IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA ÚLTIMA DIANA

Daniel Ramírez García-mina

Le despierta un móvil a bocinazos, con luces de discoteca y un suculento «posponer» en la pantalla, que puede eternizar la alarma y convertirla en esas velas de cumpleaños que nunca se apagan. Ochenta años antes, la última vez, antes del ruido sordo de las bombas, el mareo en barco y los maletines de los indianos, se levantó igual que ahora, pero empujado por una caricia y dos manos que le anudaron un pañuelo al cuello mientras dormía.

Ayer se acostó con el pantalón blanco, a sabiendas de que aquellos saltos en el baño y la ducha a todo correr ya no son para él. Con mimo, traza el lazo del pañuelo. «Despacico, despacico», susurra poniendo voz a aquellas caricias. Luego imagina en el espejo las manos que se colaban en sus sueños para traerlo de vuelta a su momento, ese instante que venía siendo de los Arriaga desde hace tres o cuatro generaciones.

Enfila Chapitela porque sabe que allí desaparecieron los adoquines. Menos riesgo para el tropiezo. Pegadito a los portales, temeroso ante el empujón, feliz de ser parte del paisaje una vez más. Quizá la última.

«¡Maestro, la tres!», intenta a orillas de la orquesta. «Papá siempre pedía la tres». 

QUITAPENAS

Mª Del Carmen Torrente Serrano

QUITAPENAS
Son las 6.30 de la mañana y me dirijo hacia la cuesta de Santo Domingo. Voy con mis hermanos que también van a correr, pero parecen más tranquilos que yo, quizás sea por el desconocimiento: es la primera vez que corren. La hora se acerca. Estoy nervioso, tal vez sea el momento de calentar un poco, así que, doy unas cuantas vueltas y estiro los músculos. Tras las vallas de madera se agolpan miles de personas que no quieren perderse un detalle del recorrido. A pesar del bullicio, se oye el cántico de los mozos. La adrenalina se palpa en el ambiente y en mi cuerpo. Las cámaras de televisión vuelan por encima de nuestras cabezas intentando captar todos los detalles del encierro. Siempre que veo una cámara pienso que me está grabando. Aunque hoy…hoy tengo la sensación de que voy a ser uno de los protagonistas. Se lanza el primer cohete. La emoción me desborda. Toca correr. Es el momento de demostrar mi raza y trapío. Soy Quitapenas, el número 10 de la ganadería El Chupinazo.
 

NI UNA HORA MÁS, NI UNA MENOS

Mauricio Runno

Un año compuesto de 204 horas. Es lo que ansiamos como destino. Y el mantra en voz baja nos habita por la mente y el corazón: 204, 204. Ni una hora más, ni una menos. La noción de este tiempo contagia la alegría y el legado. Es lo más parecido a la historia, lo que se impone como presente. Es el año más corto de la Humanidad, dicen los escépticos, con galas desapasionadas. Insistimos en la propuesta: medir los años cada 204 horas. Uno de los nuestros argumenta que es tan ventajosa la opción que hombres y mujeres alcanzaríamos longevidad asombrosa. Luego explica 204 maneras de amar, gozar, disfrutar y de vivir. Es esto lo que nos anima en cuanto foro internacional conseguimos voz. Hemos sostenido una tradición como estandarte y nada nos ha privado de la libertad de honrar a los que hicieron estas 204 horas las más inolvidables, las más ansiadas que podamos recordar. Si vamos a vivir un mundo sujeto a las leyes de la naturaleza y no a la de los hombres, apostamos por un año de 204 horas. Es nuestra esperanza y la mejor contribución de los antepasados. Ni una hora más, ni una menos.