IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


CAE, LEVÁNTATE. CAE, LEVÁNTATE.

Zaida El Machti Niel

Esas palabras se clavaban en mi mente como picoteos de palomas en un mendrugo de pan. Raquel me miraba pasiva. Odiaba estar ahí, odiaba estar conmigo. La marea de gritos y derrames de vino tinto opacaron mis dudas. Me lancé a la calle.

Aparté varias espaldas. Eran espaldas de jóvenes; aún por vivir, aún por amar. Y fui al encuentro con mi viejo compañero: el miedo. Por culpa de él había perdido más de las monedas que se pueden perder en un bolsillo roto. Todas esas monedas tienen nombres de mujer, curioso.
Al escuchar el claqueteo de las pisadas, las respiraciones agitadas y los aullidos de los arrollados, temí. Así que comencé a correr junto a la masa de gente; como ya había hecho antes con Davinia, Eva, Fabricia… me alejé todo lo que pude de aquellas titánicas bestias. No tenía nada en su contra, sino en la mía: mi cobardía. Yo era el toro del que tenía que huir.

A la mañana siguiente madrugué, también dejé a Raquel. Ni siquiera pagué el hotel. Nunca nos quisimos, apenas apreciarnos. Cerré las puertas del encierro. Era demasiado temprano para pensar en embestir mis dudas.

 

TRES AMIGOS MÁS UNO

Angelo Cacciola Donati

Tres amigos americanos, compañeros del mismo colegio, lo estaban pasando en grande allí debajo de los pórticos de plaza del Castillo, en aquel San Fermín de un año cualquiera. Los tres admiraban a aquel estupendo loco que, hace muchos años y en los mismos lugares, intentaba dar un sentido a su propia vida. Como el, ahora ellos estaban entre mujeres guapas y amigos simpáticos. Un calor humano que se mezclaba con los efluvios del alcohol y con un irreductible deseo de dejarse llevar por las músicas y las danzas.
Acabaron exhaustos acurrucados sobre un viejo banco en algún lugar del Casco Antiguo donde, apoyados unos contra otros se durmieron, indiferentes al continuo y animado trajín a su alrededor. Soñaron con un viejo señor que los despertaba amablemente invitándolos a seguirlo. Los condujo en un dédalo de oscuras callejuelas donde se percataron que los transeúntes eran muy distintos y no llevaban zapatillas en los pies. – Esta es gente sencilla: sin pretensiones y que no está encerrada en su mundo mental perfecto. Si habría seguido con ellos quizás mi vida habría sido distinta. – dijo Hemingway.
Se despertaron y, mirándose se dieron cuenta de haber tenido el mismo sueño. ¿Solo un sueño? ¡Puede ocurrir 

EL PAÑUELICO DE SAN FERMÍN

María Jesús Asenjo Redín

EL PAÑUELICO DE SAN FERMÍN
Once meses y veintiún días a oscuras y en silencio. Bien planchadico, recibo abrazos y apretones en mi primer día fuera. Se me contagia la alegría y se empieza a flexibilizar mi triángulo hasta convertirse en una sonrisa. Agua, sudor y vino me empapan y me ensucian. Sol y calor humano para secarse.
Brillos nocturnos y explosión de estallidos marcan el comienzo de la noche. Carcajadas y bailes hacen que las horas parezcan minutos. Y de pronto, el ritmo se hace más lento y da paso a susurros y caricias que estremecen.
Una luz blanca y el frío anuncian el alba. Se acelera mi pulso al escuchar el trote de cascos sobre los adoquines. Tensión, velocidad, miedo.
Sensaciones que van enlazando momentos durante nueve días y ocho noches de luz roja y alegría ruidosa.
Es mucho más que una fiesta, soy mucho más que una tela. Ya lo dijo el poeta, quien lo probó lo sabe.