DECÁLOGO DEL CORREDOR DE ENCIERROS
Ernesto Maruri álber
1.-Cree en un maestro (el primero, tu padre) como en Dios mismo.
2.-No pretendas hacer arte al correr el toro. Céntrate en la carrera como si nada más existiera. El arte surge por añadidura.
3.- Ama la vida más que a tu arte. Ante el toro, la temeridad es cobardía; el temor, valentía.
4.-Siente al toro como un amante implacable e impecable. Respetarlo y amarlo puede salvarte.
5.-Ten fe no en tu capacidad para salir ileso sino en el ardor con que lo deseas.
6.-No empieces a correr sin saber desde el primer paso adónde vas, por qué y para qué. Los tres primeros pasos y los tres últimos son vitales. Mejor no corras: vuela entre los toros.
7.-No corras bajo el imperio cegador de la emoción. Déjala morir y acontécete ante ti mismo.
8.-Toma al toro de la mano: llévalo firmemente sin considerar nada que no sea el camino que le trazas. No te distraigas por ver lo que el toro no ve. No lo distraigas por instante de duda. Cielo, ten cuidado de ti.
9.-No corras para impresionar: el peligro sería inmenso, cariño mío. Corre como si no tuviera interés más que para ti.
10.-No corras. Te lo pide tu madre.
PAÑUELOS ROJOS-COLLAR DE LLAVES
Carmen Portillo García De Las Bayonas
Mis nervios se ramificaron como las raíces de un árbol y la respiración me falló cuando escuché el “txupinazo”. Solo faltaba encontrar las llaves de casa para irme, que no aparecían. La angustia comenzó a jugarme una mala pasada. Me lo iba a perder a pesar de vivir a cien metros del Ayuntamiento. Tengo la casa abarrotada de amiguetes invitados a las fiestas, por lo que mi casa es un caos. Cada uno duerme como puede, pero ahora todos estaban desaparecidos. La estampida hacia los festejos había comenzado en mi salón hacía unos segundos, así que decidí dejar la puerta abierta y me fui. No me pierdo ni loca el estallido de salida.
Llegué al embadurnamiento de líquidos y otras sustancias, y no pude encontrar a mi gente. Pero qué más da. Grité canté salté y brinqué al ritmo de la música y con el traqueteo, se asomaron por mi cuello a modo de collar, las llaves. Sorprendida, dejé de saltar. Las risotadas eran tan contagiosas, y la fusión de la gente fue tal, que cuando alguien gritó por un megafonillo: ¡ehhhh….los del pañuelo roojooo! Se dieron la vuelta miles de personas, encontrando a mis amigos. Las fiestas prometían ser sorprendentes.
INSEPARABLES
Antonio Rosillo Viñuela
Jadeabas mientras me mirabas de soslayo…tus mejillas sonrosadas delataban tu climax…mi tembleque de piernas apenas fue apaciguado por tu fría mano.
Te solté…y torpemente balbuceé:
“A Estafeta no llegamos”.