BRINDIS
Víctor Jarque Domingo
Brindo por el «txupinazo», que descorcha ruidosamente la mejor botella de vino navarro: sus fiestas sanfermoneras.
Brindo por el rito del pañuelico rojo, que enciende calles y plazas; y brindo por peñas y asociaciones, alma y alegría de la fiesta.
Brindo por los encierros, cuando la adrenalina matinal cubre el empedrado de las calles cada amanecer y los corredores buscan su momento de gloria pegados a las astas de los morlacos, ajenos, por unos instantes, al fracaso convertido en carne amenazada, rota y doliente.
Brindo por las corridas de toros, arte hecho de luces y sombras, de atardeceres con capote grana y oro, de muletas encendidas en sangre, de granderío con merienda, bota de vino, zurracapote, patxarán o kalimotxo, de incienso laico de los puros, del rovoloteo de pañuelos blancos que rubrican la faena sobresaliente del hombre sobre la bestia. Siempre, tarde de rojos claveles sobre la arena, olés majestuosos y triunfos con sabor agridulce.
Brindo por la oferta multicultural, exuberante, suculenta y exquisita de arte y música.
Brindo por Pamplona, urbe cosmopolita, abierta y heterogénea, punto de encuentro de variados acentos y culturas, suma de ancestrales ritos festivos y sincretismo multisecular de razas y naciones.
Brindo por Baco. ¡Que comience la fiesta!
A LA MAÑANA SIGUIENTE
Silvia Asensio García
Me desperté aturdido en aquella habitación de hotel y me dirigí al baño. Allí estaba metida dentro de la bañera dejando entrever un enorme tatuaje que abarcaba sus dos pechos y que me resultaba extrañamente familiar. Recordé vagamente haberme puesto a charlar con ella en uno de los locales de las Peñas de la calle Jarauta. Mientras admiraba su Pancarta, se me acercó y me sonrió. Mis amigos y yo llevábamos bebiendo desde que había terminado el chupinazo y era ya bien entrada la noche, aunque teníamos por norma estar siempre sobrios antes de correr los encierros. Algo le debí de contar sobre mis proyectos de futuro y que quería escribir el libro de mi vida en cuanto terminaran las fiestas, aunque no recuerdo mucho más.
‒¿Qué tal, “Cervantes”? ‒me dijo con voz ronca. Se levantó al tiempo que me hizo un gesto para que le pasara la toalla. Yo me quedé allí como un pasmarote mirando su miembro sospechando lo que había ocurrido y sin saber qué decir.
LA SUERTE ENCONTRADA
Gorka Azpilicueta Gonzalez
La manada le rebasó a la altura de Telefónica. Pero un inmenso toro cayó en la curva de bajada al callejón sin poderse levantar. Aquel día el encierro le brindaba una nueva oportunidad. Sorprendentemente casi no había gente alrededor. Corredor y bestia tomaron un respiro. En aquel inusual momento de nerviosa tranquilidad, el mozo pudo por una vez ser espectador del encierro expectante; vallados repletos de fotógrafos, balcones llenos a rebosar y esa luz especial de las mañanas sanfermineras, todos centrados en esa mole desplomada en el adoquín. Y aquella bajada, ese túnel temible de acceso a la plaza, inquietantemente vacío. Vacío como nunca lo había visto más que en las frías tardes del invierno pamplonés. La duda le asaltó: ¿Aguantaría el embate del astado tras el descanso? El animal se levantó con fuerzas renovadas en una poderosa y ágil arrancada. El reto del cornúpeta fue aceptado en un veloz mano a mano hacia la plaza. Una carrera de vida con meta en el albero. Aquellos pitones cortaban el aire y las distancias pero el mozo no erró el cálculo, llegando a la monumental instantes antes que el burel. Diez mil almas les recibieron. Esa mañana la suerte estuvo de cara. Quizás supo buscarla….