corral se ha sentido toda la noche un resuello de cabestros ansiosos mezclado con la fiera tranquilidad de los bichos más entradores. Un rayo de sol se filtra impertinente por entre los maderos e ilumina la punta de un cuerno centellante. Todas las bestias se arremolinan hacia la derecha para escuchar mejor el rumor de voces humanas que venía desde la calle: “A San Fermín pedimos por ser nuestro patrón…” Las puertas del toril se abren de par en par y la luz hiere los ojos de las bestias; “…, nos guíe en el encierro, dándonos su bendición”. Un toro bravo ve el primer pañuelo rojo centellante, la vieja rencilla se aviva, los cuerpos se cruzan en carrera frenética, el toro no ha perdido el rastro que lo obsesiona, pasan a toda velocidad la Plaza Consistorial, en la vuelta de La Merced el pañuelo rojo se detiene exhausto, expuesto, acorralado; el toro se acerca con deleite, huele el miedo que exhala el hombre del pañuelo rojo, hay miles de pañuelos idénticos pero el toro reconoce ese, se detiene antes de la arremetida final. Fue el momento triunfal, sabía que el hombre, en el último minuto, lo reconoció.
Lourdes Calleja Avila (Biarritz – Biarritz, Francia)
La ciudad despierta
Diego corre, es flaco y no tiene condición, pero lo hace de todas formas, con todas sus fuerzas, a toda velocidad. A su lado distingue como se mueven otros brazos, otras piernas, otros cuerpos, pero resultan imposibles de contar. Un conjunto de voces y sonidos lo rodea de todas direcciones, no es consciente de cuales provienen de su boca, pero se siente dueño de todos. Es parte de un huracán de fuerza que penetra el corazón de Pamplona, una ofrenda de flores blancas y rojas. No escapa de nada, pero corre, corre porque es una travesía que vio iniciar a su abuelo años atrás, desde una ventana, una carrera que ya ha realizado en sueños varias veces; corre por que lo lleva en la sangre, y no existe razón más fuerte. No busca alcanzar nada, pero acelera, porque del otro lado se espera el mismo, un poco más valiente, un poco más grande, con una sonrisa pintada en el rostro y en el alma. Siente una torcedura, arruina sus zapatos; pero nada importa entonces, la ciudad se ha vuelto una misma, cobra vida y se pone de pie, y el mundo entero guarda silencio.
Jean Pierre, me gusta este enfoque. He disfrutado mucho tu micro.