IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


RITUAL AL NOVENO DÍA

Manuel Catena Gómez

Seguro que los años rociaban aquellos cansados barrotes con anhelos y alegrías evocadas. Su pañuelico rojo los abrazó y se selló con un nudo.
«Pobre de mí» decía una canción inundando el ambiente y los corazones.
La memoria le trajo aquella explosión en el cielo que lo llenó todo de euforia, olor a pólvora, lluvias de champán, multitudes bulliciosas bailando, inundaciones de alegría, niños que correteaban con los cabezudos, las camisas blancas recién planchadas… las maneras de obligar a irse a las manchas que no se quitaban.
La sonrisa hizo intención de brotar, pero se resignó ante la intuición de que también sus ojos se empañaban con unas penas infundadas que querían florecer. Una lágrima reclusa saltó desde el borde de su ojo, se echó a rodar por su mejilla produciendo unas cosquillas que consiguieron extirparle una leve sonrisa. La manga de la chaqueta detuvo el motín de sus sentimientos atrapando la gota salada. Su boca se corrigió de acuerdo con el acto solemne.
Sara se quedó un rato observando los rudos barrotes, eran unos ancianos de hierro muy orgullosos y oxidados.
-Hasta el año que viene -les prometió.
Y se perdió navegando entre la luz de las velas que circulaba como un río por toda la ciudad. 

VIDA

David Pérez Tendero

Caminando entre desolados escombros de diversiones consumidas, el hedor de generosos vómitos y arroyados orines traen a mi boca sabor a adolescencia. En los adoquines, intentando sobrevivir entre el éxtasis y la mortificación, se hallan algunos prosaicos peregrinos hemingwaianos. Sin desearlo me hallo aquí hoy, en este burdo trampantojo barroco dedicado a una ciudad arrasada. Avanzo precavido por la vía minoica, desmantelada, enfrascado en profundas reflexiones. A lo lejos, sentado humildemente en un poyete, casi a ras de suelo, veo a un hombre lúcido adornado con la púrpura guirnalda. En su sereno semblante transmite la visión de estar contemplando el mundo hacia dentro. Me acerco a él, sigiloso, y con voz entrecortada le planteo qué sentido tuvo aquel estruendoso rito. Con la expresión y elocuencia de los hombres sabios, contestó: “Es un concentrado universal. Ejemplo de desenfreno y castidad. Un gigantesco holocausto musical, dedicado a un santo pagano. Un parnaso posmoderno. Mito y peregrinaje. Una danza macabra entre el hombre y las bestias. Sangre, dolor, emoción y juego. Es como la tierra prometida, con ríos de vino y hiel. Una orgía estoica. Una catarsis colectiva. Una trágica comedia, una dramática lírica; representación ufana de una gran farsa. En definitiva, esto es la vida.” 

DORMIR LA FIESTA

Teresa Sánchez Inchausti

Me desperté sin saber dónde estaba ni qué hora era. Miré a un lado y otro… Sí. Era mi habitación. Entraba algún rayo de sol, no sé si el de la mañana que anuncia el encierro, o el de la tarde, uno de esos que se cuela, justiciero, en el coso taurino. Mi pañuelo sanferminero, mi compañero fiel, seguía aferrado a mi cuello. Estaba conmigo. Pegajoso, mustio y arrugado. Debo llevar muchas horas durmiendo, casi todo el día, creo… La cabeza me estalla. Necesito una ducha y comer mucho. Tengo un hambre voraz. Corro a la nevera. No hay nadie en casa. Una pila de ropa blanca descansa sobre la mesa de la cocina. En poco más de media hora ya estoy lista y de nuevo en la calle. Encontraré a mi gente a la salida de las peñas. O me toparé con caras nuevas. O me perderé sola entre las txarangas y el griterío de la noche. O quién sabe… Me ha vuelto a engullir la fiesta. Me dejo llevar… Me embriaga el sonido del bombo y las primeras luces de la verbena. He vuelto a caer en la loca tentación. Mañana será otro día y despertaré, de nuevo, confusa y feliz.