IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


¿Y TUS SUEÑOS DE QUÉ COLOR SON?

Patricia Diez Lecumberri

Estoy en la terminal, los minutos van pasando en el reloj y no dejo de pensar en el momento de llegar. Hace un año que no te veo, que no te ando, que no te huelo. A mi lado, inseparable desde que nos conocimos, con cara de niño curioso, busca respuestas para hacerse una idea de cómo es vivirlo. Pero cómo explicarlo, cómo entenderlo. Le sonrío y baja la cabeza decepcionado. Abren las puertas de embarque, por fin vuelvo a casa. Cojo aire y me acomodo en mi asiento.

Cógeme la mano, no te despistes, vamos, sígueme que no llegamos. Si nos perdemos ya sabes dónde quedamos. Mira a tu alrededor, el blanco lo inunda todo. Vamos por esa calle que ya estamos llegando.
Tensión, nervios, incertidumbre… Se detiene el tiempo, silencio y ruido, la vida en un suspiro.
Coge aire, contén la respiración, no te muevas. El corazón en un vilo, alma y vino.

Rojo. Blanco y rojo.
Todo estalla. Alegría, júbilo, gritos, cánticos, besos, abrazos, bailes y brincos. Con lágrimas en los ojos le abrazo y le doy un beso…

Desde el altavoz -Estamos llegando al aeropuerto de Noáin, hoy es 5 de julio- Me despierto, hemos llegado.

¡Levántate Pamplonica!- Me sonríe.
 

TODOS LOS AÑOS

Luis Valverde Alvarez

Todos los años, para el verano, mi madre viajaba desde Helsinki hasta Pamplona para ir a los Sanfermines. Cuando volvía a casa una semana más tarde, traía en su cara la paz necesaria para enfrentarse a su vida en esta ciudad oscura y fría en la que sus hijas y nietos teníamos organizada nuestra vida. Era el único viaje al extranjero que hacía durante el año. El resto lo pasaba organizando eventos y emborrachándose de nostalgia con otros españoles en la taberna vasca en la que reunían todos los domingos para cocinar, hablar de la tierra , comentar los encierros y un pasado perdido que empezaba en la cuesta de Santo Domingo y terminaba en la ermita de Nuestra Señora del Puy.
Todos los años mi madre visitaba en Pamplona la tumba de mi padre, un finlandés que la enamoró y con el que tuvo tres hijas que sueñan con volver un día a Navarra para nunca más volver a este país que odian tanto como aman. Volver y correr en los encierros en nombre de aquél finlandés loco que tanto amó esta fiesta y que dejó su vida en uno de ellos. Ahora descansan juntos , cerca de las voces de los corredores.
 

MADERO SANFERMINERO

Carmen Maria Galan Cruzado

Tengo 7 años. De antes, recuerdo hermanos verdes, olor a mar cercano.
Ahora paso casi todo el año a oscuras.
Al llegar, creí que mi destino sería otro, un mueble, una puerta, pero no. Me tallaron y a la calle. Sustituía a un viejo tablón desgastado. Vi que éramos muchos, todos con número.
Espero en el camión. Los otros empiezan a contarme. Ya verás, no hay nada igual, qué suerte has tenido.
Por fin me toca. Me cogen, me colocan, me duele cuando encajo. Éste será mi sitio.
De pronto sólo veo gente, mucha, toda blanca. Sigo sin entender. Ríen, beben, cantan. Felicidad, ruido.
Sale el sol. Vaya noche. Desde hace horas se me sentaron encima. Delante también, pero los han echado hace rato.
Noto tensión, casi no veo nada, piernas blancas, sucias y limpias.
Oigo un cohete, corren mezclados hermanos de 4 patas, mozos de 2. Miedo, ansiedad, euforia final.
Dicen arriba «¿ya está?», declinado en mil lenguas.
Otro día más, parecido, nunca igual. Gritos, miedo, más euforia al terminar.
Y cuando ya me estoy acostumbrando, esos mismos lloran, cantan, vuelven a llorar. Se van.
Me cogen, me desencajan, me llevan con mis hermanos. Oscuridad.
Vuelvo a esperar.
Ya falta menos.